EL PORTAL - 7 puntos

Argentina, 2023

Dirección y guion: Andrés Perugini.

Duración: 65 minutos.

Estreno exclusivamente en Cine Gaumont.

En la localidad de Colonia San Ricardo, que todos llaman Iriarte por el nombre de su estación ferroviaria, dicen que un hombre santo repartió tierras y comidas, curó enfermos y vaticinó décadas antes la llegada de la pandemia de covid-19. La búsqueda en Internet de Rufino Tibaldi tiene como respuesta un par de entradas escuetas, apenas un recordatorio del día de su deceso, el 22 de mayo de 1976, y la réplica de su frase favorita: Dios con nosotros. 

El valioso documental de Andrés Perugini, que ha trabajado con realizadores como Eduardo Crespo y Gustavo Fontán en el rol de diseñador de sonido, intenta no tanto desentrañar el enigma de esa personalidad misteriosa –faro religioso y curandero para algunos, “manochanta” para otros– como registrar su recuerdo en aquellos que lo conocieron, radiografiando asimismo la vida esforzada de ese pequeño enclave bonaerense de menos de mil habitantes pegado a la frontera con la provincia de Santa Fe, cercano al pueblo de Germania y la ciudad de General Pinto, de donde es oriundo Perugini.

Entre tractores, cosechadoras y silobolsas cuyo contenido espera ser cargado en los vagones de tren, la cámara encuentra vestigios de alguna familia acomodada en las derruidas paredes de una pequeña mansión y una pileta carcomida por la vegetación. Perugini ofrece un puñado de entrevistas a personas que conocieron y acompañaron a Tibaldi en sus tiempos de actividad. Un anciano recuerda que, durante alguna de las varias dictaduras que asolaron el país, seguramente la de Onganía, el llamado telefónico de un alto mando juninense hizo que una denuncia seguida de detención fuera abortada de raíz. Es que el hombre tenía sus enemigos, en particular cuando una parte de la congregación católica comenzó a abandonar la iglesia para seguirlo en sus conferencias. “Dios no te mira la ropa ni el estado civil que tenés”, dice una mujer que le dijo Tibaldi cuando esta le contó que la parroquia le había prohibido a su hijo ser padrino por estar en pareja sin la mediación del sacramento matrimonial.

El portal, título indefinido que, sin embargo, posee una lógica sobrenatural irrefutable, entrelaza así el pasado y el presente, la fe y la superstición, a mitad de camino entre el documental tradicional, cabezas parlantes incluidas, y el intento de construir una narración más ambiciosa en fondo y forma. Hay dos momentos potentes que reflejan esto de manera diáfana. La fachada de una iglesia evangélica (¿el reemplazo moderno de la guía espiritual de Tibaldi?) esconde en su interior el esqueleto de aquello que supo ser: una sala de cine. Dos figuras recorren la cabina de proyección, donde aún pueden verse latas de películas y la silueta de un proyector; del otro lado, en la altura, los agujeros en la pared que supieron albergar sus haces de luz. Afuera, en el patio, la quema de una copia 35mm, como si se tratara de una bruja de celuloide. Un palacio plebeyo o templo profano, según la definición de Edgardo Cozarinsky, transformado en otra clase de templo.

Sobre el final, un grupo de jóvenes bebe alcohol en la vereda mientras conversan sobre religión y la posibilidad de la vida después de la muerte. Escépticos, descreídos, para ellos la figura de Rufino Tibaldi y sus andanzas por esta tierra se asemejan a una habladuría que ya pocos se toman en serio. Apenas un puñado de hombres y mujeres que recorren los últimos tramos de su existencia. Como ese cine que, empujado por las circunstancias, se ha olvidado de serlo, la figura del santo curandero es hoy una leyenda en peligro de extinción. Mientras tanto, el largo convoy ferroviario rebosante de soja parte de Iriarte en su camino a Retiro y, desde allí, al mundo.