En su última clase magistral dictada en la UMET, Cristina Fernández de Kirchner presentó la reedición del libro “Después del derrumbe. Teoría y práctica política en la Argentina que viene”, que reúne conversaciones entre Torcuato Di Tella y Néstor Kirchner, que en ese entonces estaba en campaña para la elección presidencial. En la misma presentación hizo varias referencias a otro libro, “Economistas contra la democracia” del francés Jacques Sapir, economista de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, que conversó con Cash en ocasión de la actual campaña electoral.
- ¿Cuál es el contexto de la publicación del libro "Economistas contra la democracia"?
- El libro se publicó en Francia en 2002, y fue el resultado de tres fuentes: por un lado, es la continuidad de mi libro “Los agujeros negros de la ciencia económica” que era una reflexión sobre el tiempo y el dinero en la economía, del cual había excluido una serie de reflexiones políticas. La segunda fue una reflexión sobre la crisis financiera rusa de 1998, donde salieron a la luz varios hechos de corrupción y colusión de los economistas occidentales a cargo de la economía rusa en ese momento. El conflicto entre el equipo de Jeffrey Sachs y el FMI que entonces conducían las riendas económicas del país me llevó a trabajar la relación entre el pensamiento económico y la democracia. La tercera razón es que, en 2001, la crisis rusa se había ramificado a Brasil y luego a Argentina, una propagación que se estimaba probable. La idea del libro era dar cuenta de la incapacidad del sistema de controlar o evitar las crisis financieras, y de la relación ambigua entre economistas y democracia: a mi entender, los economistas suelen encontrarse molestos con las reglas de la democracia.
- Veinte años más tarde, en Argentina se sigue hablando de su libro. ¿Por qué cree que conserva su vigencia?
- Hay cuestiones particulares en Argentina. Pareciera que ese país nunca salió de la crisis del 2001, la deuda y la presencia del FMI es una constante. Pero, además, hay una cuestión de principios: los economistas ortodoxos siguen reproduciendo los mismos comportamientos que denunciaba en 2002, lo que demuestra que estamos frente a estructuras y no solo a comportamientos individuales. Los individuos se comportan de esa forma porque son programados para comportarse así, y en parte eso es por la ideología económica: los economistas pretenden que la economía plantea leyes y reglas que están por encima de la democracia. Los economistas ortodoxos piensan que la ciencia debe independizarse de la democracia, sin preguntarse cómo se elaboró esa ciencia. Cada escuela económica tiene su capacidad interpretativa, y cada política económica se puede discutir, con lo cual la idea de separar la representación popular de las posiciones científicas es peligrosa intelectualmente, pero sobre todo políticamente nefasta porque plantea que la economía está por encima del campo democrático.
- A Javier Milei no parece convencerle la democracia como sistema político. Incluso respondió en una entrevista que la paradoja de Arrow demuestra que ella cometió muchos errores. ¿Le sorprende esto viniendo de un economista de inspiración austriaca?
- El hecho que un economista de inspiración austriaca cite a Arrow es raro, porque Arrow es un economista neoclásico, escuela muy enfrentada con la austríaca. Hay dos críticas de la economía neoclásica, por izquierda (los postkeynesianos y marxistas) y por derecha (los austríacos). El enfrentamiento entre neoclásicos y austríacos hace imposible que uno reivindique a la vez a Arrow y a Hayek. Dicho esto, Arrow retoma la paradoja de la democracia tal como fue originalmente enunciada por Condorcet. La hipótesis de Condorcet es que los individuos tienen preferencias que son específicas a cada uno y no se ven afectados por el contexto en el que estos viven, con determinados supuestos matemáticos. No obstante, las investigaciones de Paul Slovic o Sarah Lichtenstein rechazan esos supuestos y demuestran que las preferencias se construyen en el momento de la elección y que varían de un momento a otro, como cuando uno va siempre al mismo restaurante y va cambiando de menú. Como resultado, los supuestos de la teoría de Condorcet se desmoronan. Lo paradójico es que la escuela austríaca se encuentra más cerca de las críticas de Slovic y Lichtenstein que de Condorcet en este debate, con lo cual es raro ver que un economista que se dice austríaco rechace lo más interesante de la teoría austríaca y reivindique lo más discutible de la teoría neoclásica. Pero más allá de la teoría, Milei es un político y usa la paradoja de Condorcet para enviar un mensaje en línea con los populismos de derecha en el mundo: a través de la paradoja de Arrow nos dice que odia a la democracia.
- Una de las promesas de campaña de Javier Milei es el abandono del peso argentino en favor de una dolarización. ¿Qué opinas de estas propuestas?
-No tiene sentido dolarizarse si Argentina no tiene la mayoría de sus intercambios comerciales con Estados Unidos, y hoy los principales socios comerciales de Argentina son Brasil y China. La dolarización no es pertinente desde el punto de vista de la estructura del comercio internacional de Argentina, pero además en términos dinámicos es imposible que Estados Unidos transfiera dinero para ayudar a Argentina en caso de crisis. Para que haya moneda común, tiene que haber unión de transferencia, cosa que no ocurrirá entre Argentina y Estados Unidos.
- ¿Qué lecciones podemos aprender del proceso de abandono de la moneda soberana a la luz de sus críticas al funcionamiento de la zona euro?
- El euro aportó muchas desigualdades en los países que la adoptaron: mientras Alemania y Países Bajos fueron beneficiados, otros países se empobrecieron. En el caso de Italia o España, su PIB per cápita quedó estancado desde 2005, y en el caso de Francia se estima que perdió 10 por ciento de su riqueza por efecto del euro. El problema es que la constitución del euro vino sin instituciones federales que pudieran compensar los efectos de utilizar una misma moneda para zonas de distintas productividades. En un Estado federal, si una región exporta un producto y su precio se desmorona tiene una crisis cuya única forma de resolverlo es redistribuyendo ingreso entre regiones. Por lo tanto, el euro es disfuncional porque se da sin un esquema de compensaciones federales.
- Una propuesta asociada a la dolarización es el fin del Banco Central, e incluso la posibilidad de reformar el sistema bancario en el "Simmons Bank". ¿Qué riesgos pueden estar asociados con esto?
- Hay distintos niveles de riesgos. Si Argentina se dolariza, el Banco Central argentino no tendrá la misma relevancia. La idea de transferir todos los ahorros hacia la bolsa que en última instancia es lo que se propone con la Banca Simmons, es concebible si estamos en un mercado bursátil perfecto, con mucha profundidad, cosa que Wall Street no es, y a fortiori tampoco la Bolsa de Buenos Aires. Eso traería un factor de desequilibrio macroeconómico y de potencial despojo del ahorro. Los ahorros colocados en la bolsa deben ser de largo plazo, 10 años o más, pero si se los necesita en pocos meses se vuelve muy peligroso, y se podrían dar situaciones de fuertes pérdidas para los ahorristas. Estas propuestas son consecuencia de querer hacer política usando nociones de ciencia económica como el de mercado perfecto. Ahí existen dos caminos: o se asume que el pensamiento es solo teórico sin aplicación real, o se trata de aplicar en la realidad con lo cual se deben contemplar las condiciones reales de funcionamiento de los mercados financieros, que suelen ser disfuncionales.
- La situación internacional es preocupante. La desglobalización parece estar adquiriendo un estilo cada vez más violento. ¿Cuál es su análisis sobre el tema?
- La desglobalización se está acelerando. No es algo nuevo, sino que los primeros mecanismos de desglobalización se ponen en marcha con la crisis financiera de 2008. La pregunta es saber si esta desglobalización va a dar lugar a una nueva forma de instituciones internacionales a mediano plazo, o si vamos a una forma durable de fragmentación de los intercambios comerciales y monetarios. La incorporación de Argentina a los BRICS junto al Irán y Arabia Saudita, entre otros países importantes, nos obliga a preguntarnos si la intención no es seguir expandiéndose y de esa forma llegar a una masa crítica suficiente a mediano plazo para hacer posible una negociación con el bloque occidental. Hoy por hoy los BRICS representan 37 por ciento del PBI mundial, mientras que el G7 representa 46 por ciento. En algún momento se debería negociar entre esos bloques para evitar una fragmentación cada vez más fuerte con impacto negativo sobre el desarrollo económico de los países más vulnerables, pero puede tomar la forma de una fragmentación militar. La ex primer ministra Británica Liz Truss ha dicho en Taiwán que el G7 debía transformarse en OTAN económico, lo que es muy peligroso. El mundo occidental debe entender que no puede gobernar el conjunto del planeta porque emergieron otros países con peso económico decisivo, pero también porque perdieron parte de la legitimidad que nació con su victoria en la segunda guerra mundial. Esa deslegitimación se debe a que sus hechos no se corresponden con sus discursos, y esa doble vara se hace cada vez más visible para los demás países. Por eso la desglobalización toma la forma de una “desoccidentalización” del mundo que aparece como inevitable. Hay que pensar en reconstituir una forma de consenso internacional sobre principios universales, y ya no sobre los principios occidentales.
* Coordinador del Departamento de Economía Política del Centro Cultural de la Cooperación