A partir del 10 de diciembre la Argentina cambiará. El liderazgo político pasará a manos de Sergio Massa si gana Unión por la Patria o empezará una disputa encarnizada en la ultraderecha para determinar quién es el jefe de ese espacio si se impone Javier Milei. El libertario tiene como contrincantes nada menos que a Mauricio Macri y a Victoria Villarruel, quien por su lugar en la línea de sucesión presidencial teje a troche y moche para escalar a la primera magistratura.
Milei presidente no es lo mismo que Milei líder indiscutido de la coalición conservadora que lo llevaría a la jefatura del Estado. Armar el gabinete será de por sí para él todo un desafío, porque Macri le exigirá lugares clave para los suyos y dependiendo de cuánto resista y cuánta ceda, su figura de líder quedará más o menos afectada. Es un equilibrio delicado para alguien con sensibilidad frágil, que escucha voces y toses que lo atormentan, y que para colmo le ha vendido a la sociedad que será el amo de la motosierra.
En ese sentido, la conformación de un gobierno de La Libertad Avanza se presenta como un salto al vacío, lo mismo que sucede en el plano económico. Nadie sabe antes de las elecciones qué puede ocurrir porque el propio Milei y su gente se contradicen permanentemente. Un día dicen que quitarán todos los subsidios y al siguiente lo niegan, y al siguiente lo vuelven a afirmar, como uno de tantos ejemplos. En el terreno político es todavía más difuso, porque de convertirse en figura pública y referente de la ultraderecha con sus denuncias a la casta, Milei se tiró desnudo a los brazos de la casta para una alianza estratégica que excede lo electoral. Una alianza que lo puede fagocitar, si es que antes no lo desplaza su número dos, Villarruel, que viene del brazo de genocidas con ganas de mandar.
Milei para no ser un presidente débil o un títere deberá encontrar rápidamente en la gestión respaldo popular, porque de lo contrario las fuertes corrientes de oposición que ha generado lo pueden arrojar a un final calamitoso. En esta campaña surgió como pocas veces una militancia ciudadana con enorme potencia, desde las tripas, valiente y comprometida, para defender la democracia y el Estado de derecho. Pero, sobre todo, para ponerle un límite al maltrato, para no avalar ni tolerar discursos de aniquilamiento.
Con tamaña incertidumbre y complejidad en el terreno político, con una economía que el actual gobierno deja maltrecha, la Argentina del 10 de diciembre con Milei presidente sí que sería bien distinta a la actual. Más cuando lo que viene a hacer, según dijo, es un ajuste más grande de lo que pide el FMI, la privatización de la obra pública y de empresas del Estado y reformas regresivas en jubilaciones, leyes laborales, impuestos y seguridad social. Fácil no va a ser. Villarruel arriesgó que se necesita una tiranía.
El cambio de Massa
Massa presidente, en cambio, es primero que nada un giro en la conducción del peronismo. El candidato se encargó de remarcarlo en la campaña, con sus apariciones en solitario y el corrimiento de escena casi total de Fernández y Fernández de Kirchner. Obviamente que el liderazgo de Cristina no desaparece, porque es una figura emblemática de la historia nacional, un faro para cientos de miles o millones de personas. Pero en esta etapa ella misma pidió que se hagan cargo del bastón de mariscal y vayan al frente.
La propuesta de un gobierno de unidad nacional y la promesa de terminar con la grieta son los rasgos principales del modelo de liderazgo que está planteando el candidato de UxP. La ancha avenida del medio, como le gustaba llamarle. Ahí vuelven a entrar las corporaciones mediáticas, pero también la reivindicación de las figuras de Néstor y Cristina, la Mesa de Enlace y La Cámpora. Habrá que ver qué resulta, si mañana gana el oficialismo.
Lo mismo que Milei, Massa está obligado a dar respuestas de manera urgente a demandas sociales impostergables, empezando por el freno de la inflación y la suba de los ingresos populares. En su equipo aseguran que habrá políticas de shock en materia distributiva, justamente, para sostener a un presidente que tiene que ordenar una macroeconomía más que enredada, que acumula casi una década de decadencia o enorme decadencia.
El cambio de conducción política en el peronismo puede resultar virtuoso si Massa logra resolver las internas salvajes que anularon al gobierno de Alberto Fernández -a las que el presidente contribuyó tanto o más que sus contrincantes-. Esas peleas resultaron el peor obstáculo para la experiencia fallida del Frente de Todos, más que la herencia macrista, la pandemia, la guerra en Europa y la sequía histórica. ¿Por qué? Porque se diluyó el poder político entre tanta discusión y sin poder político no se puede gobernar. Los actores económicos concentrados y el capital en términos generales aplastaron a los trabajadores y a los más débiles. O como decía Martín Fierro, si los hermanos se pelean los devoran los de afuera. Imperdonable para el campo nacional y popular y muy responsable de que haya emergido del laboratorio más siniestro un personaje como Milei.
El cambio de conducción política en el peronismo puede ser un fracaso si Massa no hace como presidente lo que le piden las bases que lo votan: favorecer a las masas populares, generar condiciones de inclusión e igualdad, promover el desarrollo económico -con producción, ciencia y tecnología- y arremeter contra los sectores llenos de privilegios, como el monárquico y casteano Poder Judicial.
Pasado y futuro
En 2007, Néstor Kirchner dejó la presidencia con 69,4 por ciento de imagen positiva (28,5 negativa y 2,1 sin respuesta). En 2015, Cristina terminó con 54,3 por ciento de imagen positiva (44,6 negativa y 1,1 sin definición), con una plaza histórica el 9 de diciembre tras doce años de kirchnerismo. En 2019, Mauricio Macri retuvo 39,9 por ciento de imagen positiva, frente a un abrumador 57,8 por ciento negativa -y el cantito imborrable, Mauricio Macri la uu que te parió- y 2,3 que no se pronunció. A Alberto Fernández le toca irse con 28,5 por ciento de imagen positiva y nada menos que 68,4 negativa, y 3,1 sin pronunciarse. Milei cabalga sobre esa evolución que exponen los sondeos de opinión pública, la cual ha socavado en muchos las convicciones democráticas. Massa la tiene que dar vuelta.