Sombras en el paraíso 

1986

Si bien no se trata de una ópera prima –la preceden Calamari Union, Crimen y castigo y el documental The Saimaa GestureSombras en el paraíso es la película que comienza a definir el estilo Kaurismaki, anticipando todo lo que vendría después. Asimismo, el largometraje de 1986 es el puntapié inicial de lo que se dio en llamar “Trilogía proletaria”, que completarían Ariel y La chica de la fábrica de fósforos. Los puntos de contacto con Hojas de otoño no son pocos, aunque aquí son un recolector de residuos y una cajera de supermercado quienes intentan entablar una relación en medio de adversidades de diverso tipo. Se trata asimismo de la primera participación de la actriz Kati Outinen en una película del cineasta, escalón inicial de una colaboración que atraviesa la barrera de la docena de títulos. De aquellos años provienen dos de las citas más famosas de Aki Kaurismaki. La primera es en respuesta a la pregunta respecto de su cine como reunión de intereses artísticos y narraciones sencillas, transparentes: “Si sospecho que un film es artístico dejo la sala inmediatamente. Un film puede ser arte, pero eso es cuestión de tiempo, lo decidirá la historia. Si alguien busca voluntariamente producir una obra de arte, no puedo más que reírme. Inevitablemente fracasará en el intento”. La segunda, en tanto, refiere a la imagen de Finlandia que su cine impuso en el imaginario cinéfilo: “De acuerdo con la gente de la Oficina Nacional de Turismo, he destruido con mis películas decenas de años de trabajo de promoción de la imagen del país. Espero que sea cierto, porque en sus folletos Finlandia estaba representada por un reno corriendo como un poseso delante de una puesta de sol con una botella de vodka en la boca”.

Nubes pasajeras 

1996

Otro de los títulos esenciales en la obra de Kaurismaki, Nubes pasajeras parte de una pareja ya establecida (ella es nuevamente Kati Outinen) cuya existencia comienza a ser horadada por el desempleo. Él pierde su trabajo como conductor de tranvías y, poco tiempo después, su esposa se entera de que el restaurante donde trabaja está a punto de bajar las cortinas para cederle el lugar a una típica cadena gastronómica. El estilo del realizador ya ha llegado a su máxima depuración y el tradicional humor deadpan (a cara de póker) es disparado en una serie de magníficas viñetas con un preciso trabajo de encuadre, duración de los planos y diseño de paleta de colores. A pesar de ello, como ocurre en todas sus películas, lo estético no quita lo humano, que es siempre y por sobre todas las cosas uno de los intereses esenciales del cineasta. Más allá de si el título remite, consciente o inconscientemente, a la película homónima del japonés Mikio Naruse, el plano final de Nubes pasajerases uno de los más recordados de toda su filmografía. Nueva demostración, asimismo, de la usual templanza esperanzada de sus historias, incluso luego de los derroteros más duros. Alguna vez, en usual estilo irónico, Kaurismaki declaró que no movía mucho la cámara porque eso era algo muy difícil cuando se tiene una resaca (su fama de gran bebedor lo antecede). Entrevistado por la revista británica Sight & Sound en tiempos del estreno de esta película, declaró que era ”un director mediano, de esa clase de directores. Es posible que nunca haga una obra maestra, pero si hago varias películas buenas, tomadas en conjunto se transforman en algo”.

El otro lado de la esperanza 

2017

Como ocurría en su película inmediatamente anterior, El puerto, Kaurismaki pone aquí de relieve un tema urgente, sin solución a la vista: los conflictos derivados de la inmigración en Europa. “De pronto, en el otoño de 2015, cerca de 30 mil refugiados inmigrantes llegaron a Finlandia, en el plazo de un par de meses”, declaró el realizador en ocasión del estreno en Argentina de El otra lado de la esperanza, en una entrevista exclusiva con Radar. “Lo normal hasta ese momento eran unos mil por año. La historia de la película está basada, por un lado, en las reacciones de los finlandeses y, por el otro, en la respuesta del gobierno. Por supuesto, en el film asistimos a la tragedia individual del protagonista, que acaba de escapar de su país natal, Siria. Hice que la sopa fuera un poco más suave agregándole un viejo relato cómico de un viajante, un vendedor de camisas finlandés”. La travesía del protagonista, Khaled, por infinitos centros de refugiados y oficinas gubernamentales es interminable. Difícil obtener un carnet de residencia, aunque tampoco se produce la expulsión del territorio. La historia incluye burócratas de diversa calaña y, desde luego, el protagonista es la víctima de un grupo de xenófobos. Pero, como suele ocurrir en las películas de Kaurismaki, también se cruza con seres humanos capaces de demostrar empatía y solidaridad. Decía también el realizador que “el gobierno de mi país está echando a todo el mundo, a casi todos los inmigrantes. Un 70 por ciento, mínimo. De esa manera, es imposible que el resto logre reunirse con sus familias. Incluso la posibilidad de conseguir o mantener un empleo se transforma en algo complicadísimo. Lo cual es estúpido, ya que Finlandia necesita de esta gente”.