Tras hacerlo en los Estados Unidos, Uruguay y México, No Te Va Gustar presentará por primera vez en vivo en Buenos Aires –en el Hipódromo, Libertador 4101, a las 21– su nuevo álbum, Suenan las alarmas. “Estamos en la etapa de seguir analizándolo, ver lo que ocurre y mostrarlo en diferentes partes”, reflexiona Emiliano Brancciari, cantante y guitarrista del grupo. “Es el disco que puede internacionalizarnos. Nos dimos cuenta de que mucha gente que no tiene nada que ver con nosotros le prestó atención apenas salió. Y eso nos da la sensación de que tenemos que hacerlo ahora. Pero es sólo una corazonada”. El presagio no es descabellado si se toma en cuenta que, además de convocar a un productor latinoamericano de estatura internacional como el venezolano Héctor Castillo, en su noveno trabajo de estudio los uruguayos se desvisten del sonido rioplatense que los definió en sus veinte años de trayectoria.
–¿Por qué quisieron salir de su lugar de confort?
–Era una necesidad. Escuchamos mucha música que no necesariamente tiene que ver con el Río de la Plata, lo latino o el rock latinoamericano. Y queremos ir hacia esos lugares, musicalmente. Héctor nos dio en el audio un vuelo que tiene más que ver con eso. Pero era lo que buscábamos cuando lo llamamos.
–Luego de haber sido uno de los artistas de referencia de ese rock rioplatense que gobernó en la escena argentina durante la década pasada, ¿cómo se sienten al despegarse de esa propuesta?
–Ese cambio no lo buscamos en este disco, sino que siempre lo quisimos. Aunque, en un principio, fue resistido. Con el disco anterior, El tiempo otra vez avanza (2014), tuvimos un montón de críticas en las nos pedían que volviéramos a viejas formas, y eso es algo a lo que no le prestamos atención. Lo que ocurrió en este caso es que, si bien seguimos alejándonos de lo que fuimos en algún momento, todo ese público también reconoce algo de nuestro pasado en esto.
–Otro de los rasgos distintivos de Suenan las alarmas es el orden y la disciplina, lo que evidencian la sección de caños, al igual que la base rítmica. ¿Se ven cómodos dentro de esa estructura o aún los asusta?
–Nos sentimos liberados. Y con Steve Berlin (músico del grupo estadounidense Los Lobos, quien fue sugerido por Castillo para se encargara de los arreglos del disco) tuvimos una química fantástica, especialmente con los caños. Se sintieron muy cómodos al no tener el arreglo escrito y ensayado, al igual que yo. A veces la canción no necesita de la sofisticación.
–Antes de entrar al estudio, ¿conocían el trabajo de Héctor Castillo?
–Sinceramente, no lo conocíamos. Nuestra única referencia suya era el audio del último disco de los Cadillac. Le pregunté a Vicentico “¿Qué onda Héctor?” y me dijo que era un fenómeno. Lo demás se dio solo y de gran manera. No tiene miedo de romper todo y empezar de vuelta. Es muy directo y soporta lo que tenés para decirle. Cuando se da de esa forma, confiarle tu arte a esa persona no te da ningún tipo de miedo.
–En comparación con el disco anterior, cuyo título es más optimista, éste es distópico. Y eso se refleja en las letras: todas tiene un pero. ¿A qué se debió?
–Se fue dando solo. Vivimos en un periodo de mucha turbulencia, de estar con todos lo vúmetros en rojo, al borde del colapso en todo sentido. Y así se fueron haciendo las canciones. Todas tienen en común esa sensación de alarma, de que hay que reaccionar porque explota todo.
–Más que un disco con respuestas, este trabajo es un amplificador del desahogo. ¿Cómo desarrollaron el hilo conductor?
–No es un disco conceptual, porque no fue lo que buscamos. Y si parece así, fue por pura casualidad. Dejamos doce canciones afuera, y si elegimos éstas fue porque eran las que más nos motivaban y estaban mejor. Eso significa algo.
–Al momento de componer las canciones, ¿se refirió al caos desde un punto de vista uruguayo o se paró en un lugar más latinoamericanista?
–En Uruguay existe ese caos, en menor medida o con menor exposición. No pongo las manos en el fuego por ninguna bandera, ni por nada, ni por nadie.
–Pero lo hizo por Pepe Mujica...
–Creo que no estuvo rodeado de la mejor manera, pero lo admiro muchísimo. Si bien mis pensamientos son de izquierda, no pongo las manos en el fuego por nada. Me parece que la corrupción es inherente al ser humano con poder.
–¿Fue adrede que este disco no tuviera canciones de amor, al menos de forma explícita?
–No hay canciones de amor ni de desamor. Pero hay otros amores: el de un amigo que se va, en “No deja de sonar”, que es para Marcel (Curuchet, tecladista del grupo, quien falleció en un accidente en Nueva York, en 2012, en medio de una gira), a quien le dedicamos el disco. La libertad de elección, no prestar atención a los juicios y que te sientas cómodo con los gustos son otros tópicos que hay acá. En “Autodestructivo”, que la compuse hace mucho tiempo, queda de manifiesto la ambigüedad porque habla de la tristeza de perder a mi abuelo, que fue como un padre para mí, y la alegría del nacimiento de mi hijo.
–¿Percibe el cambio en su forma de componer?
–No pienso en eso. Lo que sí siento es que tengo menos miedo. Puedo hacer una canción que sea en buena parte autorreferencial, pero no del todo. Me tomé esa libertad de escaparme de la historia real.
–¿Le sigue retumbando que los consideraran “la mayor banda del rock argentino”?
–Nos sentimos alejados de eso. Somos una banda que representa a Uruguay. Pero desde hace mucho tiempo dejamos de sentirnos de algún lado. Cuando hacemos música, no nos importa nada. Siempre hubo etiqueta y nos escapamos. Y vamos a seguir haciéndolo.