El viernes 1º de septiembre Pablo Milanés volvió a cantar en la Argentina luego de varios años de ausencia. Lejos quedó la década del ochenta, cuando Pablo llenaba varias veces el Luna Park, o agotaba entradas en estadios de fútbol, como aquella mítica noche del 84 en la cancha de Boca, junto a León Gieco y Chico Buarque de Hollanda. El país volvía a la democracia y cada visita de Pablo y de Silvio Rodríguez eran una fiesta de música, de consignas y de vida.
De esa época los coleccionistas conservarán los casetes, los vinilos o la edición en cd que saldría después, cuando ese formato revolucionó la manera de escuchar canciones, sin tener que levantar la púa para buscar entre los surcos el tema favorito, o rebobinar y adelantar con las flechitas del walkman, adivinando a vista y a pulso el principio y el final de cada tema. Llegó el CD y la tecnología digital nos pareció fantástica. Apretar un botón y que aparezca la canción elegida. Saltar de tema en tema con el menor esfuerzo era mágico. Y mágico era también despertar cada día sin temor a los Falcon verdes o a los allanamientos en medio de la noche.
En aquellos lejanos días, todos estábamos pendientes de cuándo venían Pablo y Silvio, o cuándo cantaba Mercedes o León, o Los Jaivas o Serrat o tantos otros que los años de plomo nos habían censurado.
Cuando ellos venían, allí estábamos: “Cuba, Cuba, Cuba, el pueblo te saluda”, estallaba el estadio apenas Silvio, Pablo y algunos otros integrantes de la Nueva Trova Cubana, como Santiago Feliú, pisaban el escenario, mientras las banderas de la isla y los posters gigantes del Che se agitaban en muchas manos.
Silvio rompía su parquedad habitual y con una sonrisa devolvía la gentileza. A veces él se sumaba a la consigna y Pablo nos regalaba “Yo pisaré las calles nuevamente”, con todo el caudal de su voz, en ese homenaje a Salvador Allende que nos conmovía: “Un niño cantará en una alameda y jugará con sus amigos nuevos/ Y ese canto será el canto del suelo/ a una vida segada en la Moneda.”
Todo eso pasaba en los ochenta; Silvio, Pablo, León, Víctor, Chico Buarque, César Isella, Los Zupay y hasta el bueno de Piero participaban de esos shows en el Luna que algunos de vez en cuando volvemos a escuchar. Aún se consiguen en ferias callejeras aquellos dos casetes, de lámina roja el volumen uno y de lámina verde el volumen dos, con fotos en blanco y negro y una cajita de plástico que se rompía a la segunda vez de abrirla.
Pablo y Silvio siguieron viniendo a la Argentina en los noventa y lo siguen haciendo hoy. Cada uno por su lado y ya sin invitar a otros músicos locales para que los acompañen.
Silvio, asceta, regaló un show inolvidable en el Luna Park en su última visita en mayo de 2015, cuando agotó dos funciones para presentar su disco “Amoríos”. Él sigue al lado de la revolución cubana y son frecuentes sus giras por distintos barrios de La Habana, cantando gratis para quienes quieran escucharlo.
Pablo, la semana pasada, llenó las 1700 butacas del Teatro Coliseo en una sola función. “Hoy será una noche entre amigos”, dijo apenas salió. Y no era una metáfora.
Luego de que se acomodaran sus músicos, entró al escenario caminando muy despacio, todo vestido de negro, y se sentó frente al atril del que no se levantaría hasta el último tema. Una hora y media de canciones de amor y de nostalgia fueron surgiendo de su garganta, de su cuerpo entero, en unos tonos que no llegan adonde llegaban antes, que en varias de sus canciones se apoyaron en la voz de su pianista, Carlos Miguel Núñez Hernández, director del trío y alma de los arreglos. Miguel conquistó a todos con la complicidad de Pablo, que no pudo evitar decir admirado: “Que bien toca Miguelito”, luego que el músico hiciera una demostración de su virtuosismo.
El batero, Osmani Sánchez Bárzaga, es un Charlie Watts caribeño en su aspecto, sus movimientos y su edad, con golpes cuando caben y caricias cuando se necesitan. Sergio Félix Raveiro, el bajista bajito, tenía un instrumento que casi lo superaba en tamaño y una sonrisa de felicidad que le ocupaba toda la cara.
Muchos esperaban que Pablo calentara su garganta luego de los primeros temas y que volviera a surgir esa voz arrasadora, que ahora sólo da por momentos, pero cuando lo hace sacude hasta la última fila de la sala.
La gente lo escuchó en un silencio respetuoso y extasiado, sólo roto con algún grito pidiendo “Yolanda”, canción que sin dudas se lleva las preferencias de todos los que solo esperan que suenen sus acordes. Pablo los complace. Sabe que en sus presentaciones ya no están los pactos que hubo en otros años, pero ese sigue firme: “Si alguna vez me siento derrotado/ me niego a ver el sol cada mañana...”
Hace ya tiempo que Pablo se distanció de algunas de sus pasadas convicciones. Nunca lo ocultó pero tampoco lo exhibió de manera exagerada. La gente lo sabe y en sus últimos shows no hubo banderas cubanas ni fotos del Che. Antes de su llegada a nuestro país, en reportajes radiales había adelantado sus deseos de no hablar de política. Cuando le preguntaron cómo estaba la situación en La Habana contestó “Está nublado y hace mucho calor”. Ante la insistencia, declaró: “No quiero hablar de política, sólo de canciones, de arte, de poesía, de pintura”.
El público tampoco llevó sus consignas de antaño. Lo admira, lo quiere y lo acepta como es. Pero siempre guarda una esperanza, y sobre el final de la noche en el Coliseo, con todos de pie, surgieron las fotos de Santiago Maldonado, las mismas imágenes que esas mismas manos habían llevado a la marcha en Plaza de Mayo realizada horas antes del show. Sonaban las últimas notas del clásico “El breve espacio en que no estás”, cuando Pablo se paró para irse. La gente se desesperó y él lo debe haber notado, porque cuando ya nadie esperaba nada, Pablo concede, cambia la letra del tema y canta, con todo el volumen de su voz canta “¿Santiago, Santiago dónde estás, Santiago dónde estás?” El público entonces explota y lo que había callado toda la noche se hace grito: “Cuba, Cuba, Cuba, el pueblo te saluda. Cuba, Cuba, Cuba, el pueblo te saluda”. Pero Pablo se va, deja el escenario apoyado en el hombro de su pianista, caminando lentamente, agitando su brazo se va. Después de todo, Pablo no habló de Cuba, Pablo pidió por Santiago.
El tiempo. el implacable el que pasó, siempre una herida triste nos dejó.
* Su libro Los días eran así ya está en las librerías.