Viggo Mortensen es actor, pero también editor de libros, poeta, músico, fotógrafo y pintor. Tiene fama, talento, reconocimiento internacional y prestigio. Caminó todas y cada una de las alfombras rojas más importantes del mundo del cine, desde la del Festival de Cannes hasta la de la ceremonia de los premios Oscar, y supo ponerse al servicio de realizadores de la talla de Tony Scott (Marea Roja), Walter Salles (En el camino, adaptación del libro homónimo de Jack Kerouac), David Cronenberg (en tres ocasiones: Una historia violenta, Promesas del este y Un método peligroso), Peter Jackson (la trilogía de El señor de los anillos) e incluso Lisandro Alonso (Jauja). Y es, claro está, argentino. O al menos eso se repite una y otra vez cuando se recuerda que el trabajo agropecuario de su padre lo llevó a vivir en el país entre sus 2 y 11 años, periodo en el cual aprendió un español que aún hoy domina a la perfección. Quizá el segundo hincha de San Lorenzo más famoso del mundo después del papa Francisco, este hombre de sangre danesa y americana pasó por Buenos Aires para acompañar la proyección de Capitán Fantástico realizada el martes en el marco de la Semana del Festival de Cannes. Que aquellos rezagados no se preocupen: el film podrá verse desde hoy en la cartelera comercial.
Estrenado en el Festival de Sundance y ganador del Premio a la Mejor Dirección en la sección Un Certain Regard de la última edición del evento francés, el segundo largometraje como realizador del también actor Matt Ross tiene a Mortensen en la piel de Ben, un padre cuyos métodos de crianza están en las antípodas de la formalidad urbana. Libertario, antisistema y defensor a ultranza de la autosuficiencia, el contacto con la naturaleza y el ejercicio intelectual, estableció una férrea rutina familiar que incluye, entre otras delicias, cacería de animales a cuchillazos, alpinismo extremo y la lectura de grandes referentes de la izquierda, Noam Chomsky a la cabeza. Una situación que conviene no adelantar obligará al grupo a viajar a la ciudad para una sucesión de reencuentros familiares en los que el choque de dos cosmovisiones contrapuestas estará a la orden del día. “El título es, digamos, un gran interrogante: ¿es el mejor padre del mundo o el peor? ¿Es un idiota peligroso o un genio?”, se pregunta el inolvidable Aragorn de la adaptación de la saga de Tolkien, y luego responde: “Es un personaje contradictorio que dice muchas cosas pero a veces no actúa de esa forma”.
–¿Le gustaba esa contradicción?
–Sí, totalmente. El prepara a sus hijos para que dejen el nido, pero cuando el mayor le dice que ya está listo, en lugar de felicitarlo, se enoja. Habla de tolerancia, los entrena y educa para que piensen por sí mismos y, sobre todo, tengan la capacidad de defender sus ideas. Uno ahí podría decir que es un genio. Incluso mientras leía el guión pensaba que yo había sido muy vago como padre. Pero al rato parece un loco. Por mucho que hable de ser abierto o del libre pensamiento, al final es arrogante y un poco dictador. Además, me gustaba que no fuera una película de mensaje ni ideológica, más allá de que al comienzo uno pueda pensar que se trata de un relato de izquierda sobre un modelo particular de familia.
–El film no propone explica el pasado de Ben ni cuenta cómo llegó a tener ese modo de vida tan particular. ¿Ideó alguna historia para llenar ese vacío informativo o trabajó de forma más intuitiva?
–Pensé alguna historia, en la mujer, en cómo habrán sido juntos, en varias cosas de ese pasado. Eso pasa porque es un relato bien hecho. Como actor lo primero que me pregunto es si querría ver una película así, más allá del género, la nacionalidad, el tamaño de mi personaje o el idioma. Después, una vez que tengo el papel, pienso qué pasó antes de la primera página del guión. Cosas desde la cuna: dónde nació, cómo se crió, cómo se enamoró, qué comía. Y con eso llego al rodaje listo para jugar, tengo todo eso mi cabeza, no soy de preparar gestos ni nada.
–No se considera un actor “de método”, entonces…
–Bueno, sé lo que la gente entiende por “método”, pero es una descripción muy vaga porque hay tantos métodos como actores. Hay algunos que preparan técnicamente lo que van a hacer y después esperan que los demás nos adaptemos a ellos. Y está bien, porque a veces son tan excelentes que se vuelven genios. Pero el problema con eso es que hay un techo con la magia que puede ocurrir en el rodaje: no vienen a jugar sino a hacer lo que tienen que hacer y ya está. Un actor así se puede volver loco si trabaja con seis chicos; ellos no hacen todo lo que uno querría en cada escena. Preparo mis trabajos tanto o más que cualquier actor, pero sé que la mitad de lo que me salga en la filmación va a ser en base a lo que hagan los demás. Y en ese sentido no hay nadie que haga más regalos que los niños. Regalos raros, a veces: ¿Por qué lo dijo así? ¿Qué fue ese gesto? ¿Por qué cambió la línea de diálogo? Es más divertido así, y en ese trabajo colectivo te salen cosas que posiblemente no hubieran salido por tu cuenta.
–¿Que el director Matt Ross venga de la actuación ayudó a esa dinámica de trabajo?
–En mi caso, sí. Pero si él fuera un tipo de intérprete que se prepara solo y espera que los otros se adapten, no necesariamente hubiera salido bien. Además, el que seas actor no implica que sepas guiar el proceso de los otros. A Matt le interesa lo que hagan los demás, le gusta el juego y es una persona madura, sensata e inteligente. Era consciente que tenía un guión muy bueno, pero también que alguno de los chicos, un técnico o cualquier integrante del equipo podía aportar algo. Él estaba abierto y fue tolerante al trabajo grupal. En ese sentido fue muy positivo que me dejara participar en las últimas etapas del casting porque pudo ver si funcionábamos todos juntos. Después, dos semanas antes del rodaje nos juntamos para aprender las actividades (trepar a la montaña, las artes marciales, el yoga) que íbamos a hacer en la película. Improvisamos y salieron muchas cosas lindas que al final quedaron. Nos conocimos bien y cuando empezamos a filmar ya éramos una familia.
–Ben tiene un discurso antisistema bastante de moda en varios países. ¿La película amerita una lectura en clave política?
–Sí y no. Obviamente se ponen en la mesa muchos temas de los que no se hablan casi nunca en el cine, en especial en el que es para todos los públicos. Pero no es una película con mensaje, ni un panfleto político o ideológico. Una de las cosas más fuertes y que más me gustaron del guión es justamente esa, que no es una lección sino un relato que provoca muchas preguntas para que uno genere las respuestas. Desde que estrenamos en enero en Sundance, veo que lo primero que hace el público no es pedir una foto o un autógrafo, sino plantear cuestiones relacionadas con la inserción social, la comunicación o la clase política. Ósea, la película habla de eso sin decirte qué tenés que hacer; muestra la posibilidad y los beneficios de mantenerse auténticamente abierto, que los humanos somos contradictorios y que la democracia no es una cosa fija.
–¿A qué se refiere?
–A que la democracia es una aspiración, una idea en la que hay que trabajar todos los días. Y con trabajar me refiero a escuchar a los demás, a hablar y a hacer un esfuerzo por comunicarte con la gente, en especial con la que piensa distinto. La polarización por religión, política, raza o nacionalidad, algo que está pasando en Europa, Estados Unidos, acá y en todos lados, muestra que tenemos que escuchar mejor. La gente utiliza el poder tecnológico para enterarse de todo tipo de cosas para reforzar su prejuicio y no para abrir la mente. Eso se puede hacer sin ser dirigente político.
–Además de actor usted es editor de libros, poeta, músico, fotógrafo y pintor. ¿en todas esas disciplinas lo mueve la búsqueda de esa discusión que menciona?
–Sí, puede ser. Me gusta que me provoquen a mí y supongo que me gusta provocar a los demás. Estamos poco tiempo en este planeta, y me preguntó cómo podemos pasarla mejor entre nosotros como personas, como sociedad. Siempre se puede mejorar, y la idea de familia y democracia es un trabajo continuo. Me gustan los relatos que te desequilibran, y en ese sentido una película como Capitán Fantástico puede hacer que el espectador piense que hay cosas que quizás esté haciendo mal o que podría hacer mejor. Estas dudas que proporcionan los buenos discos, las buenas películas, las buenas novelas, esas expresiones que te sacan, te transportan y te inquietan, me gustan. Esta película no responde todo y puede dejar dudas, y eso está muy bien.
Entrevista a Viggo Mortensen, protagonista de Capitán Fantástico
“Los humanos somos muy contradictorios”
El actor se pone en la piel de un padre cuyos métodos de crianza están en las antípodas de la formalidad urbana. Mortensen sostiene que “la democracia es una aspiración, una idea en la que hay que trabajar todos los días”.
Este artículo fue publicado originalmente el día 1 de diciembre de 2016