La operación militar que realiza Israel se inscribe en una etapa de desorden mundial iniciado con el declive del unilateralismo estadounidense y la emergencia de China y Rusia como actores relevantes del incremental orden multilateral. En ese contexto, Moscú y Beijing han logrado posicionarse –en relación a la situación específica de Gaza– como defensores del derecho humanitario internacional, en oposición a las ambigüedades contradicciones occidentales. Sin embargo, tanto Vladimir Putin como Xi Jinping se han diferenciado de forma explícita del denominado “eje de la resistencia”, liderado por Teherán, integrado por Hamás, el Hezbolá libanés, las milicias chiitas de Irak, los hutíes yemenitas y Bashar al Assad de Siria.
Tanto Rusia como China buscan despegarse de las acciones de Hamás para no alentar a las fracciones fundamentalistas chechenos ni a los posicionamientos uigures, la etnia musulmana de habla turca que habita en la Región Autónoma de Xinjiang al noroeste de China. De hecho, la intervención de Moscú en la guerra civil siria –que le permitió la sobrevivencia al presidente Asad– se explica parcialmente por la participación en ese conflicto de los separatistas chechenos escapados de Grozni, luego de una rebelión iniciada por la Brigadas Internacionales Islamistas, derrotadas por Moscú en la primera década del siglo XXI. La presencia rusa en Siria se lleva a cabo en el marco de un acuerdo subrepticio con Israel, a quien se le permite tanto el bombardeo sistemático de posiciones chiitas, al interior de Siria, como la articulación militar con las fuerzas kurdas, enfrentadas con Turquía.
La articulación entre Tel Aviv y Moscú también se observa en la colaboración de inteligencia que comparten en conjunto con Egipto en el combate contra organizaciones fundamentalistas del Sahel y en el cuerno de África. El Cairo por su parte, busca bajar tensiones en la zona porque necesita garantizar la continuidad de la gestión del Canal de Suez, que le provee unos diez mil millones de dólares anuales. A ese factor económico se suma la hostilidad hacia la Yihad Islámica, otra de las organizaciones gazatíes ligadas a la Hermandad Musulmana, responsable del asesinato del presidente Anwar el-Sadat en 1981.
Hamás y la Yihad tampoco gozan de buenas relaciones históricas con Damasco: en 1982, mientras Hafez al Assad estaba en el poder –padre del actual presidente– las tropas sirias sofocaron una revuelta de refugiados palestinos liderada por los Hermanos Musulmanes, en la ciudad de Hama. En dicha insurrección fueron asesinados entre 10 y 30 mil civiles. Tres décadas después, al inicio de la guerra civil siria en 2012, Hamás se negó a defender a Asad, situación que motivó la matanza de refugiados palestinos residentes en el en el distrito de Yarmouk, mediante un largo sitio recordado como la Gaza de Siria.
El ajedrez de la zona se complejiza aún más con los vínculos que articulan a Teherán con Moscú y Beijing. Rusia depende cada vez más de Irán del suministro de aviones no tripulados (drones) para el mantenimiento de su operación militar en Ucrania al tiempo que Vladimir Putin garantiza la asistencia satelital que requiere la República Islámica para la orientación geoestratégica de su producción misilística. El factor petróleo también limita la posibilidad de una escalada en la zona y aísla aún más a Hamás. China sustituyó a Estados Unidos, en la última década, como mayor importador mundial de petróleo y los dirigentes del Partido Comunista Chino saben que una extensión de la guerra en el Cercano Oriente limitaría la circulación de los barcos petroleros y generaría un aumento del precio del crudo.
Moscú, por su parte, se ve doblemente favorecido por la actual crisis en la escala que se presenta: por un lado por exhibir las contradicción de Occidente, referidas a las invasiones justificadas por causas de seguridad nacional (Israel en Gaza y Rusia en Ucrania), pero –por sobre todo– por desviar la atención mundial de su operación militar y tensionar la realidad intraeuropea atravesada por problemas migratorios e islamofóbicos.
Por su parte, los mensajes diplomáticos enviados por Beijing a Teherán han sido rápidamente interpretados. En la última semana, el ex ministro de Asuntos Exteriores de Irán Mohammad Javad Zarif sugirió de forma explícita no involucrarse en el conflicto con Israel porque “la gente común y corriente será la primera víctima de cualquier guerra (…) Si arrastran a Irán al medio de la guerra, no le pasará nada a ninguno de los funcionarios del gobierno. La bomba caerá sobre el pueblo de Irán (…) ¿Quiénes serán perjudicados (…) ¿Los que ganan unos cuantos millones de dólares al día o los pobres?” Aparte del costo económico la entrada de Irán y Hezbolá en la guerra sería justo lo que Israel pretende.”
Las coordenadas geopolíticas son más discretas. Pero suelen ser más explicativas de lo que se supone.