“¿Entonces ésta no es la segunda temporada de Vinyl?”, escribió algún ocurrente en un foro internético sobre The Deuce. Es que aquí aparece el mismo cosmos, tiempo y calles que en la malograda serie que apenas duró una temporada por HBO. Sí, la Nueva York de los bajos fondos y los excesos que relucen en la noche, personajes viciados, a veces extasiados, luchando por sobrevivir con la certeza de que nunca van a poder sacar el cogote de las arenas movedizas en las que se mueven. Pero también hay dos diferencias importantes. Allí el retrato era sobre la industria discográfica y llevaba la estampa de Mick Jagger y Martin Scorsese. En este caso, es sobre el ascenso de la industria pornográfica y quien puso la firma es David Simon, uno de los grandes maestres televisivos de la actualidad (autor de la extraordinaria The Wire), junto con su colaborador habitual George Pelecanos. El primero de sus ocho episodios se verá el próximo domingo a las 21 por HBO.
El drama se sitúa en 1971, en la zona de Times Square donde todos los taxis parecen manejados por el Travis Bickle de Robert De Niro, región y época donde se produjo el punto de quiebre para el cine condicionado. El propio Simon señaló que su interés es el de retratar cómo fue que la pornografía “dejó de ser la botella de alcohol que te vendían en una bolsa de papel madera a ser un negocio floreciente”. A su vez, como ya es su marca de autor, ubicado un espacio puntual, se dedica a hilvanar hechos y personas, metiendo el dedo en la llaga en tópicos urticantes con elocuencia visual y política. Una cosa queda clara: el sistema siempre funciona a los tumbos, sea en Baltimore (The Wire), Nueva Orleans (Treme) o Nueva York (Show me a hero y The Deuce).
En el radar de The Deuce brotan dueños de bares, apostadores, prostitutas, proxenetas, policías y demás habitantes del microclima donde lo legal y lo ilegal copulan. La marca Simon sigue intacta: la estructura coral como un enorme tapiz, los diálogos de jerga pulidos, el timing casi letárgico. Pero en este caso los personajes centrales son tres. Uno es el de Maggie Gyllenhaal, que encarna a Candy, una trabajadora del sexo, madre de un hijo, que le huye a los cafishios, tan perspicaz como arriesgada para querer entrometerse en el negocio del cine triple X. “Lo más interesante es que los personajes parecen ser una cosa en la superficie y podemos descubrir lo que está por debajo”, dijo la actriz. Ese es otro de los logros del dúo Simon–Pelecanos, que quienes aparezcan en pantalla se sientan humanos antes que un arquetipo en función de la narrativa. James Franco interpreta los roles de los hermanos gemelos Vinny y Frankie Martino. El primero regentea un bar, el otro es un adicto al juego, por lo que la mafia italiana les anda cerca. Ambos actores, además de productores, tienen experiencia con este tipo de papeles. Sin ir más lejos, Franco fue parte de Lovelace, la película sobre la mítica Garganta Profunda (título que aquí se ve en una marquesina). Los involucrados aseguran que se sometieron a una dieta de clásicos de Martin Scorsese, Sidney Lumet y William Friedkin para dar con el tono pero también con películas porno de ese entonces. “No hay demasiada fantasía dando vueltas, es hardcore, uno espía a gente teniendo sexo real”, apuntó la directora del piloto y del último episodio, Michelle MacLaren.
“Se han corrido los estándares de la comunidad y aparentemente Nueva York no tiene ninguno”, dice en un momento un personaje. Es que The Deuce da en las fuentes del porno moderno, a poquitos años de que cambiaran las clasificaciones de edades en el cine, el surgimiento de géneros bastardos como “blaxploitation” (no por nada su tema de apertura es de Curtis Mayfield), y las nuevas definiciones legales sobre lo obsceno. Y donde hay un gris, la mafia aprovecha el filón. Ese es el gran interés en la serie, cómo es que el porno pasó de las casas de masajes a ocupar su espacio de legitimidad. Y, por lo bajo, The Deuce se desenvuelve como una investigación sobre el manejo del dinero y un trabajo vinculado a lo carnal. “En el camino de convertirse en una industria multimillonaria algunos ganaron, algunos huyeron, otros fueron traicionados, unos tuvieron un grado de organización y otros que no”, puntualizó Simon. Ese mismo género, que dicen los estudiosos del cine nació en Argentina y hoy en día se ha reconvertido en un emporio que mueve más de 14 mil millones de dólares al año.