“El terror, que no terminaría por otros veintiocho años –si acaso terminó alguna vez–, comenzó, hasta donde sé o puedo decirlo, con un barco hecho de una hoja de diario que flotaba por una alcantarilla hinchada de lluvia.” Así arranca la primera de las 1400 páginas que componen la edición original de It, la ambiciosa novela de Stephen King publicada en 1986 que muchos ven como la quintaesencia de su extensísima obra literaria. Tan ambiciosa, rica y atractiva que, apenas cuatro años después de su lanzamiento –como había ocurrido y seguiría ocurriendo con gran parte de su inagotable bibliografía– sería transformada en un telefilm dividido en dos capítulos, breve miniserie que la mayoría de los fans del autor suele ubicar en el fondo de la lista de las peores versiones audiovisuales de sus textos. Veintisiete años más tarde –casi la misma cantidad de tiempo que los protagonistas de la novela deben esperar para volver a toparse con “eso” que los perseguía durante la infancia– llega a las pantallas de cine una nueva adaptación de It. Y, como ocurría en el libro, la película (la primera de un total de dos películas, en realidad) comienza con un barco hecho de papel, con un niño pequeño esperando que su hermano mayor termine de armarlo y pegarlo para poder abrir la puerta e ir a jugar. Sólo entonces llega el momento de salir a la calle, una arteria suburbana de Derry, en Maine (¿dónde si no?) en la cual Georgie, de seis años, vestido con un típico piloto de lluvia amarillo, corretea siguiendo el veloz movimiento de la embarcación hasta que ésta termina cayendo en la densa oscuridad de un desagüe. La escena que abre la película fue también –en versión compactada, su remate obviamente eliminado– la que hizo babear a decenas de miles de fans hace varios meses, en ocasión del lanzamiento del primer tráiler promocional. El remate, en toda su sanguinolenta gloria, retrata la desaparición de Georgie, previo juego de seducción del payaso Pennywise, encajado de manera físicamente imposible en el fondo del sumidero, sonriendo con sus dientes afilados y ojos resplandecientes, mientras el chico lo mira embelesado sin saber lo que le espera: la mutilación y el limbo, la mudanza indefinida a ese lugar ahí abajo donde todos flotan.
Vasta, compleja, con decenas y decenas de bifurcaciones en dos temporalidades (un pasado en los años 50 y un presente a mediados de los 80) y siete protagonistas centrales, It, la novela, impone sin efectos emolientes un arduo trabajo de traslación y reelaboración a la hora de imaginarla en términos cinematográficos. Lo tuvo y lo tiene muy en claro Andrés (Andy) Muschietti, el realizador argentino establecido en los Estados Unidos responsable de comandar el equipo de realización de la película, su segundo largometraje luego de la muy valorada Mama. Muschietti atiende el teléfono en Toronto, donde se encuentra trabajando para un futuro piloto televisivo, pocos días antes de viajar a la Argentina junto a su hermana, la productora Bárbara Muschietti, con la intención de presentar oficialmente su versión de la historia del cambiante monstruo. “Había un guion ya escrito, que era el de Cary Fukunaga, y eso fue lo primero que leí cuando me acerqué al proyecto”, detalla el director, que tomó el control del barco luego de diversas idas y vueltas y diferentes capitanes transitorios. El director de Beasts of No Nation y la primer temporada de True Detective fue el encargado de escribir una de las primeras versiones de la adaptación, pero al leerla Muschietti sintió que “había muchas cosas para cambiar. Tengo mi propia percepción de la novela original, que leí cuando tenía trece o catorce años, y quería hacerle justicia a mi propia respuesta emocional en ese momento”.
Stephen King, que por estos días ha visto como otras tres de sus creaciones han sido llevada al cine o a la televisión, escribió hace varios meses un tuit levantándole el pulgar a la nueva versión de It, inflamando aún más las expectativas de los fans. “Con King comenzó a haber contacto una vez que la película estuvo terminada. Es un tipo que no se involucra mucho con las versiones de cine o televisión: es el autor más adaptado de la historia y tiene una filosofía basada en el hecho de que son un animal de una raza distinta a la obra original. Si le gusta el abordaje original otorga los derechos por un dólar. Después, obviamente, participa de los beneficios, pero se desentiende del proceso de realización. Al margen de todo eso, estaba interesado en verla, así que cuando estuvo terminada se la mandamos. La quería ver en soledad. Imaginate, con tantas películas mediocres que se han hecho a partir de su obra... tener al director al lado, si la película no le gusta... un espanto. Pero la vio y, afortunadamente, le gustó mucho. Para mí fue un gran momento. La verdad es que no había pensado mucho en eso ni había hecho la película para satisfacerlo a él –a pesar de que es mi héroe literario–, pero un par de días antes de que la viera me empezaron a temblar las piernas.”
Una mirada desde la alcantarilla
Bill. Ben. Beverly. Richie. Eddie. Mike. Stan. Siete losers. Los miembros del Club de los Perdedores. Los elegidos para la burla y el escarnio en el colegio y en las calles del barrio. El gordito. El asmático hipocondríaco. El negro. La chica “ligera”. El nerd. El judío. El chico cuyo hermano se fue por una alcantarilla para nunca más aparecer. La primera hora de It describe algunas de sus humillaciones cotidianas, sufridas en soledad y en silencio, antes de que el destino (o la necesidad imperiosa de unir fuerzas) los reúna como grupo. Además de esas pesadillas reales y concretas, otro elemento los vincula firmemente: la aparición –algunas veces velada, otras frontalmente y sin remilgos– de una categoría diferente de miedo, mucho más profundo, visceral, que altera violentamente el telón de la realidad y se aparece como un mal sueño del cual no se puede despertar, por la sencilla razón de que nadie está soñando. Puede ser una tenebrosa figura deforme surgida de un cuadro, la recurrencia de gritos y olor a carne humana quemándose, un padre violento y abusador o, como ocurre en la novela, los mismísimos Drácula y Frankenstein. Y, por supuesto, Pennywise, ese payaso que parece una cruza entre Bozo y Ronald McDonald gestada y parida en el mismísimo infierno (el actor sueco Bill Skarsgård bajo infinitas capas de maquillaje real y digital). “Cuando te enfrentás al desafío de adaptar una novela de esta naturaleza, tenés que focalizarte y localizar los grandes movimientos emocionales. Los puntos clave necesarios para contar la historia”, continúa Muschietti, haciendo hincapié en el carácter derivativo de la novela. “Es un desafío, por supuesto, pero al mismo tiempo es simple, porque es posible discernir las cosas esenciales de las que no lo son. Lo más complicado fue el tema de la presentación de los personajes, porque son siete héroes, no uno solo. Por supuesto que da pena dejar tantas cosas afuera de la historia, pero dos horas son suficientes para aunar esos puntos clave sin perder demasiado. Además, es una película en dos partes: la segunda transcurre treinta años más tarde. Hay algo en ese diálogo entre las dos líneas temporales que siempre me gustó y la continuación va a tener flash- backs al verano del 89.” Sólo en el final, antes de los títulos de cierre, la película anuncia que la cosa aún no ha terminado y que “eso” volverá a reunir en algún momento a los siete chicos. “Creo que es un buen gancho para la segunda parte. No me sonaba bien que la película se llamara ‘It Parte 1’, y me parece válido haberlo agregado al final. Es un giro para la gente que no leyó ni conoce la novela y que recién se da cuenta al final que la historia continúa.”
Esa segunda película, que aún no ha sido filmada, reencontrará a los siete magníficos como hombres y mujeres adultos, en tiempo actual, nuevamente enfrentados a aquello que sigue viviendo y alimentándose de sus miedos más secretos. La decisión de correr los tiempos de la novela exactamente tres décadas estaba en el guion original, según detalla Andy Muschietti, “y lo mantuvimos porque me parecía relevante, por dos razones. En primer lugar, para que una de las dos películas fuera contemporánea. En segundo lugar, porque creo que para la generación que creció con It durante los años 80 y 90 es posible identificarse más con los personajes. La primera parte del libro, que fue escrito en los 80, transcurre en la década del 50. Es un poco la infancia de King, una época que está muy bien retratada, con lujo de detalles. Pero las cosas han cambiado, la audiencia es diferente y también los contenidos. Los terrores de los niños en la novela están relacionados en parte con cosas que han visto en el cine: los monstruos de la Universal, Drácula, el Hombre Lobo, Frankenstein. Había lugar para explorar un poco ese campo y trabajar miedos más profundos, que están relacionados con traumas y visiones más particulares. Y confieso que ahí hay algo que es un terror muy personal, el cuadro de esa mujer que adquiere vida. Es algo que me daba miedo a mí de chico, un cuadro que estaba colgado en mi casa. Es una de las taras que tengo, ese estilo de pintura similar al de Amedeo Modigliani me daba mucho miedo, me parecía terrorífico. Para las audiencias actuales esta cuestión de los años ochenta no es simplemente una moda, sino que es un poco volver a la infancia y revivir ciertas experiencias”.
No parece casual que una serie exitosa como Stranger Things esté ubicada en ese mismo período. Tampoco que su historia, centrada en un grupo de chicos enfrentado a entidades sobrenaturales, tome prestados algunos elementos de la literatura de Stephen King en general y de It en particular. El hecho absolutamente casual de que el joven actor Finn Wolfhard interprete personajes tanto en esa serie como en la película de Muschietti no hace más que tender otro puente entre ambos universos.
Una película de aventuras
¿Y qué decir de El cuerpo, esa novela corta publicada en 1982 y llevada al cine de manera magistral por Rob Reiner con el título Cuenta conmigo? Por momentos, la trama aventurera es más evidente y potente que cualquier elemento terrorífico, como la escena en la cual la comunidad termina de conformarse luego de un enfrentamiento con los matones del colegio, a puro piedrazo, en la mejor tradición de La guerra de los botones. También hay momentos de humor y el guion ofrece una saludable dosis de one-liners irónicos, otro mecanismo de supervivencia en un medio ambiente hostil. Para Muschietti, “el estilo literario de Stephen King tiene diferencias tonales muy marcadas, con momentos de humor, ingenuidad y emoción que de inmediato son atravesados por el terror grotesco y escatológico. Eso siempre es difícil de adaptar, pero para mí era muy importante mantenerlo porque es una de las cosas de la historia que te quedan grabadas a fuego. Cuando leés el libro estás aterrorizado, pero hay un aspecto emocional que cala muy hondo, en particular cuando tenés esa edad y vivís cosas parecidas a las que viven los personajes. La historia de amor entre Beverly y Ben me pegó muy fuerte y quería sí o sí llevar eso a la pantalla, involucrar emocionalmente al espectador con los personajes y que importe lo que les pasa. Hay películas de terror que se concentran exclusivamente en el terror mismo, pero si los personajes no te importan, si te chupa un huevo lo que les va a pasar, la película no termina de funcionar”. Lo emocional es central en la historia y a la construcción de cada uno de los personajes. Infancias lastimadas y quebradas por el abuso (incluido el sexual) en la casa y en la escuela, el pavor a ser diferente a los demás durante toda la vida, los corrillos que logran transformar un simple beso en una plaza en la más conspicua de las promiscuidades, el racismo y la intolerancia religiosa. La violencia. “Esa es otra de las cosas con las que uno se identifica, porque si bien no todos los niños fueron abusados en el hogar, uno siempre se enfrenta a situaciones de violencia, de bullying o simplemente de soledad que son realmente muy fuertes. Los de la infancia y la pubertad son años formativos donde uno es como una especie de página en blanco, donde cada cosa deja una marca. Me identifiqué mucho cuando leí la novela por primera vez, porque sufría algunas de esas cosas. Entrás a la secundaria con doce o trece años y te enfrentás con los monstruos de quinto, que te cagan a palos o te insultan en el patio del colegio. Claro que en aquellos años no se hablaba de bullying, al menos en Argentina. No existía el término. Y además eran cosas de las que no hablabas –en mi caso, al menos– y uno las tomaba como venían. En el libro ocurre algo similar: los chicos viven todo eso como una experiencia profundamente traumática pero no lo comparten, entienden que es parte de la miseria de crecer.”
Con 44 años, Andy Muschietti parece haber cumplido el sueño del pibe. ¿Cuántos estudiantes de cine han imaginado hacer algún corto, luego un largo independiente y recibir un llamado de afuera para terminar aterrizando en Hollywood, la industria de cine más poderosa del mundo? La de Muschietti parece ser una versión casi ideal de ese sueño. Luego de debutar en 1999 con Nostalgia en la mesa 8, cortometraje que integró el colectivo Historias breves III, tuvo que esperar casi una década para filmar en España el brevísimo cuento de terror titulado Mamá, la historia de una madre fantasmagórica y salvajemente protectora. Allí comienza la leyenda: el realizador mexicano Guillermo del Toro vio ese corto de apenas tres minutos y le ofreció a Muschietti conseguir financiación para transformarlo en un largometraje. Cinco años más tarde, en 2013, la coproducción hispano-canadiense (rodada en estricto inglés) Mama, protagonizada por Jessica Chastain, Nikolaj Coster-Waldau y un fantasma con un fuerte aire de familia al cuadro de Modigliani que lo asustaba de pequeño, le abriría las puertas de los grandes estudios. A pesar de ello, con un presupuesto de 30 millones de dólares, It puede ser considerada como una producción de presupuesto bajo para los estándares que suelen manejarse en Los Ángeles. Aunque luego de la segunda parte del film de terror, Muschietti ya tiene prometida una parte sustancial de su tiempo a la versión con actores de carne y hueso del famoso animé Robotech, donde seguramente contará con un presupuesto muchísimo más holgado. El éxito o fracaso comercial parece algo de vida o muerte para cualquier carrera en la otrora llamada Meca del Cine. ¿El corazón de la industria o el corazón de las tinieblas? “Las dos cosas. Por un lado, es un sueño, como lo puede percibir cualquiera. Pero cuando lo transitás tiene muchos matices que hacen que ese sueño sea vivido de una manera más racional. Uno puede ver los peligros que se esconden detrás de cada esquina. Es un proceso que hay que tomar cautelosamente. En mi caso fue gradual y el entusiasmo se vio siempre aplacado. Por otro lado, están todas las complicaciones de acceder a una industria que te puede comer vivo en dos segundos. Una película que no funciona y te vas al bombo. Yo lo estoy viviendo con alegría, pero voy paso a paso, tratando de aprender, porque es una industria que parece muy glamorosa desde afuera, pero te pone limitaciones creativas: siempre hay un estudio o un productor o ejecutivo que está tomando notas, todo el tiempo. De alguna manera, se te va metiendo en la cabeza que hay ciertas películas que pueden llegar a ser producidas y otras no. Mantengo alto el espíritu creativo, pero es inevitable pensar en el próximo proyecto como algo que debe funcionar. Es un poco triste, pero es la realidad si querés hacer películas con distribución internacional.”