Nacida en el frío territorio del sur, Temporada de caza se interna en los caminos más íntimos de las relaciones humanas, del duelo y la pérdida, de la búsqueda y el reencuentro. Natalia Garagiola construye en su primer largometraje un mundo masculino de silencios y rencores, de cuentas pendientes y desvíos irreparables. Presentada en estos días en la Semana de la Crítica en Venecia, de viaje hacia el Festival de San Sebastián, y pronta a estrenarse en nuestro país, Temporada de caza cruza los misteriosos bosques de la Patagonia, espacios de vida y muerte, de libertad y amenaza, con la llegada de Nahuel (Lautaro Bettoni) en busca de su pasado, de alguna respuesta a su silencio, de algún atisbo de alivio para su solitario dolor. Garagiola sigue con su cámara el duro despertar de su personaje a la adultez, su movimiento tenso y feroz ante el desamparo de la ausencia, el arduo camino de regreso hacia lo desconocido. Temporada de caza es la historia de Nahuel y Ernesto, de un hijo y un padre, pero también la de dos desconocidos. Dos hombres separados por el tiempo y la distancia, dos extraños convertidos en cazadores y presas en una geografía adversa, en un tiempo inesperado.
“Todo comenzó con una imagen, una imagen que de a poco se transformó en una obsesión. Dos hombres se peleaban dentro de una cabaña; uno era más grande, más adulto, el otro era más joven. En mi recuerdo eran padre e hijo. Y la imagen se revelaba como una danza, como una coreografía que lentamente terminaba en un abrazo”. Así describe Natalia Garagiola el comienzo del proyecto de Temporada de caza, una película que se gesta en imágenes sueltas, en destellos y sensaciones que se van desplegando como parte de un intento de comprensión, de descubrimiento. “Me interesaba indagar sobre ese encuentro entre dos extraños, sobre ese repentino descubrimiento que significa para un hombre tener a alguien tan parecido a él viviendo bajo el mismo techo, alguien que también le resulta ajeno, indescifrable”. Ese mundo masculino que Garagiola teje entre sus personajes nace de sueños e imaginaciones, de relatos oídos, de recuerdos familiares, de rituales que son propios y recreados, como una forma de poner en escena aquello que la perseguía y la obsesionaba. “Tenía que convertir esa historia en una película, casi como una necesidad, todas esas escenas que me perseguían en mis sueños, que se hicieron carne en un guión, tenían que encontrar la forma en las imágenes”. Como Nahuel, que busca en el cuerpo adulto de su padre, en sus manos laboriosas de cazador, en su silencio parco e impenetrable, la respuesta a su propia naturaleza, Garagiola desentraña esas raíces propias en otros mundos, los de hombres cazadores, los de padres e hijos perdidos.
La llegada de Nahuel al sur tiene como preludio el tenue recuerdo de la figura materna, a través de su voz grabada en el celular, de su ropa guardada en algún cajón. Tiene también el germen de la furia en la violenta pelea en el colegio y el desajuste de la repentina ausencia en la nueva convivencia con su padrastro. La llegada a la tierra de su padre está teñida de desencuentros: la tardanza en el aeropuerto, la familia de mujeres que habita la cabaña, el peso de ese lejano abandono que se hace concreto y agobiante. Ernesto (Germán Palacios) es un guía de caza, custodio de esa ceremonia que cultiva y respeta como algo propio y heredado. Ya no tiene el brío de quien acecha la presa sino la sabiduría de quien sabe cuando abandonarla. La caza se construye como un ritual de acercamiento, como un puente improvisado entre esos dos mundos lejanos que parecen ser Nahuel y Ernesto. “La idea del ritual viene de la pesca, que en mi familia se celebraba como una enseñanza, como parte de la entrada a la vida. Mi papá nos enseñó a pescar a mí y a mis hermanos desde muy chicos, y representaba un tiempo compartido, en el que no era necesario hablar sino estar juntos, ser parte de esa ceremonia”. Como rituales y ceremonias, la caza y la relación padre e hijo se despliegan en las acciones, en la repetición de movimientos, en el aprendizaje de mínimas tareas. Cuerpo y movimiento son las claves de una puesta que se hace física y verdadera en las rutinas más silenciosas.
“Me interesaba pensar a lo femenino como el motor de la película, como la contención y la salida. Frente al silencio y al bloqueo que atraviesa Nahuel por el duelo, a la conflictiva relación con Ernesto, el mundo femenino que se construía alrededor de ellos me parecía el contrapunto indispensable”. Es que Nahuel está rodeado de mujeres: el recuerdo de su madre, la presencia de la joven esposa de su padre, la cercanía de sus ruidosas hermanitas, el deseo creciente por una chica que conoce en el pueblo. Voces que emergen del celular, del entorno boscoso donde se siente obligado a habitar, de ese anhelo secreto de encuentro que no se atreve a concretar. Los personajes se pliegan al paisaje, se sumergen en él, nacen de sus rumores, del viento que agita las hojas, de esas oscuridades nocturnas que le dan vida. “Sentía que tenía que dar presencia a los paisajes interiores de los personajes, que tenía que buscar el equilibrio entre exterior e interior. Mientras que la cabaña inicialmente parece un espacio acogedor, una simulada contención que lentamente da emergencia a lo violento, el exterior siempre resulta una amenaza, una inmensidad que se ciñe sobre la figura de Nahuel”. Ese uso de la puesta en escena, abierta a las sugerencias del ambiente sin renunciar a la planificación de antemano, enriquece el clima de permanente tensión que atraviesa Temporada de caza.
Una de las escenas claves en la dinámica de la película es el encuentro entre el padre y el padrastro (Boy Olmi) de Nahuel. Filmada en largos planos secuencia, casi como desprendida del tiempo real, marca el cruce entre dos mundos, entre dos tiempos que son algo más que el pasado y el presente, o la ciudad y la naturaleza, son también todo lo que persigue y libera a Nahuel, lo que lo acompaña, lo que lo impulsa a seguir su camino. “Quería que fueran sus silencios, su charla sobre el paisaje y la casa, sus vueltas sobre lo mismo, lo que diera cuenta de eso que no decían: un hijo que compartían, una mujer que ya no estaba”. Miradas que se cruzan, hombres que se reencuentran, pasados que se liberan; de eso se trata Temporada de caza. Y de ese frío paisaje que esconde en su geografía el más íntimo de los duelos.