En la novela de Philip Dick, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, la manera de distinguir a un ser humano de un androide es el test de empatía. La empatía sólo se encuentra en la comunidad humana. Si algún humano sufre, cualquier otro ser humano no puede evitar enteramente el dolor. Salvo el psicópata, que padece un trastorno antisocial: carece de empatía. En esta novela, el test que diferencia los humanos de los androides mide “una respuesta autónoma y primaria, lo que llamamos ‘vergüenza’ o ‘rubor’ ante un estímulo moralmente inquietante”, explica el autor. Para la araña o la cobra la empatía sería perjudicial. Cualquier fracción de identificación con el deseo de vivir de la presa o con su sufrimiento solo limitaría su probabilidad de supervivencia, porque la empatía borra “las fronteras entre el cazador y la víctima, el vencedor y el derrotado”. Uno de los nodos de esta novela son los seres humanos que no superan el test.
¿Se pueden agrupar las ideologías políticas por su tendencia a promover la empatía o a minimizarla? Una de las frases fundacionales de la hegemonía neoliberal nos da una pista: “[…] la sociedad no existe, hay hombres y mujeres individuales y hay familias”, explicaba Margaret Thatcher en 1987. Este paradigma lleva más de tres décadas y la evidencia histórica de sus estragos recomienda un antiintelectualismo que clausure el sentido común que considera un valor político positivo la coherencia y la evidencia, recursos discursivos necesarios para la construcción de certezas colectivas. A cambio, el paradigma de la posverdad se propone disolver evidencias y certezas. Su materia prima es la imagen y el slogan elaborados por expertos en opinión y la lógica de captura de audiencia en tiempo real. Se trata de un proceso isomorfo a cómo la temporalidad financiera disuelve la temporalidad del mundo de la producción y el trabajo. Desde esta perspectiva, la primera posverdad global es el valor especulativo ficticio que hace girar la rueda de la inequidad y la concentración de la riqueza. El corolario más disolvente de esta operación de deshistorización y descontextualización es que desaparecen las “reglas de juego” y se universaliza por default el paradigma del “individualismo predatorio”.
La hegemonía de la CEOcracia local se conecta (o intenta conectarse) de forma subordinada con esta maquinaria. Pero hegemonía no coincide con imposición coercitiva. También supone consentimiento de los dominados, la aceptación convencida de los débiles del simulacro que distorsiona la trama político-económica que los perjudica. No importa cómo sea en las sociedades centrales, la coartada del neoliberalismo periférico es crear un entorno de inseguridad: inseguridad laboral, inseguridad en la calle, inseguridad en la salud y la vivienda. El gerenciamiento de la incertidumbre utiliza el miedo como la materia prima para la construcción de consentimiento. ¿Cómo? La CEOcracia periférica es feroz con los que no aceptan el orden neoliberal y presenta un rostro de inocencia infantil a los que lo aceptan. La construcción de consentimiento se basa en lograr que los débiles –las presas– se identifiquen con los predadores, que crean que están del mismo lado de la grieta, o que ellos mismos son predadores. La inocencia y la violencia vienen juntas, globos y gas pimienta suman a los CEOs imagen positiva. Claro que esta matriz no la inventó el macrismo, sino que viene prefabricada para toda la región. El producto que más nos preocupa son los pobres y la clase media baja que es capturada por este paradigma.
Veamos un ejemplo local sofisticado de dos alumnos aplicados. Socios en la negación del naufragio de la industria y de la ciencia y la tecnología, los ministros Barañao y Cabrera fueron convergiendo en una retórica que intenta ocultar la ausencia de política industrial y la flexibilización de la política de ciencia y tecnología con una versión naive de “emprendedorismo” que promueve la búsqueda del éxito individual desconectado de cualquier red institucional y/o empresarial, como respuesta a un escenario de disgregación social y económica.
Al margen de que la historia económica refuta la eficacia de esta fantasía –incluso, recomienda exactamente lo opuesto–, el objetivo final de este simulacro de emprendedorismo es reemplazar el paradigma del desarrollo económico y social –como empresa colectiva y solidaria basada en la industrialización inclusiva– por un voluntarismo solipsista fundado en variantes de pensamiento místico que promueven una “espiritualidad” predatoria y mercantil. Cae la actividad industrial, se desinvierte en educación y ciencia, el país se endeuda a tasas inéditas, pero el mensaje es que yo puedo labrarme un sendero de éxito personal. La legitimación escenográfica y discursiva suele estar fundada en gurúes, pseudo-ciencia y códigos empresariales new age de pura realidad virtual. El sociólogo Lucas Rubinich ya explicaba en 2001 que la cultura del emprendedorismo, junto con consultorías, think tanks y diversas modalidades de “agencias de análisis”, se proponen una “desjerarquización” del mundo académico, necesaria para transformar la enseñanza universitaria en un espacio de “negocios”. El macrismo replica este patrón en todas las áreas de gobierno.
¿Puede fallar? Claro. Carbone y Giniger preguntan “¿cómo es posible construir un proyecto hegemónico sin proyecto?” (PáginaI12, 21/08/17). Los mecanismos de hegemonización combinan tecnologías institucionales y comunicacionales de disciplinamiento con tecnologías institucionales y comunicacionales orientadas a “fabricar consentimiento”, diría Chomsky. Pero la “expertise” de la CEOcracia periférica que nos gobierna es el gerenciamiento de la escenografía, el desguace institucional y la dependencia política, económica y tecnológica. Construye poder subordinado, pero es portavoz de un proyecto global con el que no logra sintonizar. Por eso hay déficit de capacidades para la producción de consentimiento. Esta deficiencia hace aguas por varios frentes que la CEOcracia subdesarrollada no controla. Es decir, en la periferia la hegemonía también es periférica. Por eso el déficit de consentimiento se debe cubrir con periodismo de guerra y con gendarmería y policías bravas. Por eso la hegemonía del neoliberalismo periférico es transitoria e inestable y tiende al autoritarismo.
En términos un poco idealizados, digamos que trabajar para reconstruir un sentido común que valore la coherencia, la evidencia y la construcción de certezas colectivas se conecta con la necesidad de trabajar sobre la empatía frente a los que se están quedando sin trabajo o sin medicamentos, o frente a los están perdiendo sus techos. A la producción disciplinadora y mediática de androides hay que oponer la producción política y cultural de seres humanos.
* Miembro del Directorio de la ANPCyT-MINCyT.