Por primera vez en estos cuarenta años de democracia, dos propuestas electorales pusieron en el centro de sus discursos el objetivo de destruir al adversario. Eliminar al otro cómo solución. Desde otra perspectiva, y con ánimo democrático, ya es un lugar común, un clásico de la política, citar el abrazo de Perón y Balbín cómo paradigma al que apuntar, una especie de pócima mágica que en el imaginario de quienes la proponen solucionaría todos los problemas argentinos. Parte del presupuesto de que nos va cómo nos va porque estamos desunidos. Sigue la línea histórica de la máxima que José Hernández hizo inmortal en el Martín Fierro: los hermanos sean unidos o nos devoran los de afuera. Sin embargo, con todo lo que tiene de cierta esta idea recurrente, una y otra vez fracasamos en el intento porque falta la pregunta principal ¿Unidos para qué?
Hoy se cumplen 51 años de aquel abrazo, el 19 de noviembre de 1972 Juan Domingo Perón y Ricardo Balbín dejaron atrás serias diferencias políticas, llevaban casi 30 años de enfrentamientos. Balbín, cómo caudillo de la UCR, había sufrido cárcel durante el peronismo, y Perón, como presidente, había soportado los intentos golpistas de la UCR. El caudillo del peronismo había vuelto a la Argentina el 17 de noviembre, solo dos días después fue el encuentro, lo que deja muy claro la importancia que le atribuía. Perón estaba alojado en la residencia de Gaspar Campos en Vicente López, hoy es un museo peronista, una multitud lo rodeaba noche y día; Balbín decidió ir igual y entró a la casa desde el fondo saltando una tapia. Los dos querían fuertemente ese encuentro, incluso superando resistencias en sus propios partidos. Testigo del momento, el dirigente radical Enrique Vanoli relató la frase con que Perón recibió a Balbín: “Usted y yo nos tenemos que poner de acuerdo porque somos el 80 por ciento del país”.
Los desencuentros entre la UCR y el peronismo le fueron útiles a los intereses antipopulares. Balbín propuso unidad de acción dos años antes del famoso abrazo. El 25 de septiembre de 1970 Perón le escribió a Balbín: “Tanto la Unión Cívica Radical del Pueblo como el Movimiento Nacional Justicialista son fuerzas populares en acción política. Sus ideologías y doctrinas son similares y debían haber actuado solidariamente en sus comunes objetivos. Nosotros, los dirigentes, somos probablemente los culpables de que no haya sido así. No cometamos el error de hacer persistir un desencuentro injustificado. (...) Separados podríamos ser instrumentos, juntos y solidariamente unidos, no habrá fuerza política en el país que pueda con nosotros”.
Inmediatamente después de aquel abrazo Balbín fue entrevistado y resumió el espíritu que los embargaba, aseguró haber perdonado a Perón “así como también él tuvo a bien no mencionar las barbaridades que yo le decía a diario”.
A veces, los trazos gruesos de la política de definen en los vínculos personales de dos dirigentes, para bien y para mal. Perón no quiso someterse a las imposiciones de Lanusse y por eso finalmente no se presentó en las elecciones de marzo de 1973, esas que llevaron a la presidencia a Héctor Cámpora. De todas maneras, el buen vínculo con Balbín perduró hasta su muerte. Tanto fue así que una de las posibilidades que se abrieron y circularon fue una fórmula conjunta Perón-Balbín. Fórmula muy audaz si se tiene en cuenta lo frágil que era la salud del General. Muchos gestos hubo entre ellos, “El que gana gobierna y el que pierde ayuda”, dijo Balbín en el cierre de la campaña para las elecciones de marzo de 1973.
Si ponemos en contexto aquel abrazo de estos dos viejos caudillos vamos a encontrar que en realidad no se trató simplemente de una propuesta de unidad para dejar atrás los desencuentros, fue mucho más interesante que eso. Porque lo que estaba ocurriendo es que en la Argentina gobernaba la dictadura de Agustín Lanusse, una dictadura que fue cambiando de actores, pero se instaló en el poder en 1966. El peronismo llevaba proscripto 17 años y la UCR había aceptado participar en procesos electorales con esa violación a la Constitución bajo la tutela de las FF. AA. Ese juego ya no daba para más. Desde el Cordobazo de 1969 el país estaba ingobernable, la crisis económica era profunda y la conflictividad social conoció uno de los momentos más radicalizados de la historia. Fábricas tomadas, manifestaciones, huelgas. Al calor de todas esas luchas surgieron organizaciones de base que pusieron en jaque a las viejas dirigencias sindicales, y, además, se expandieron las organizaciones armadas. Lanusse sabía que la situación se le estaba yendo de las manos y llegó a la conclusión de que la única vía para descomprimir la tensión era abrir un proceso democrático, legalizar al peronismo y retirar a las FF. AA. a los cuarteles. El problema es que un sector importante de los uniformados no quería aceptar de ningún modo un regreso de Perón al poder. Por eso, la primera propuesta que surgió desde el gobierno fue el GAN, el Gran Acuerdo Nacional, una versión particular de la unión de los argentinos. Los militares pusieron las condiciones de su retiro: peronismo sin Perón, y control de las Fuerzas Armadas sobre el proceso electoral. Era una propuesta de unidad y acuerdo bajo las condiciones que imponía el régimen. Era la típica propuesta de unión que eterniza el statu quo. Obviamente, Perón no estaba de acuerdo. Por eso es que planteó otra propuesta de unidad alternativa, un acuerdo con la UCR y otros partidos populares para que los excluidos fueran los militares golpistas. De esa pulseada política surge el encuentro entre Perón y Balbín, no es una unidad nacional en abstracto, tiene objetivos bien definidos y hasta un programa presentado en sociedad.
Volvemos a escuchar propuestas políticas que quieren construir un país sobre la base de la exclusión de amplios sectores populares, proponen el odio y la violencia cómo solución a nuestros problemas. Una propuesta de unidad puede y debe ser sobre la base de un programa de cambio. La grieta que nos ha dividido fue la expresión de una rebeldía contra una Argentina excluyente e injusta. La unidad nacional tiene que ser entre los sectores populares, incluyendo a las clases medias, por supuesto. Pero con el objetivo claro e innegociable de construir un país democrático, justo y, sobre todo, soberano.