Cambio Cambio - 8 puntos

(Argentina/2022)

Dirección y guion:

Lautaro García Candela

Duración: 90 minutos

Con Ignacio Quesada, Camila Peralta, Valeria Santa, Mucio Mancini y Darío Levy

Estreno en salas


La cámara avanza a bordo de un auto por la Avenida 9 de Julio. A medida que se acerca al microcentro, comienza a escucharse un boletín informativo radial donde el locutor dice cómo será el pronóstico del tiempo y el valor del dólar. Basta con la secuencia introductoria de Cambio cambio para notar las intenciones del joven realizador y crítico Lautaro García Candela, que en su segundo largo se propone establecer un diálogo brutalmente frontal con la coyuntura, la misma de la que una buena porción de los realizadores nacionales rehúye situando sus películas en no-lugares o, en el mejor de los casos, en lugares definidos pero vaciados de particularidades. En esos segundos, además, cifra un comportamiento habitual en quienes integran ese sujeto político y social muchas veces inaprensible que es la clase media urbana: la información indispensable antes de salir de casa es saber si lloverá y a cuánto cotiza la divisa estadounidense, más allá de que el billete verde pueda ser una quimera.

Estrenada en la Competencia Internacional del Festival de Mar del Plata del año pasado, el opus dos de Candela luego de la muy amable Te quiero tanto que no sé (2018) se inscribe con orgullo en un linaje de cine de corte realista y urbano que va de Nueve Reinas a Mauro, de Pizza, birra, faso a El estudiante. Una película viva que habla sobre la viveza, hecha de modo por momentos guerrillero (sacar las cámaras a la calle sin que nadie las note), que respira un inconfundible aire porteño y en la que durante gran parte de sus justísimos 90 minutos se habla de plata. De mucha plata. De la plata como objeto de deseo y disputas, de ella como el botín más preciado, como el ente rector de los compartimientos y pensamientos del grupo de arbolitos y “cueveros” a los que se sumará Pablo (Ignacio Quesada). Y es también una película sobre el mundo del trabajo, otro tema que debería estar mucho más presente en el cine argentino de lo que está.

Porque Pablo trabaja. Y no porque quiera, sino porque tiene que hacerlo. Suena a obviedad, pero no lo es: se sabe que pocas veces las ficciones nacionales definen a sus personajes a través del universo al que prestan su fuerza laboral. Pablo se gana el pan repartiendo volantes de una parrilla en la muy porteña calle Florida. No pasa mucho tiempo para que un brasileño le pregunte si cambia dólares, a lo que responde llamando a una amiga arbolito con la que comparte almuerzos y charlas cotidianas. En esas anda cuando ve a la flamante empleada del local de accesorios de celulares cercano a la parrilla. Un intento obvio de sacarle charla da sus frutos, y esa misma tarde termina tomando una cerveza con Florencia (Camila Peralta), una estudiante de Arquitectura que aspira a ganar una beca en Francia.

En ese primer encuentro le cuenta que tiene una banda de “punk melódico”, que nació en 2000 en Olavarría y que vive en la Ciudad de Buenos Aires hace dos años. Al igual que Roque (Esteban Lamothe) en El estudiante, el hecho de que sea un recién llegado hace que el film descubra junto a él un submundo –el de la política universitaria allí, el del negocio de la compra y venta de dólares aquí– cuyos mecanismos resultan desconocidos para común de los mortales incluso cuando se mueven a plena luz del día. Y, como Roque, una vez adentro de ese sistema (Pablo termina trabajando como arbolito para un poderoso y desconfiado “cuevero”), entenderá muy rápido cuáles son las hendijas para moverse como pez en el agua.

Cambio cambio pendulará entonces entre la subtrama romántica –que ata las motivaciones de Pablo a un objetivo concreto– y otra perteneciente a lo que podría definirse como “thriller financiero” y que se vincula con la posibilidad de un negocio redondo, aunque con riesgos. Es, pues, una guerra silenciosa que transcurre en plena calle Florida, un lugar del que García Candela se apropia para crear allí un mundo propio a la vez que tan cercano a lo cotidiano que será difícil volver a caminarlo sin pensar que cada galería tiene, en lugar de locales, bases operativas.