Editorial Barrett acaba de publicar Cuadernos de humo sagrado, una recopilación de tres ensayos del excepcional guionista y escritor británico Alan Moore, autor de obras fundamentales de la historieta mundial como Watchmen, V for Vendetta o The League of extraordinary gentlemen, entre decenas de otros títulos. El sello andaluz –que lanzó una edición local- reunió en este volumen con sobredosis de tinta cyan los ensayos “Buster Brown en las barricadas”, “El Cádillac de Frankenstein” y “La venus del Cenagal contra los anillos de pene nazis”. Tres títulos que, cuanto menos, resultan provocativos y atraen el ojo tanto como el cartelón con el nombre del autor en la portada del libro.

En sus ensayos Moore propone raccontos históricos sobre el desarrollo de la historieta, la ciencia ficción y la pornografía, tres lenguajes a su modo marginales (y cuyas historias se superponen en más de un punto). Lo interesante de la propuesta del mago de Northampton es que –sin necesariamente hacer juicio moral de cada lenguaje / medio / género- aborda el potencial (con frecuencia desperdiciado o acallado por el mercado) de cada uno de ellos para constituirse en una herramienta liberadora para sus lectores-espectadores.

Si el Moore-guionista es difícil de discutir, el Moore-ensayista u opinólogo suele levantar más polvareda. Difícilmente estos tres ensayos sean ajenos al fenómeno. La gran virtud del británico es que cada página obliga a pensar de verdad para poder discutirle. Luego uno podrá reprocharle algunas faltas (la ausencia total de Ursula K. Le Guin en el que dedica a la ciencia ficción, por ejemplo, obliga cuanto menos a emitir algún gruñido), pero para entonces el objetivo del autor está hecho y el lector ya va revisando mentalmente sus lecturas y consumos del pasado en función de las categorías que presenta Moore.

Es notable que siendo los ensayos originales de 2006, 2010 y 2013, aún conserven tanta vigencia, e incluso más, que cuando fueron escritos. Es otro rasgo notable de su autor: la capacidad de ofrecer obra perdurable e inoxidable.

En el caso de la historieta, el autor recorre buena parte de la historia del medio analizando sus orígenes de clase, su reconocimiento social y su capacidad para ofrecer miradas genuinas del mundo, además de recordar los puntos más bajos de los comportamientos corporativos. Es fácil advertir en esas páginas una mirada programática sobre su propia obra –que es siempre metatextual y habla al mismo tiempo sobre su presente y sobre otros lenguajes que la circundan-. Moore intenta en sus guiones practicar aquello que busca o reclama en las viñetas de quienes lo antecedieron o compartieron movimiento con él. Con modestia excesiva, evita incluir su propio nombre entre la renovación que distintos autores ingleses desarrollaron en el mercado norteamericano entre fines de los 80 y comienzos de los 90, aunque cualquier lector avezado conoce el papel crucial que jugó su firma primero en Swamp Thing, luego en todo lo demás, y cómo su éxito de crítica le abrió la puerta a sus coterráneos.

En “El Cádillac de Frankenstein” Moore pasa rápidamente por los orígenes y antecedentes de la ciencia ficción, pero se detiene especialmente en la vertiente norteamericana del género y propone una hipótesis muy interesante según la cual la primera etapa de su desarrollo en ese país se erige en una suerte de modelo a futuro. Si los valores europeos –dice Moore- se anclan siglos en el pasado, un país casi sin historia (y con parte de ella más bien vergonzante por la esclavitud) como Estados Unidos no tiene más remedio que constituir su ideal mirando al futuro y a la promesa de progreso de la ciencia. En contrapartida, advierte, buena parte de la ciencia ficción de otras latitudes es más bien desconfiada de esos mismos “avances”. A partir de eso, el británico propone rever la bibliografía fundamental del género.

Y aunque un ensayo sobre erotismo (y su contraparte mal vista, la pornografía) no parezca tener mucho que ver con los otros dos, Moore no sólo encuentra puntos de contacto (el rol de la temprana historieta y las “biblias de Tijuana” en el desarrollo de ambos medios, por ejemplo) sino que además parte de la misma base conceptual de que se trata de medios que, bien usados, podrían mejorar la calidad de vida de quienes los disfrutan. El erotismo, como un modo de desarrollo de las personas, está en el centro de la cuestión en este pasaje, aún con sus potenciales inacabados (¡ay!) y los achatamientos que –como en la historieta o la ciencia ficción- propicia el Mercado en función de hacer unos mangos más proponiendo bastante menos. Un problema que, salta a la vista, recorre a distintas industrias culturales. Estos ensayos de Moore permiten partir de ellos para pensar las otras con nuevas perspectivas.