En tren de enseñar, educar, capacitar en diseño, siempre se piensa en los más jóvenes. Emociona recibir el testimonio de Natalia Spina que desde el pueblo de La Cumbre, Córdoba, echa mano a todo tipo de recursos para enseñar a alumnos que van de los 90 a los 100 años. La epilepsia que sufre desde pequeña la hizo pasar por varias crisis que superó con un master en resiliencia y fue justamente en ese proceso de largos años que descubrió que no había nada mejor para paliar una depresión que ocuparse de otro. Fue así que, charleta y emprendedora a más no poder, se ofreció para colaborar en Link House, una residencia de ancianos que tiene la comunidad inglesa en su ciudad. Le sobraban ganas de comunicarse y ellos podrían escuchar. Lo que Natalia no calculó es la demanda y exigencia que recibiría de su alumnado, un grupo ávido por seguir aprendiendo, descubriendo y experimentando. 

–¿Cómo empezaste a enseñar técnicas a este grupo?

–Tengo 44 años, nací en Córdoba. Estudié Comunicación Social en la Universidad Blas Pascal. Estoy en Links House hace tres años y medio. Yo estaba pasando por un mal momento y sin trabajo, sentada en un banquito frente al fuego del hogar de casa, una frase se apareció en mi cabeza: “Si tenés pena de vos misma, tenés que buscar urgente alguien que te necesite”. Actualmente, doy talleres cuatro veces por semana de acuarela, origami, flores de papel, cuentos (con esto empecé y a partir de allí se desarrollaron charlas increíbles que son la base de relación, empatía y mejor convivencia entre los residentes), tejido, cestería con periódicos, entre otras. Las actividades están sujetas a las capacidades del grupo. Nada debe ser frustrante, todo intenta ser un nuevo comienzo, un proyecto, un descubrimiento de nuevos recursos creativos, una sorpresa con uno mismo. Diariamente los acerco mediante la tecnología a este mundo que tanto merecen disfrutar en sus logros y avances y que tan poco llega fácilmente hasta ellos. Viajamos con mi tablet por Street View a ver cómo están los lugares donde vivieron o nacieron sus padres, nos conectamos por video llamada de WhatsApp con sus nietos o bisnietos o tátara, miramos tutoriales de lo que vamos a hacer, sacamos ideas de Pinterest y participamos activamente de las publicaciones que hacemos en la página de facebook (@linkshouselacumbre). Disfrutan mucho de los comentarios a sus fotos y de ver el seguimiento de amigos o parientes. Cuando el clima está lindo y pueden caminar, damos unas vueltas por el jardín que da al golf, nos sentamos a leer buenas noticias en la galería al solcito o debatimos sobre temas de la actualidad. Trato de que puedan decir quiénes son, relatando su pasado y “nostalgiando” situaciones históricas compartidas o vivencias personales que hacen a su identidad, tengan conciencia del hoy del que son parte, del derecho a saber y participar del mundo que construyeron y el deber y deseo de entregar su sabiduría en infinidad de temas, cumpliendo una función social. Me preocupa esta sociedad tanto porque desecha a sus ancianos, como porque se pierde el capital único, irrepetible e invaluable de su testimonio y participación. Escribo sobre esto todo lo que puedo, rescato sus frases, acerco niños, adolescentes y adultos que los puedan disfrutar. Día a día descubro áreas nuevas, depende de cómo los vea progresar... nunca retroceden. A pesar de que nos volvemos como niños con el paso del tiempo, no es precisamente por ingenuidad sino por bondad, simpleza, austeridad, capacidad de perdón entre tantas cualidades que veo en ellos. Lo más fácil es amarlos... desde ese lugar sale el resto, instintivamente. Lo más difícil es reciclar su espíritu buscando nuevos recursos cuando los vitales, los que pensamos absolutamente indispensables como la vista o el oído, se ven disminuidos o muchas veces anulados. Pero hay una necesidad muchísimo más dolorosa si no es cubierta. Hay un denominador común en todos ellos: la soledad. Es la mala soledad lo que envejece, lo que aísla, lo que destruye el presente. A los lugares donde la gente mayor va a vivir, dejando su casa, se los llama en general, hogar de ancianos, asilos, casas de descanso o retiro y un listado de acepciones de empresarios y parientes culposos. Este lugar no lleva ninguno de esos sustantivos pues no los necesita. Es Links House, un espacio mágico para mí. 

 

–Siempre apuntamos a educar a la niñez. ¿Qué notás que valoran ellos de aprender cosas nuevas?

–Doy talleres a niños y ellos están acostumbrados a aprender. Viven aprendiendo. Tienen padres, maestros durante todo el día. La gente muy mayor, considera muchas veces que ya nada tienen por ver pero con estos talleres valoran que se los desestructura. Se sorprenden de ellos mismos. Ante la propuesta de realizar actividades artísticas, todos ponen un freno al comenzar porque piensan que van a tener clases con una maestra que les va a exigir hacer las cosas con el juicio que ellos consideran el correcto (el que han recibido en el colegio, lo que han visto hacer a sus pares, lo que les exigía el entorno... hacer todo con mayúscula prolijidad, dibujar y pintar como si fuera una foto, cuidar los detalles de las terminaciones en las manualidades). Yo les planteo de entrada que lo que vamos a hacer es una creación a nuestra medida, con estilo y recursos propios. Vamos a realizar diseños y arte con ojos que no ven bien, con manos a veces temblorosas, en los tiempos que nos permitan nuestras columnas o piernas. Con respecto a los oídos, la mayoría no escucha bien pero yo tengo un tono de voz muy alto naturalmente (cuestión que en casa es perturbable y con ellos muy oportuna).

– Si falta lo motriz, qué suman, qué tienen…

–Cuando ellos ven “errores” en sus trabajos, les muestro que muy probablemente haya surgido de esa –para ellos– “equivocación”, el foco principal de su creación. Así es como de un vaso de jugo de manzana volcado accidentalmente sobre la hoja, han salido obras otoñales; o con algo que consideraban “horrible” hemos realizado los papeles con los que hacemos prendas de vestir en origami. No pueden permitirse frustraciones en las acciones creativas, por lo menos yo no las permito. Conduzco mi mente a que entre todos veamos desde el conflicto, el punto de inicio de una creación única e irrepetible. La acuarela por ejemplo, es considerada una de las técnicas más difíciles en pintura. Sin embargo, cuando buscas los consejos de los maestros sugieren pintar sin anteojos y con un pulso flojo. Sólo de esa manera podemos permitir al agua que mezcle los pigmentos para que salgan nuevos colores. Por eso es que para sorpresa de ellos mismos, logran acuarelas lindísimas. Es un desafío enorme con la cultura anglosajona que tiene la gran mayoría en mi caso. Necesitan metas claras, patterns a seguir, bordes, márgenes, límites, lo que es correcto y lo que es incorrecto... valores con los que han sido educados firmemente. Y más aún... lo que “se ve bien o mal”. Una de mis alumnas de 93 años, Muriel, que ha partido hace un mes, me dijo un día mirando su trabajo: “Lo bueno de esta edad es que ya no te importa más la opinión ajena”. El uso del agua, por otra parte, obliga a que “deleguen” el resultado y acepten que no somos nosotros los únicos responsables de lo que salga.