Vengo de una clase media acomodada, con unos padres que se decían radicales. No por ideología sino porque fue con lo que se sintieron representados después de la dictadura. Del lado materno, antiperonistas y anarquistas; del paterno, socialistas.

En mi casa no se hablaba de peronismo, ni de anti peronismo. A medida que fueron pasando los años mis padres han compartido sus posturas partidarias. Hablaban poco de política. Lo defendieron a Alfonsín y lo maldijeron a Menem. En su segundo mandato nos tocó de lleno la privatización porque a mi padre lo “invitaron” a que acepte “un retiro voluntario” de su empleo público en el que estaba hacía más de 30 años. Terminó a sus 60 años de edad desempleado.

Yo que nací con Videla, tuve mi Infancia alfonsinista, una adolescencia menemista y mi recibida universitaria terminó el mismo día en que De la Rúa se escapó en helicóptero. De ahí vengo.

Los años continuaron hasta que comencé a salir con una chica que se proclamaba peronista. Cuando comenzamos a salir, mediaba el 2010 y recién se había aprobado la Ley de Matrimonio Igualitario.

De a poco comenzó a interesarme lo que sucedía en lo social-económico, me escuchaba defender un modelo de país, empecé a tener un ideal y quería ser parte de una transformación social para que haya una mayor equidad. Comprendí que hay un poder económico que cuenta con la complicidad de los medios de comunicación hegemónicos y al cual le conviene el individualismo y también pregona por separar al ciudadano de a pie del resto para, como en una película de terror, cercenarlo.

El otro, el de al lado, al que no conozco, quiero que tenga las mismas oportunidades y los mismos derechos. Que no haya una sociedad de privilegio para algunos pocos que puedan pagarla, que haya salud y educación pública porque es necesario que esos derechos estén garantizados en un país soberano. Estudié en la Universidad Pública y trabajé casi veinte años en un Hospital Público. Tal vez no funcionen hoy en día de la mejor manera o como nos gustaría, pero están y no dejan a nadie afuera. Si no estuviesen, no podríamos ni discutir su mal o buen funcionamiento. El otro, el de al lado, y al que no conocemos, tiene que estar también adentro del sistema.

No podemos pronunciarnos apolíticos porque somos seres sociales y la política nos atraviesa desde antes de nacer. Y vivir en un país democrático nos compromete a cada une a sostener qué políticas queremos para nosotres, para nuestres hijes, para nuestres sobrines, para nuestres padres y amiges. Yo quiero un proyecto político de inclusión y equidad, un modelo de país para todes.

Este año se cumplen los 40 de democracia. No podemos olvidar ni renegar de la época del proceso militar, totalitario, dictatorial y anti democrático. Tampoco podemos confundir libertad con liberalismo. Porque en esa diferencia hay un abismo. Tanto el liberalismo como el negacionismo son consecuencias de un capitalismo en su máxima expresión. Una cosa es elegir y otra cosa muy distinta es pensar que soy libre de hacer lo que quiero. Hacer lo que a cada une se le canta, no cuenta con una legalidad que regule. Ese neoliberalismo o esa libertad que avanza implica clausurar al otro, tacharlo, negarlo, anularlo y, sobre todo: odiar al prójimo. Porque se lo piensa como un adversario a eliminar.

Hay que aprender a convivir con lo otro, con lo extranjero y con lo extraño, porque es lo que nos hace ser parte de una construcción social en la que estemos todes adentro, porque en definitiva todes somos el otro.

Si hay algo por lo que quiero seguir peleando es por la dignidad. Al día siguiente de la aprobación de la Ley de Matrimonio Igualitario (2010) yo tenía los mismos derechos que los demás. Así le habrá sucedido también a aquelles que pudieron cambiar su nombre en su documento de identidad, como también a aquellas amas de casa cuando le reconocieron los años trabajados en su hogar criando a sus hijes.

Si libertad es poder expresarse, pensar, circular, defender y amar, ¿por qué entonces la derecha proclama por una libertad que avanza para eliminar al otro?, ¿hacia dónde avanza la libertad que anuncian cuando quieren sacarte derechos conquistados?

En estos últimos años han salido muchas leyes que apuntan a poder elegir, como ser: la Ley de Matrimonio Igualitario, la Ley de Identidad de género, la Ley de Interrupción voluntaria del aborto, y tantas otras. Yo quiero seguir eligiendo y no creo en una libertad que avanza sobre el otro con toda su violencia simbólica. Elijo defender mi libertad ya ganada en el devenir democrático, esa libertad que amplia derechos, un Estado que piensa en su gente.

La derecha no pregona los derechos porque piensan que los derechos son privilegios. A lo largo de los años logramos conseguir muchos. Ahora son derechos adquiridos y por cierto naturalizados, pero podemos perderlos. Nosotres como clase media tenemos nuestros beneficios porque -además de hacer uso del subsidio del subte, del bondi o del tren que nos tomamos todos los días para ir a trabajar, hacer un lavado en el lavarropas sin preocuparnos por la factura de luz, o usar el aire acondicionado frío/calor cada vez que lo necesitamos- podemos ir a la Universidad Pública a estudiar, podemos mandar a nuestros hijes a un colegio público a estudiar al igual que nuestre vecine, porque vivimos en un país con un Estado presente y para todes.

Destruyendo no se construye. Construir derechos lleva años y destruirlos, un par de decretos y algunas privatizaciones. A nadie le gusta perder lo ganado. Una de las cuestiones más importantes es no olvidar. Tener memoria y ser consciente de dónde venimos, de cómo vivieron nuestros padres y de cómo llegaron nuestros abuelos. El Estado somos todes y cada une de nosotres. La desmemoria borra nuestro origen y en ese borramiento perdemos lo que verdaderamente nos orienta.

Aún falta resolver muchas cuestiones, pero de lo que estoy segura es que no podemos entrar en una guerra de clases. Los discursos de odio, rechazan el amor y siembran reacciones violentas.

Donde hay una necesidad, hay un derecho. Por más y mejor Estado, elijo un modelo de país que no piense solo en el individuo para despojarlo de toda contención, para descuartizarlo con la mano invisible del mercado blandiendo su motosierra.