El archipiélago de Estocolmo, Stockholms Skärgård, es el mayor de Suecia y un deslumbrante conjunto de aproximadamente 30.000 islas, islotes y escollos, algunos con frondosos bosques y otros de roca desnuda. Hogar de pescadores y granjeros, fue el único lugar posible de vacaciones durante la Segunda Guerra Mundial y ahora refugio de familias de buen pasar para escapadas de fin de semana. En 1719 tenía una población de 2900 personas: hoy, convertido en meta turística, tiene 50.000 casas para vacaciones.

Numerosos artistas fueron atraídos por estas islas, entre ellos el dramaturgo sueco August Strindberg. Actualmente el turismo no sueco es escaso en la zona, pero vale la pena reservar una jornada para dar al menos una vuelta en barco, o cuatro o cinco días para realizar una experiencia en el túnel del tiempo por la década del 20, con todo su glamour, sus casas liberty de madera y su profundo respeto por la naturaleza.

Son 80 kilómetros de la costa oriental frente a Estocolmo, que por su extensión se dividen en tres sectores, norte, centro y sur, de los cuales el más poblado y visitado es el segundo. Distintas embarcaciones, modernas o tradicionales a vapor, en impecable estado de mantenimiento, salen hacia las islas varias veces por día desde los embarcaderos de la llamada Venecia del Norte, a pasos de la estación central de la capital sueca.

El azul del Báltico; el verde de los bosques de pinos, castaños, álamos y sauces; y el gris de las grandes rocas se unen a la pureza del aire en paisajes cambiantes de isla a isla. Muchos suecos tienen una casita isleña propia para huir del ajetreo urbano. Las hay muy elementales, con uno o dos ambientes a lo sumo, y hasta sin agua caliente. Otras son espaciosas y con todo el encanto de las construcciones liberty.

En casi todas es frecuente el llamado “baño seco”, alejado algunos metros de la casa y único lugar para las necesidades fisiológicas de locales y turistas. Se le dicen “seco” porque carece por completo de agua y los excrementos se descomponen por medio de una tierra especial que se echa sobre ellos. Contarlo es chocante y la primera impresión del recién llegado extranjero va del asombro al “yo no lo uso”. Pero con rapidez se advierte que el sistema funciona bien, que no hay olores desagradables de ninguna clase y que, por cierto, es absolutamente ecológico.

Algunas islas del archipiélago de Estocolmo son conocidas por sus fiestas de verano, mientras otras son poco más que pequeños escollos rocosos y promontorios de hierba que emergen del mar, visitados cada tanto por alguna que otra foca o amantes del kayak.

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Gällnö, lugar ideal de excursiones en barco, pesca, kayak, ciclismo y zambullidas en el mar.

SENDEROS DE GÄLLNÖ La isla de Gällnö se encuentra en el archipiélago central y a dos horas de navegación desde los embarcaderos de Estocolmo. Conserva el paisaje original, con sus establos de madera pintados de rojo y sus campos de pastura. Tiene unos 30 residentes permanentes, una granja activa dedicada a la cría de ganado ovino y otra al cultivo de espárragos que se venden al público. Pero sobre todo atesora la naturaleza virgen, con extensos bosques para caminatas. Uno de ellos se extiende entre los muelles de Gällnönäs y de Gällnöby, donde atracan los ferries que conectan con Estocolmo y otras rutas.

Un sendero de cuatro kilómetros, llamado “el camino de la naturaleza y la cultura”, es el bautismo obligado para los recién llegados con ganas de probar su estado físico. “Es una hora caminando a buen paso”, dice Margarita, la gentil anfitriona de varias cabañas frente al mar, en medio de rocas y coníferas. De inmediato advierte que somos tres adultos y dos niños y modifica la indicación: “Con niños… al menos una hora y media…”.

En verdad empleamos dos horas para llegar a Gällnöby, mirando las ovejas negras de la granja, las playas a uno y otro lado del sendero, los pequeños ciervos y hasta un horno de origen ruso, en buen estado, que usaron soldados de ese país para hacer pan durante la invasión de 1719.

El recuerdo de la llamada Gran Guerra del Norte, librada entre 1700 y 1721, está presente en Gällnö junto al temor de eventuales incursiones rusas, según dice Margarita. El conflicto surgió en relación con la hegemonía de Suecia en el mar Báltico, muy fuerte hasta entonces, contra la cual se configuró una coalición antisueca de la cual formaba parte Rusia, triunfante en la guerra.

El sendero de la naturaleza y la cultura lleva ahora a una casa de tortas, un bar, una parrilla y una frondosa arboleda. Canela, pasas de uva, almendras y varias capas de manzana coronadas con crema de leche natural son una de las deliciosas propuestas dulces. Salchichas de diferentes sabores acompañadas con ensaladas y papas fritas se destacan entre las ofertas saladas, y para beber nada mejor que una cerveza bien helada tirada en el kiosco junto al muelle. También hay copas de vino y unos interesantes tragos que combinan pepinos, menta, vodka helada y jengibre, entre otras posibilidades.

Mesas y bancos de madera se comparten entre los comensales, casi todos suecos llegados con lanchas o veleros o que se alojan en la isla. En general se trata de familias con niños de diferentes edades. En Suecia, a diferencia de otros países europeos, hay numerosas parejas jóvenes con más de un hijo, pues la maternidad y la paternidad están favorecidas por leyes sociales.

Hacia el norte de Gällnö hay una reserva natural, Torsviken, con playa, camping y bosque para senderismo. Cerca de allí se destaca una piedra tallada durante las glaciaciones que los suecos llaman “olla gigante”. Además del senderismo, Gällnö es ideal para hacer excursiones en barca, pescar, practicar kayak, ciclismo, nadar en el mar y zambullirse desde las rocas.

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Grinda Wärdshus, la propiedad que fuera casa veraniega del primer director de la Fundación Nobel.

LA MÁS VISITADA Cuarenta minutos de navegación bastan para pasar de la austera Gällnö a la agitada isla de Grinda, una de las más visitadas del archipiélago. A casi dos horas de los muelles de Estocolmo, Grinda se vanagloria del hermoso hotel Grinda Wardshus, una elegante construcción en estilo art-nouveau, con terrazas al aire libre, salones internos en madera con cuidada decoración y sus varios premios como “mejor albergue del archipiélago”.

El ferry desde Gällnö llega a Grinda a las 8.30, hora ideal para desayunar en la gran terraza de madera, frente al mar. La oferta es variada, con platos calientes típicos de la zona, panceta, huevos revueltos o duros, fiambres, salchichas, quesos, pepinos dulces y salados, además de delicatessen con canela casi siempre, mermeladas caseras y varios tipos de pan. Infaltables los jugos de fruta y las macedonias, los cereales y yogures, además de café y té. Todo preparado para la dulzura y el relax.

Los gabinetes de sauna, junto al mar y a metros del hotel, cuestan 30 euros por hora y la posibilidad de pasar del intenso calor a una zambullida en las frías aguas bálticas. Se alquila el gabinete completo con sus duchas y toallas, no importa cuántas personas lo vayan a usar. 

El hotel tiene 30 habitaciones decoradas según el estilo original, pero también se pueden alquilar pequeños chalets para quien busca más privacidad. Grinda tiene asimismo un puerto con 100 plazas para lanchas y veleros, un camping para carpas y un albergue de juventud con 44 camas y amplia cocina. Es una isla muy cuidada, con ciervos, pájaros, pinos, rocas rosadas, y bahías protegidas, excelente para caminatas, actividades acuáticas, ciclismo, vida de playa durante el día y encuentros a la luz de la luna.

Al mediodía, a las 12.30, zarpa hacia Estocolmo un encantador barco a vapor de los usados hace más de 80 años, que en un recorrido de dos horas muestra rinconcitos encantadores del archipiélago. El paseo permite apreciar Vaxholm, sus casas color pastel y la fortaleza de piedra y cañones ubicada en una isla especial.

El archipiélago, por supuesto, ofrece mucho más, como Sigtuna, la más antigua ciudad de Suecia, y la residencia real Drottningholms Slott, declarada por la Unesco Patrimonio Mundial.