Tal vez no sería del todo justo definir el mundo musical de Ernesto Snajer sólo por su condición de guitarrista virtuoso. Él revela su posición frente a la música con énfasis psicoanalítico: “Siempre fui el sponsor de mi deseo”. Podría decirse que su amplia gama de intervenciones musicales –compositor, arreglador, productor artístico, sesionista en más de 60 discos, autor de músicas de tiras de Telefe y, en los últimos cinco años, el conductor del programa Nota de Paso por canal (á)– se origina no tanto en necesidades laborales como en la idea de que la guitarra es una suerte de Aleph para ver el universo de la música. “Yo crecí tocando rock, como cualquier pibe de La Paternal, en los 80”, aclara Ernesto de entrada, para que no queden dudas de que los caminos de la música son, como los divinos, un tanto insondables. “Curiosamente, lo que me dio mayor curiosidad para investigar la música argentina fue haber escuchado en mi adolescencia a Egberto Gismonti. Un día llegó a mis manos Circense, y me alucinó que sonara universal pero definidamente brasilero. A través de él, descubrí a Piazzolla... un delirio. Y empecé una especie de camino inverso. Me volví loco con Pugliese, Salgán y Troilo y todos los grandes tangueros.”
De Gismonti y el tango, Ernesto pronto pasó a Eduardo Falú, Ariel Ramírez y Atahualpa Yupanqui, aunque el nombre que más lo atrajo fue el del hoy un tanto olvidado Remo Pignoni. De la mano de la música de Pignoni, el joven guitarrista formado en las escalas y las armonías del jazz contemporáneo descubrió que los materiales del folclore argentino eran más maleables de lo que suponía. Que se podían combinar bien con la improvisación, e incluso con sonoridades ajenas a la tradición. “Lo que más me atrae de la música tradicional argentina son los ritmos, sin duda”, distingue. “En cuanto a melodía y armonía, no encuentro grandes diferencias entre una canción del Cuchi Leguizamón, una de Gardel u otra de Jobim.”
Ex integrante de los grupos de Lito Vitale y Pedro Aznar, Ernesto reconoce que le gusta mucho producir, ese oficio/arte que fue aprendiendo mientras participaba como guitarrista en sesiones de Cachorro López, Litto Nebbia, Rafa Arcaute, Alejandro Lerner y los anteriormente nombrados. “A todos ellos les afané alguna cosita”, confiesa quién viene de producir Todo lo que tengo, el nuevo disco de poemas musicalizados de Teresa Parodi (“fue súper generosa conmigo, me marcó algunas cuestiones precisas y luego, literalmente, me dio libertad absoluta”). Pero eso no es todo. Musicalmente hiperquinético, Ernesto toca los jueves en Café Vinilo y se apronta a debutar en la sala Caras y Caretas con una serie de clínicas con forma de charla, casi una traslación perfecta al escenario de lo que hace en su programa de televisión. Siempre la guitarra como mirador musical privilegiado.
Tu reciente álbum De dos argentinos, que hiciste con Matías Arriazu, forma serie con los que grabaste en los 90, en Dinamarca con Palle Windfedlt. ¿Te gusta tocar en dúos y demás formatos reducidos?
–Con Matías teníamos la idea de tocar a dúo desde la vez que nos encontramos haciendo Igual a mi corazón (2006) de Liliana Herrero, donde él era el guitarrista y yo el productor. Pero nunca nos coincidía la agenda, y encima en 2008 Matías se fue a vivir a Río de Janeiro. Cuando volvió en 2013, me llamó y arrancamos. Tocar en dúo exige tener muchísima confianza en la otra parte. Cada dúo que integré tuvo un espíritu distinto. Palle es un melodista tremendo, un cantante a través de la viola. Matías es impredecible, descomunal, tiene clase mundial. Lo vengo sosteniendo hace años y alguno que otro me miró desconfiado, como que exageraba, pero parece que gente como Gismonti piensa en sintonía con esto que opino. En cuanto al dúo de guitarra y percusión que armé hace un tiempo con mi hermano musical Tiki Cantero, ahí fue un poco hombre orquesta, ya que no había líneas de bajo. Por otro lado, el trío con Verónica Condomí y Facundo Guevara fue importantísimo para mí, una experiencia muy formativa desde todo punto de vista. Y lo que sucede junto al bajista Guido Martínez y el baterista Diego Alejandro es que, después de diez años juntos, tenemos una química fuerte, la pasamos muy bien en los conciertos. Son dos músicos excepcionales.
El estilo guitarrístico de Snajer está lleno de finos detalles de sonoridad. Estos pueden relacionarse con la afinación, como los estiramientos y glissandi del chamamé “Tereré on the rocks”, o con la fuerza de ataque, como en el vibrante “El zapateo”, ambos temas escritos para De dos argentinos. Por momento, su sonoridad plena y altanera recuerda a la del mismísimo Oscar Alemán pero en modo folclore de proyección. Otras veces, como en “El zapatraca”, los cambios de textura y la densidad tonal advierten de la influencia de Gismonti. “Me interesa mucho la búsqueda por el lado del audio”, explica sin soltar la guitarra. “En general ese tipo de búsquedas en los guitarristas se da en el jazz o el rock. Nunca entendí por qué no sucede lo mismo en la música argentina. He invertido mucho tiempo y esfuerzo en buscar instrumentos, efectos, posibilidades.”
Si bien sus intereses musicales son casi tan extensos como la geografía argentina, parece haber cierta obsesión por la milonga. Él lo desmiente: “No creo tener un interés especial por la milonga, aunque me encantan, por supuesto, y ya tengo escritas varias. Me gusta muchísimo tocarlas, es un ritmo poderoso y muy exigente técnicamente. Vertiginoso pero lírico. Pero para mí siempre fue natural tocar un blues, ‘Donna Lee’ o una chacarera. Eso hace treinta años era extraño, ahora es algo natural. Si no, miremos el caso del guitarrista Marcelo Dellamea, un intérprete descomunal: toca chamamés y standards con la misma frescura y maestría, pertenece a los dos mundos por igual”.
Detrás de tus búsquedas “argentinas” se agazapa el jazz. ¿Hay dos fuerzas culturales que pugnan en tu música?
–Creo que soy un músico de jazz que toca música de raíz argentina. Después de mi primer amor con el rock, me formé como músico de jazz. De hecho, mi principal profesor de guitarra fue Francisco Rivero, un jazzero que era una bestia tocando, y que me transmitió el amor por ese género. Pero más un estilo específico, el jazz es para mí una forma de entender y encarar la música. Y en ese enfoque, sin dudas la improvisación es un elemento distintivo que abracé desde el primer momento. Pero nunca encaré la música argentina desde una mirada jazzera, más vale lo contrario.
Ernesto Snajer toca todos los jueves del año a las 21.30 en el restó de Café Vinilo, presentando un ciclo de dúos. Cada fecha con un invitado distinto.