Alguna vez contó que siendo apenas un niño montó su caballo y pasó la tarde galopando en dirección al sol que le entibiaba la cara. El problema fue que con la llegada del crepúsculo, miró hacia atrás y comprobó que se había perdido en medio del campo. Su instinto de aventurero lo hizo trepar a la copa de un árbol y, oteando el horizonte, supo cómo regresar a su casa. En otra ocasión, entrando a su más tierna pubertad, reconoció que era tan introvertido que volviendo de Balcarce hacia Mar del Plata en el auto de un amigo de la familia, quien conducía cerró la puerta del acompañante y sin querer le aprisionó los dedos de su mano derecha. Sin embargo, él no dijo ni mu. Es decir que el muchachito viajó poco más de 70 kilómetros con su mano atrapada, pero no se animó a decir nada de puro vergonzoso. Igual no le importó demasiado dado que ésa no era su mano más hábil, algo que ya había comprobado después que el padre le regalara una Sarina Children, su primera raqueta. Las muchas horas peloteando en el frontón del club Náutico Mar del Plata a la larga darían frutos. Y su cosecha no fue precisamente menor porque después, con apenas 25 años, el marplatense de vincha y pelo largo se transformaría en el primer tenista argentino en ganar el Abierto de Estados Unidos en Forest Hills. Aquel 11 de septiembre de 1977, Guillermo Vilas entró a la inmortalidad del deporte nacional al derrotar con autoridad al entonces Nº 1 del mundo, el local Jimmy “Jimbo” Connors, por 2-6, 6-3, 7-6 y 6-0.
El 5 de junio pasado se habían cumplido 40 años de la obtención del primer torneo de Grand Slam de Vilas, tras vencer al estadounidense Brian Gottfried en el parisino polvo de ladrillo de Roland Garros. Y un día como hoy, también hace cuatro décadas, el gran Willy conquistaba su segundo Grand Slam: nada menos que el US Open. No sólo eso: el marplatense construyó el mejor año de su carrera profesional con 16 torneos ganados en un solo año y logró un record de triunfos al hilo sobre polvo de ladrillo.
De la mano de Ion Tiriac, su entrenador y manager rumano, la campaña de Guillermo en Forest Hills fue sencillamente brillante. Camino a la gloria venció al español Manuel Santana (6-1 y 6-2); al estadounidense Gene Mayer (6-3 y 6-3); al también local Victor Amaya (6-3 y 6-3); al español José Higueras (6-3 y 6-1); al sudafricano Raymond Moore (6-1, 6-1 y 6-0) y llegó a la semifinal con el local Harold Solomon (6-2, 7-6 y 6-2) sin ceder un solo set.
En cambio, Jimbo no tuvo una temporada tan espectacular como la anterior; de hecho llegó a la final en Wimbledon 1977, pero la perdió ante el sueco Bjön Borg. No obstante, en la otra llave de semifinales, el norteamericano despachó con autoridad al italiano Corrado Barazzutti en sets corridos.
“Hoy puedo lograr todo lo que ambiciono. Durante años viví exclusivamente para convertirme en el mejor jugador del mundo. Por eso dejé atrás otras cosas muy importantes, me aislé, me entregué a la pasión del tenis. Pero no debo ni puedo dejarme atrapar por ese pensamiento. Para mí debe ser una final, una importante final de tenis, y nada más. Concentrarme en el rival y en el partido, pero no en lo que ella pueda significar, porque si no, me voy a atar solo”, confiaba a El Gráfico un maduro Willy en la previa. Así las cosas, el match entre el irascible N°1 y el marplatense tuvo momentos de mucha tensión y juego de alto vuelo, algo que quedó demostrado en las variables del marcador. “Mi primer set fue realmente flojo. Por eso y porque el viento se arremolinaba y se hacía difícil poder controlar la pelota. Recién en el segundo set empecé a soltarme y a pegar con slice. Nunca en mi vida metí tantos aces como ese día”, reconoció Vilas después del partido.
Los 15 mil espectadores que colmaron el estadio palpitaban lo que sería el tercer chico, con tenis de altísimo nivel y cargado de suspenso emotivo. Jimbo sacó una ventaja de 4 a 1 basándose en un potente revés a dos manos, pero Vilas no se desesperó. “Realmente la cosa venía mal, porque él tenía las riendas del partido. Pero yo estaba encendido, leía muy bien lo que hacía Connors, adiviné todo y tuve muchos golpes ganadores”, evocó el zurdo. Y así llegó al tie break, que ganó con polémica por una bola que el norteamericano vio adentro, pero era claro que había picado afuera. Jimbo protestó airadamente, se desconcentró y entregó el partido, porque el cuarto set fue un trámite para Willy, quien enseguida se puso 5 a 0. Sólo el orgullo deportivo de Connors en el último game hizo que levantara un triple match point. Hasta que la última bola del estadounidense pasó muy cerca del fleje y el umpire tardó una eternidad en cantar out. Vilas primero dudó y miró al juez de línea; después festejaría hasta ser subido en andas como un torero. Nacía el nuevo campeón.
Fue la última vez que el torneo se disputó en el recoleto Forest Hills, ya que a partir del año siguiente comenzó a jugarse en Flushing Meadows. Es que las necesidades de mercado para los norteamericanos indicaban que no podían seguir permitiendo que europeos y latinoamericanos continúen triunfando en su torneo más importante. El español Manuel Orantes ya se había impuesto en 1975. Dos años después, la lección la daría un argentino; por eso al año siguiente trasladaron el torneo a las rápidas y duras superficies de cemento.
Hace 40 años, Vilas alzó el trofeo del US Open y se convirtió en el mejor jugador del mundo, por más que las estadísticas “informáticas” de la época dieran otros resultados poco justificables. “Sabía que sería así, soy sudamericano, vengo de una parte del mundo que poco importa a los grandes dueños del tenis. Pero sé que soy el mejor, lo demostré en la cancha y eso no me lo quita nadie”, dijo Vilas en ese momento, a quien en aquella temporada de 1977 la computadora de la ATP clasificó segundo, detrás de su vencido Connors.
Hace 40 años, todo un país en vilo siguió las alternativas de una final picante en blanco y negro. Pero en Argentina los aficionados debieron seguir las instancias del infartante cuarto set escuchando el relato de Juan José Moro por Radio Rivadavia, ya que para la televisión había pasado el tiempo de contrato.
A partir del pelilargo con vincha surgido en Mar de Plata, el tenis se convertía en un deporte popular y hasta competía con los potreros de fútbol, dado que cientos de adeptos se lanzaron a practicarlo en canchas improvisadas sobre plazas y calles poco transitadas. Tanto entusiasmo despertó esa campaña de Vilas que hasta la suerte de Boca –que jugaba ante el Cruzeiro en Belo Horizonte la segunda final de la Copa Libertadores, que el equipo del Toto Lorenzo luego obtendría en un tercer partido en Montevideo– no llegó a suscitar un interés acorde con su popularidad.
Así, el gran Willy provocó una verdadera revolución social, porque logró convertir el por entonces denominado “deporte blanco” en masivo y popular. Digno legado para un deportista total como Guillermo Vilas, el mejor tenista argentino de todos los tiempos.