“Estoy tomando una copa al final del arcoíris / activando todas mis funciones homosexuales para servirte / al reverso de la postal está escrita la fecha de hoy / entre los hielos y la naranja flota una promesa / este día es un espejo luminoso donde nos vemos bien / porque nada es más atractivo / que un perro de la calle que sabe exactamente adónde se dirige”.
Un poema flotando sobre las nubes en un avión y mirando dos islas desde arriba, o conectando con otrx en conversaciones, señalando signos como nexos, encuentros de “sutiles miradas tejiendo el futuro”, u observando a unos niñxs jugar a la pelota o inmersa en el paranoid después de unas caladas de porro viendo a un hombre hablando por teléfono, o prolongando el juego de las palabras –artificio amado– en un canto clásico infantil; y en la ciudad y su movimiento cinematográfico, en “Las prostitutas de Tlalpan…”, en los animales de los poemas, o analizando el Principio de incertidumbre –otro poema que funciona sobre la constante duda a cada paso que damos, sabiendo de nuestra inestabilidad, y aún de la maravilla misteriosa de la existencia… así y más, Tilsa Otta (Lima, 1982) abre sus poemas como singulares escenarios límpidos de levedad y mucha claridad del pensamiento.
Juguetona y tierna, y extrañada y lúcida en su percepción, lo original de su mirada es el simple habitar ella misma este planeta como si no perteneciera a él pero sí, en una conexión y una desconexión que mueve hilos en las redes de una comunicación extraña, sorprendida, entregada: “Cada vez me siento más como una sustancia psicodélica / mis músculos y huesos de colores fluorescentes / mi corazón derritiéndose constantemente alegre / mi risa enraizándose hasta el planeta blanco / y las palabras que escribo cada vez más reactivas / rodeadas por un circuito amplio de luces animales / aunque sea el trazo negro el más evidente.”
Es imposible dar cualquier cosa por sentada, parece decirnos Otta. Y lo hace en impecable disección anímica: “Nanoescritura entrando a mi cuerpo / por mis venas corren ideas extrañas / alteran las funciones de mis órganos internos / me rejuvenece el tratamiento / da contexto a mi taquicardia / quedan algunas frases sin sentido en mi corazón / que dan sentido a mi corazón.” Quien escribe confía en lo que ve. Es optimista. “La oscuridad de los tiempos” puede ser un lugar reconocible, así como la soledad una señal caída de internet.
Pero luego el desplazamiento entre poema, árbol, cuerpo, abrazo, amor, papel, impresión y encuadernamiento es físico, aún en todo lo que eso contiene de espiritual. La palabra entonces es completamente iluminista: “Las pesadillas no me duran / de inmediato me doy cuenta de que no es real / y me salgo / dejando al sueño siniestro / vestido y alborotado / es algo que me enseñó la ansiedad: a dudar siempre que algo parece ir mal / y arreglarlo con un pensamiento.” ¿Sueño o realidad? ¿Imaginación o descubrimiento? “El interior es crucial / la columna que sostiene el discurso”.
A veces la claridad se disipa y llena de preguntas y pensamientos “enredados enrevesados enervados”, Otta le pide a la IA que intuya lo que piensa: “ofréceme / lo que necesito / eso que me resisto a nombrar / ve por él / (y que sea real)”. Y así en lo humano –demasiado humando– triunfa siempre la ficción, el sueño, mientras que la poesía “ofrece condiciones de vida favorables”. Y escribe: “Las personas que más me gustan son inéditas”. Una más entre tantas notas inspiradoras que iluminan un texto muy versátil y muy dulce, en colores para escribir la luz y comprender el quid de este paseo de observación sobre el planeta tierra. Tiene otros libros publicados en Buenos Aires: Mi niña veneno en el jardín de las baladas del recuerdo (Neutrinos, 2021) y La vida ya superó a la escritura (Caleta Olivia, 2023).