En 1976 sobrevivió a La Noche de los Lápices, como pasó a la historia el secuestro la tortura y el asesinato de estudiantes secundarios que militaban en La Plata. Después de estar desaparecida fue llevada a la cárcel de Villa Devoto. Nacida en 1959, Emilce Moler es doctora en Bioingeniería, magíster en Epistemología y profesora de Matemática. Escribió uno de las narraciones personales más brillantes del terrorismo de Estado, el libro "La larga noche de los lápices. Relatos de una sobreviviente", que publicó Marea. Y como no deja de ser convocada para dar charlas en escuelas secundarias, su testimonio es clave para entender cómo una parte de la política desconoció la novedad que suponía la existencia de adolescentes que ya no automatizan la interpretación de la historia de la dictadura y hasta simpatizan con Javier Milei o Vicatoria Villarruel.

--Nosotros, y me refiero a los organismos de derechos humanos, al campo nacional y popular y a los sectores democráticos del Pacto del Nunca Más no salimos del estupor que nos produjo la irrupción de las nuevas derechas  --dice a Buenos Aires/12--. Y el estado de estupor te impide generar estrategias comunicacionales y políticas.

--¿Cómo se podría empezar a salir de esa parálisis?

--Asumamos que tenemos que debatir con las derechas. Asumamos que las ideas que considerábamos no cuestionadas están siendo cuestionadas, y que eso va a seguir. Asumamos que ya no alcanza con lo que construimos en 40 años. Y no me refiero solo al problema de la verdad histórica sobre los hechos.

--¿De qué otra cosa hablás?

--De cómo transmitir, relatar y poner en valor esa historia.

--Por ejemplo, ¿no dar por sabido nada?

--Es un punto. Cuando hablamos, ¿los jóvenes saben qué son expresiones como “crímenes de lesa humanidad”, “terrorismo de Estado”, “centro clandestino”? ¿Saben por qué la masacre no fue una guerra? ¿Conocen y entienden el indulto? ¿Comprenden la Ley de Obediencia Debida? Estos conceptos necesitan dos cosas: una explicación y tiempo para entender.

--¿Voluntad de transmitir con claridad y también paciencia?

--Exacto. ¿Cómo hablamos de las cosas que dice Victoria Villarruel si no explicamos estos conceptos? No se va a entender nada. Y sabemos que estamos hablando de cuestiones muy complejas, que no se resuelven en una frase. No es que nunca se explicó nada. La escuela hace denodados esfuerzos, y me consta. Hay experiencias maravillosas. Hay materiales muy bien elaborados en los ministerios nacionales y provinciales.

--Te van a decir que estás promoviendo el adoctrinamiento.

--Y yo les voy a contestar que no leen las leyes en vigencia. Sobre todo la Ley de Educación nacional, la 26.206. Esa ley dice cómo debe organizarse la educación y también incluye objetivos curriculares que sí o sí deben formar parte de los contenidos. Dejame que te lea el artículo 92, inciso c, de la Ley de Educación Naciona, que justamente establece qué elementos deben formar parte de los contenidos curriculares comunes a todas las jurisdicciones. Vale la pena citarlo textualmente, porque los contenidos son éstos: “El ejercicio y construcción de la memoria colectiva sobre los procesos históricos y políticos que quebraron el orden constitucional y terminaron instaurando el terrorismo de Estado”. El objeto, dice el mismo artículo, es “generar en los/as alumnos/as reflexiones y sentimientos democráticos y de defensa del Estado de Derecho y la plena vigencia de los derechos humanos”. Esto es ley, y nunca se menciona. No lo menciona Victoria Villarruel pero tampoco lo tenemos en cuenta nosotros. Pero el sistema educativo lo enseña.

--¿Lo hace bien?

--Es variable. La escuela también enseña la regla de tres simple y la vida después nos muestra después que hay gente que sabe aplicarla y gente que no. A unos les enseñaron bien y a otros no. Pero este asunto no es solo privativo de la escuela. Nosotros, adultos grandes, nos formamos transitando estos conceptos sobre el terrorismo de Estado. Se veían juicios o imágenes de los juicios en la tele. Nos mostraban cómo era un centro clandestino. Supimos que el marino Adolfo Scilingo confesó haber tirado al mar desde un avión gente que aún estaba viva. Escuchamos el relato de los ex secuestrados. Todo eso fue permeando y los temas, entonces se hicieron vivenciales. Salvo que la gente tuviera una posición ideológica fuerte en contra de los derechos humanos, mantenía una actitud de rechazo. Así fuese solo visceral. Ese bagaje que fue llegando por distintas vías conformó un substrato de vivencias y conocimientos, de información e historias. En muchísimos casos fue tema de la mesa familiar.

--¿Fue?

--En muchos casos sigue siendo un tema. En muchos otros casos, no. No es asunto fácil. Los investigadores siguen hablando de la dictadura como “historia reciente” pero es el recontrapasado. Quedan la evocación, la palabra y la transmisión. Y esas tres cosas tienen que ir adaptándose a cada nueva realidad. No es la primera que pasa algo así con un hecho histórico. Sucedió con el peronismo después de 1955. Muchos habían vivido la época, pero con el paso del tiempo muchos no. Los que no tenían la experiencia directa sabían, sin embargo, que había un partido político proscripto y que la Libertadora había fusilado peronistas en 1956. Y no era automático: lo sabían porque había una intención de transmitirlo.

--El automatismo lleva a dormirse, ¿no?

--Claro, no podemos pensar que los jóvenes tienen la misma conformación de subjetividad que los adultos. Nosotros fuimos armando esta reconstrucción durante mucho tiempo. Lo mismo nuestros hijos de casi 40 años. Nuestros hijos vieron a padres emocionados abrazando a otros. O desenterrando libros sepultados en algún jardín durante la dictadura. O compartiendo una película. O contándoles qué actores y actrices famosos habían tenido que irse al exilio. Pero quiero insistir en lo del estupor. Y en el estupor paralizante.

--¿Coincidís con quienes califican a Villarruel de negacionista?

--Villarruel es candidata a la vicepresidencia. O sea que eventualmente podría ser presidenta. No, no es negacionismo. Ella reivindica el terrorismo de Estado y los crímenes de lesa humanidad, y por eso nuestro esfuerzo social debe ser redoblado. Yo te digo esto a vos. Pero, ¿estamos seguros de que alcanza para que un pibe de 16 años lo comprenda en toda su gravedad? Vuelvo al automatismo. Para uno estas palabas, estas expresiones, son automáticas. No habría nada más que agregar. Pero las palabras no tienen la misma fuerza según quién las escuche. Por eso hábilmente Villarruel mezcla terrorismo de Estado con acciones armadas ilegales. No es novedosa la discusión de si fue guerra o terrorismo de Estado. Contra la teoría de la guerra hay documentación de la ONU, de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, hay jurisprudencia… Pero primero, urgente, salgamos del estupor.

--¿Y después?

--Comprendamos que no es fácil, porque subestimamos el fenómeno y el estupor justo nos tomó en medio de unas elecciones. Entonces claramente es difícil avanzar. Muy pronto, al margen de las elecciones, salgamos del trompo, porque si no vamos a terminar haciendo un agujero en el mismo lugar de tanto girar. Quizás sean las nuevas generaciones que encuentren las palabras para contarles la historia a sus pares. Y quizás debamos ayudarlos. Todavía tenemos vestigios del pasado de la dictadura: gente que vivió ese pasado, testimonios. Hay que hacer vivenciales los testimonios. Los docentes tienen que hacerlos conocer.

--Otra vez te van a acusar de llamar al adoctrinamiento.

--Y yo otra vez apelo a la ley de Educación. No hay nada más político que la escuela. Todo docente, debo comunicarles a los que falsamente hablan de adoctrinamiento, hace política desde el momento en que se definen los contenidos. O cuando deciden cómo se sientan en un aula. Siempre fui docente. Los docentes siempre hemos hecho política. La enseñanza lo lleva consigo. El adoctrinamiento se da cuando el mensaje es subyacente, no abierto. Cuando alguien se aparta del contenido curricular. Pero está bien que la escuela tome partido por la defensa de la democracia. Y sí, hay posicionamientos políticos. Uno toma partido. La Ley de Educación Nacional fue muy trabajada y mereció un consenso amplio. Se tiene que hablar de la dictadura. Se debe hablar de los desaparecidos. Es un contenido curricular y hay ley. Si no, se estaría incumpliendo la ley.

--Villarruel te diría que los contenidos curriculares son rengos y que olvidan a las víctimas de la guerrilla.

--Pero en los contenidos curriculares los elementos están muy bien explicados. Justamente estos temas hay que volverlos a discutir, aun con nuestro dolor. Pero si resurgen las situaciones hay que volver a discutir sin cansarse. Es un error histórico hablar de guerra. No lo fue. Tomémonos el tiempo de explicarles a los adolescentes por qué. Hubo terrorismo de Estado. Hubo genocidio. Uno puede expresar lo que piensa, pero hay ideas deleznables.

--Insisto con Villarruel y su prédica sobre las víctimas de la guerrilla.

--Nos quiere meter en una trampa. No fue una guerra en la que había dos bandos. El concepto de terrorismo de Estado significa que el Estado cometió atrocidades que son de una entidad jurídica diferente a las de los grupos armados. No es solo una cuestión del dolor de la pérdida de un ser humano. En ese aspecto es lícito el acompañamiento moral y afectivo, sea la víctima que sea. Pero hay que poner los conceptos en las dimensiones correspondientes. El Estado fue el responsable de la desaparición y las atrocidades. Lo que pasa es que llegar a estos conceptos llevó tiempo, jurisprudencia, años… Hoy en día es muy difícil transmitir todo eso en un tik tok. De ahí la importancia de poner en valor conceptos que requieren espacios de reflexión y discusión, de lectura y de estudio. Si no la clase es un ping pong como el de Villarruel en el debate con Agustín Rossi. Villarruel leía frases cortas ideales para zócalos.

--Hablaste de la dificultad de vivenciar el pasado, pero no cerraste esa posibilidad.

--Ya no tenemos presente la emoción que surgía de esos relatos. Cuando Scilingo se plantó frente a las cámaras y confesó haber tirado los cuerpos, fue un quiebre. Y las víctimas lo habíamos dicho tantas y tantas veces… Pero lo de Scilingo sacudió a todo el mundo. No se puede usar el mismo esquema de comunicación cuando ya las subjetividades ya no son las mismas.

--Dame un ejemplo de cambio de subjetividad.

--Durante esos años, durante los ’80, la sociedad sentía culpa. La culpa sana (el “cómo no me di cuenta de lo que pasaba”) implica estar atento para que a los hijos de uno no les pase lo mismo. Hay gente que se sintió en falta porque no se dio cuenta del peligro de la dictadura o no le abrió la puerta a un perseguido. Hoy, razonablemente, no hay ni culpa ni miedo. Cuando uno habla de que puede pasarles lo de la dictadura, ¿entienden realmente lo que les estás diciendo?

--¿Por qué el mismo país que se conmovió con “1985”, la película, le dio tantos votos a Milei y a Villarruel?

--Me parece que la película llegó a las clases medias. Yo estoy hablando sobre todo de cómo les hablamos de otra manera a los sectores populares. Nos hemos centrado más en los que fueron al cine. Y hemos dejado un poco de lado, por las urgencias en resolver la supervivencia o por generar trabajo, algunas explicaciones necesarias. No vinculamos de manera suficiente el terrorismo de Estado con la matriz económica y política de la dictadura. Ese link no está. Entonces hay que volver y rescatar los hechos. Y contarlos. Y explicarlos. Soy optimista. Las nuevas generaciones van a encontrar un modo de comunicar todo esto. Una vez ya se encontró la manera de seguir siendo peronista a pesar de las proscripciones. Hasta estaba prohibido mencionar a Perón y a Eva Perón por su nombre. Y el pueblo encontró los artilugios para contar, para explicar y para sortear los obstáculos.

--¿Podrán encontrarse hoy esos artilugios?

--Soy optimista, como te dije. Seguro vamos a poder explicar que una candidata a vicepresidenta directamente reivindica el accionar de los militares. Justifica a condenados por la Justicia. Integraba y formaba parte de los círculos donde vivaban a los militares condenados. Dice también que están mal detenidos. El negacionismo es más sutil. Esto es brutal. No estábamos preparados para escucharlo. No estábamos preparados para escuchar jóvenes con ideas de derecha. Ultraliberales. Jóvenes que no quieren todos los derechos y todas las igualdades. Pensamos que están mal informados. No es así. Algunos tienen concepciones de derecha. Existen. Ya nadie oculta que es de derecha. Tenemos que aprender a hablar sabiendo que existen. Y tenemos que aprender a hablarle al resto, a quienes los escuchan y dudan. Hay darles elementos a los que están mirando la tele en su casa. Son espacios amplificadores. Registremos los cambios. Antes no teníamos tantas voces que nos negaban. Nos enfrentábamos más bien con la incredulidad o la culpa. Ahora hay que trabajar con la teoría del gran demonio, el terrorismo de Estado, y explicarlo bien. Porque ellos simplifican.

--¿Cambió tu forma de explicar cuando vas a una escuela a hablar de La Noche de los Lápices?

--Sí. Ahora hago un racconto cuando hablo. Les digo que sé que 40 años es de la prehistoria, pero pongo casos del presente. Los nietos que aparecen son del presente. El silencio de los genocidas sigue siendo actual. Hay seis chicos de la Noche de los Lápices desaparecidos. No se encontraron los cuerpos. Los que están en la cárcel no lo dicen. Ocultar el cuerpo es delito. Sigue siendo delito. Que los amigos de Villarruel digan dónde están los cuerpos de los chicos de la Noche de los Lápices.

--¿Te preguntan por la discusión sobre los 30 mil desaparecidos?

--Claro. Soy matemática y los hago pensar en algo: los números de los genocidios son siempre cifras enteras. Seis millones de judíos asesinados en el Holocausto es una cifra redonda. Como matemática les recuerdo que son múltiplos de mil. Se construyeron en la clandestinidad y en la represión. Es una construcción desde las víctimas, porque los victimarios no lo dicen. Y que nos digan qué le hicieron a cada uno. Los 30 mil es un significante histórico de la desaparición forzada, de la masividad, desde el terrorismo de Estado. Quien lo ponga en duda que cuente qué les pasó. La frase “no son 30 mil” no es inocente.