La Libertad Avanza (LLA) presentó este miércoles un escrito en el que “denuncia” que el 22 de octubre, al cierre del conteo de cada mesa, las urnas fueron llevadas en camiones y camionetas por integrantes de la Gendarmería y en ese viaje, miles y miles de gendarmes geniales, vaciaron las urnas, cambiaron los votos que eran para Javier Milei por votos para Sergio Massa. De esa manera, cambiaron el resultado electoral de octubre.
En la primera vuelta, la diferencia entre Unión por la Patria (UxP) y LLA fue de 1.800.000 votos, porque Massa sacó 9.600.000 votos y Milei 7.800.000. Teniendo en cuenta que en una urna no votaron más de 280 ciudadanos, que a Massa lo apoyaron —en promedio— 103 y a Milei 84, sólo 25 votos de diferencia, se necesitan dar vuelta unas 72.000. O sea que para hacer semejante operación se necesita miles y miles de gendarmes.
Lo notable es que de esos miles y miles de gendarmes participantes de la maniobra denunciada por LLA, ni a uno solito se le ocurrió denunciar lo que estaba pasando. En tantos y tantos, no hubo uno que al menos llamar al 911 para contar que sus compañeros estaban alterando las urnas. Algún gendarme votante de Milei debía haber.
El asunto tiene muchas otras aristas. Las elecciones en la Argentina tienen un altísimo ingrediente de control popular. Las autoridades de mesa suelen ser docentes y cada uno de los partidos —fueron 5 fuerzas el 22 de octubre— tenía sus propios fiscales. Todos ellos, a las 18, contaron los votos, los pusieron en pilones, y firmaron el acta en el que los sufragios de cada fuerza se ponen en letras y en números.
Enseguida, los fiscales de cada uno de los partidos, no sólo se llevaron una copia acta, sino que, con un instrumento sofisticado, el celular, le sacaron una foto. Y se la mandaron al fiscal general de su partido, a su pareja, a sus padres, a un primo que vive en Estocolmo y al diarero de su barrio. Todo eso, antes que se carguen las urnas en el camión o camioneta. El gendarme, que es un genio, va a cambiar el contenido de la urna, mientras que el resultado de esa urna ya lo conocen las autoridades del partido y un montón de otras personas.
El pobre gendarme, encima, afronta otro problema decisivo. El presidente de la mesa volcó el resultado de esa urna en un telegrama que se envió al centro de cómputos, primero provincial y luego nacional. O sea, que el esforzado gendarme, subido a la camioneta y en sintonía con otros miles de gendarmes, hace un cambio del contenido de la urna cuando ésta ya está registrada oficialmente.
Peor todavía, unas horas más tarde lo que figura en el telegrama figura en el escrutinio provisorio y, además se subió a Internet, mesa por mesa. De manera que las autoridades de esa mesa y los fiscales pueden chequear si lo oficializado se corresponde con lo que firmaron unas horas antes. Control y verificación por todos lados.
Hay que reconocer que el hombre de uniforme, según LLA, tuvo habilidades extraordinarias. Sucede que el Código Electoral indica que, una vez contadas las boletas y firmadas las actas, la documentación y los votos se ponen adentro de la urna y ésta se cierra con una faja que firman las autoridades de mesa y los fiscales de cada partido. De manera que el gendarme-genio tuvo que tomarse el trabajo de despegar la faja con todo cuidado, sin que se le rompa, abrir la urna, falsificar el acta, incluyendo la firma de todos los que controlaron, cambiar los votos, ponerle la faja si es que no se le rompió y si se le rompió, falsificar una nueva faja, la firma de las autoridades de mesa y de los fiscales de todos los partidos. Un maestro.
Y semejante trabajo descomunal para no conseguir nada, porque el resultado ya está oficializado en el escrutinio provisorio. Cuando las autoridades judiciales pusieron en marcha el definitivo, de las 108.000 mesas prácticamente no fue necesario abrir más que 79 en La Plata. Y el resultado allí casi no tuvo diferencias con el consignado en el escrutinio provisorio. A nivel nacional, el escrutinio definitivo fue milimétricamente igual que el provisorio: las diferencias orillaron el 0,10 por ciento. Otra vez el sistema electoral argentino se mostró robusto y preciso.
Todo demuestra que la denuncia de LLA es disparatada y sobre todo imposible, irrealizable y sin sentido alguno. Es, más bien, otro evento que entra únicamente en el terreno de lo psiquiátrico.