Como sostuve en estas páginas hace poco más de dos meses, en el texto Milei no es el problema, es importante evitar la impugnación y descalificación de Milei apelando a su estado de salud psíquica. Voy a profundizar en esta idea. Por un lado, porque es éticamente reprobable; es decir, la impugnación de alguien para ejercer una función pública o aun privada (sea la presidencia o un cargo legislativo, un ministerio, la docencia, la justicia, la dirección de una empresa, etc.) nos ubica en el territorio de la discriminación en relación a una característica del otro. Lo cual --a su vez-- abre a otra cuestión: el reduccionismo al que pertenece toda posición que pretenda invalidar la capacidad de alguien para ejercer un cargo político reduciéndola a su estado psíquico. El cuestionamiento de un candidato para ejercer la primera magistratura debiera ser político y, también, ético. La descalificación de Milei podría llevar también a la idea de calificar el voto: no podrían votar quienes no den muestras de su salud psíquica, su madurez, su inteligencia. Cuestiones que por otra parte no se le solicitan a ningún candidato, así como tampoco se le pide que dé muestras de su salud física. El camino de la descalificación apelando a la salud mental del candidato Milei lleva a un callejón sin salida y a todo tipo de absurdos. Y plantea dos problemas: uno ético, otro político.

Y ahora voy a lo que considero que es lo más importante: para al común de las personas no caben dudas de que Milei está “loco” (así, en estos términos, que hasta hacen al título de un libro sobre él), y aun así el 30 por ciento de los votantes lo elige. Sucede que el discurso que pretende descalificarlo por su estado de salud mental no considera, no acepta, no entiende que se lo elige justamente por eso: por su locura. Eligen a un loco, un personaje que les entusiasma, que encarna su hartazgo, su bronca, su impotencia, etc. Para sus adeptos, el discurso de que está loco no hace más que reforzar su elección y, probablemente atraigaa más votantes.

Ver a alguien trastabillar en una cuerda floja (así se lo ve habitualmente a Milei) es algo atractivo, genera identificaciones. Es una muestra de esa fragilidad ontológica que nos habita. Al mismo tiempo, de la fragilidad a la cual nos ha arrojado esta forma de vida traumática, una de cuyas consecuencias es un estado generalizado de disforia y un déficit cognitivo que nubla el juicio de realidad. Por otra parte, descalificar a Milei es descalificar a quienes lo eligen. Lejos de descalificarlos se trata de entenderlos: Milei es alguien que los representa, a diferencia de la estafa que sienten respecto de los que dicen representarlos. Hablo de los representantes de una democracia representativa (esos que según nuestra constitución son los únicos habilitados para deliberar). Democracia representativa: dos palabras que se ha comprobado que son dos mentiras. No gobierna el pueblo y los representantes no representan al mismo.

Si seguimos en la línea de considerar como loco a Milei, esto lo hace ingresar en una larga serie de personajes “locos”, circunstancia que no obstó para que fueran electos y, en algunos casos, vitoreados. Habiendo desatado a su paso todo tipo de catástrofes... y sin embargo son todavía hoy reivindicados por muchos sujetos. Para el sentido común cuesta entender que hayan sido elegidos por su “locura”. No debiera ser el caso del psicoanálisis, que si por algo se caracteriza es por distanciarse de todo sentido común, es más, lo cuestiona. Por otra parte, el psicoanálisis enseña que todos padecemos de cierta locura. Por algo se dice que de lejos todos parecemos normales, pero no cuando se nos mira de cerca. Alguien (Castoriadis) ha dicho que somos animales locos por la disfuncionalidad que nos habita. Esa locura puede dar lugar a lo maravilloso o a lo siniestro. Pero no puede ser desalojada. No se trata de elogiar a la locura, sino de considerarla como algo normal. Que no debe confundirse con los cuadros clínicos graves y el padecimiento que producen a quienes los sufren.

Personajes como Milei agitan la locura privada de muchos sujetos, y más cuando parte de esa locura es producto de una forma de vida --como sostuve-- traumatizante, que en nuestro caso ha producido que un 40 por ciento de la población esté en la pobreza y que un porcentaje aún mayor de jóvenes habite en la misma, careciendo de toda posibilidad de labrar su proyecto identificatorio. Y que el 9 por ciento de la población sea indigente. Esto se yergue sobre el colectivo como una amenaza. Y refuerza la icónica imagen de la motosierra: es la de alguien que viene a cobrar venganza de aquellos que sometieron a semejante castigo a esa enorme masa de la población (traduciendo los porcentajes citados: de 46 millones de habitantes, 18.400.000 son pobres, 4.140.000 son indigentes). ¿Cómo eso no va a generar identificación, a caballo de la precarización, el desamparo y también de la bronca y el hartazgo?

El desamparo es aquello alrededor de lo cual buena parte de sus votantes se reúnen, viendo a su vez a alguien que personifica el desamparo, lo ven en las entrevistas sentado en la punta de un asiento, transpirando, balbuceante... y con arranques que parecen rabietas. El desamparo se hace presente porque el Otro viene dando muestras de haber desertado, dejando a buena parte de los sujetos sin un tercero a quien apelar (Ulloa). Por cierto que nunca podrá ser Milei ese tercero. Pero promete que puede serlo (como Menem lo hizo en su momento). Y si no hay tercero a quien apelar, si éste está ausente, si ha desertado, se abre un panorama del que puede salir lo mejor o lo peor, ya que implica una mayor libertad y responsabilidad en las decisiones de los sujetos.

Los psicoanalistas, lejos de descalificar a un candidato a la presidencia apelando a un supuesto saber sobre la salud mental, deberíamos hacer un trabajo de elucidación crítica (Castoriadis): una reflexión sobre lo que se piensa (volver sobre el pensamiento acerca de Milei y sus adeptos), y un pensar sobre lo que se hace: acompañar todo aquello que sea una muestra de la manifestación de un pensamiento lúcido y crítico a nivel del colectivo --al que el psicoanálisis puede contribuir--, que lo arranque de la fascinación por un líder que se alimenta de lo que conocemos desde Freud como miseria psicológica de las masas. Que es producida por el desamparo y la fragmentación del colectivo y que deja las puertas abiertas para la aparición del mesianismo y las catástrofes a las que puede conducir, tal como el flautista de Hamelin.

Yago Franco es psicoanalista y escritor. Miembro del Colegio de Psicoanalistas.