Cada vez más se echa mano del miedo para movilizar al electorado perezoso. Pero la rabia es otra cosa. La rabia es un agente magnífico, no solo de movilización, sino de acción. El votante que siente rabia se convierte en un publicista, en un activista de su causa. La rabia es un estado superior al miedo. En ocasiones, se fundamenta en el miedo, pero va mucho más allá. El miedo hace que el elector se levante, la rabia lo hace avanzar contra aquello que desprecia. Fue la rabia la que movilizó al electorado progresista en las primeras elecciones. La misma rabia y el mismo miedo que produce aquel telegrama apócrifo de Rojas a Perón en 1955, que recoge Bioy Casares en “De jardines ajenos”: “Ni riges, ni ruges: rajas o rejas. Rojas”. Un juego de palabras que te hiela el alma.
Sabemos que vivimos con el pasado a cuesta. Con el que se niega también. Cuando Victoria Villarruel niega el genocidio banaliza la muerte y el horror. Lo sabe. Su odio ideológico busca crear un clima de fanatismo político mediante provocaciones que alcancen eco por su agresividad. Más que inculcar un mensaje, persigue crear un ambiente que nos encierre en cosmovisiones de odio.
La historia del fascismo es también la de su banalización, porque disfruta del extraño privilegio de no ser tomado en serio. Los mayores esbirros fascistas podían tener una comicidad inocente de muñecos de guiñol. Lo vemos en Milei, gesticulando como un tenor de ópera sobre un escenario de sainete, hinchando el pecho, con la barbilla levantada y con los ojos salidos de sus cuencas. Quién iba a tomarse en serio a este comediante tan desvergonzado, tan inverosímil. Demasiado histriónico para ser peligroso. Quien nos lo iba a decir ahora, con millones de almas abrazadas al falso profeta sin saber que el abismo descansa bajo sus pies.
Arrastramos una ultraderecha rancia, arcaica. Por negar lo niegan todo: el genocidio, el aborto, los derechos de género y de LGTBI, la función del Estado protector, el cambio climático, las pensiones, la sanidad, la educación pública, y también al fútbol. Niegan a los clubes como modelo de función social, como sociedades anónimas sin fines de lucro. “Me gusta el modelo inglés”, confesó Javier Milei. No solo. Está enamorado del último informe de Forbes-Bloomberg de 2022-23, sobre la evolución de los dueños de los 98 principales equipos del fútbol europeos: las grandes fortunas son propietarias de un 55% de la totalidad de las entidades; el capital riesgo un 14%; los fondos soberanos un 7%, las multinacionales un 5%; los inversores minoritarios otro 5%, y los socios con tan solo un 14%. Se estima que ese 14% de participación societaria será absorbido por el capital riesgo antes que finalice la década. No obstante la respuesta del fútbol argentino contra las Sociedades Anónimas Deportivas (S.A.D.) fue unánime.
No te cobijes en el odio. Esto ya no tiene que ver con lo que un día soñaste, sino con lo que puedes evitar, proteger, conservar. Tal vez este domingo el sol te sorprenda y amanezca poderoso, con un brillo desmesurado, que ilumine esta primavera cálida que tanto necesitamos defender.
(*) Periodista, ex jugador de Vélez, clubes de España y campeón mundial 1979