Durante los últimos meses, distintos políticos de La Libertad Avanza han sugerido, entre otras cosas, generar mercados parar órganos y bebés y privatizar ríos y ballenas. La idea detrás de esto es que los mercados son la forma más eficiente de distribuir los bienes y servicios en una sociedad. En este contexto, cabe preguntarse por qué estos políticos no han sugerido comprar y vender votos o sexo. La respuesta es compleja pero la principal explicación es que las sociedades han decidido a lo largo de la historia, y mediante procesos a veces cruentos, que cosas está bien o mal intercambiar. Es decir, si el intercambio es moral o inmoral. Al definir esto, se determina cuál es el valor de las cosas, algo muy distinto a asignarle un precio de mercado como lo señaló en su momento Antonio Machado (“Sólo un necio confunde valor y precio”). Estas definiciones morales tienen límites difusos y cambian con el tiempo y entre sociedades. Por ejemplo, mientras la mayor parte de los países del mundo han abolido la esclavitud, la subrogación de vientres crece a nivel global y en muchos casos implica el pago de un alquiler por el vientre. Mientras algunos países permiten, en mayor o menor medida esta técnica de reproducción asistida, en otros está completamente prohibida. La conservación de la naturaleza también vive estas tensiones. Mientras algunos países convierten a la naturaleza en un sujeto de derecho en otros ámbitos se generan mercados de Carbono o de biodiversidad.

Esta breve nota está inspirada en dos libros que tratan sobre estos temas en la intersección entre la filosofía política y la economía: “Lo que el dinero no puede comprar” de Micheal Sandel y “Por qué algunas cosas no deberían estar en venta” de Debra Satz. Ambos indican que desde la caída del Muro de Berlín se ha observado una influencia creciente de los mercados en dominios de la vida social que anteriormente eran regulados por otras reglas y valores. Durante las últimas tres décadas la privatización y mercantilización ha avanzado a un estado actual en el cual existen pocas cosas que no se pueden comprar y vender. Los autores sugieren que esta Era está marcada por un triunfalismo del mercado y que hemos pasado de una economía de mercado a una sociedad de mercado. En esta nueva Era, los mercados no solo definen las relaciones de producción e intercambio de bienes y servicios, sino que también regulan y moldean de forma creciente la vida en sociedad y la existencia humana en general.

Según Sandel y Satz, la mercantilización de la vida social tiene numerosos efectos perjudiciales tanto para las sociedades como para los individuos que las componen. En primer lugar, la mercantilización de las cosas tiende a incrementar la desigualdad, ya que cuantas más cosas están a la venta, más dinero necesitamos para satisfacer nuestras necesidades. Al determinar que el acceso a bienes o servicios se realiza únicamente a través de una transacción de mercado, aquellos que no pueden pagarlos se ven privados de estas necesidades. Esto ocurre, por ejemplo, con la privatización de la educación y la salud. Ambas son fundamentales para asegurar una vida plena y son esenciales para el ascenso social. Por lo tanto, que el acceso a educación y salud de calidad dependa de la riqueza de las personas y no esté garantizado libremente, determinará indefectiblemente un incremento de la desigualdad, que sin dudas es uno de los principales problemas y desafíos que tiene la humanidad actualmente.

En segundo lugar, la mercantilización socava y corrompe las motivaciones intrínsecas de determinadas conductas. Por ejemplo, pagarles dinero a los niños para que lean más libros puede tener efectos positivos en cuanto al aprendizaje, pero también negativos respecto a los incentivos que existen para hacerlo. Seguramente acordaríamos socialmente que pagarles sería un soborno, un ejemplo de mala educación y un acto de corrupción, algo que generalmente nos preocupa y repudiamos fuertemente como sociedad. Los ejemplos de mercados que afectan la naturaleza del bien o servicio que transan abundan, pero uno muy ilustrativo lo plantea Alejandro Dolina en uno de sus cuentos. Es el caso de un hipotético “mercado de la amistad”, al cual alguien puede recurrir y alquilar “un/a amigo/a” para ir a la cancha o al cine. Queda claro que el concepto de amistad se desvanece en el instante mismo que se mercantiliza. Por ende, muchas de las cosas buenas de la vida y de la existencia humana son degradadas y corrompidas al ser mercantilizadas.

En este contexto, es importante hacernos muchas preguntas, ¿queremos que la decisión de contaminar un río sea en una transacción entre quienes quieren pagar por contaminarlo y aquellos que no pueden pagar por protegerlo? ¿queremos que la existencia de trabajo infantil dependa de la oferta y demanda de empleo? ¿cómo hubiese sido la asignación de vacunas de COVID en un país sin salud pública, todos hubiesen podido acceder a ellas? ¿queremos un país en el cual donde hay una necesidad nace un mercado? ¿Estamos dispuestos a dejar las soluciones a la crisis climática en mano del mercado? Las elecciones como ejercicio ciudadano de la democracia no son únicamente una oportunidad para meter en un sobre aquello que nos gusta o lo que creemos que va en contra de lo que nos disgusta. También son un momento y una oportunidad, por el momento sin precio de mercado, para que pensemos qué tipo de país y planeta queremos y qué valor le damos a nuestra existencia y a la vida en general.

Sebastián Aguiar, Gonzalo Camba Sans y José Paruelo. Docentes e investigadores, FAUBA y CONICET.