“Siempre nos felicitan por el festival, pero lo que nos llamó la atención fue que este año nos agradecieron. Debe ser la coyuntura que vivimos”, reflexionó Diego Cabarcos, integrante del colectivo que organiza el Festival Cartón, dedicado a difundir cortometrajes de cine animado de todo el mundo. Sus palabras oficiaron de cierre de la última jornada del festival, el domingo en el cine Gaumont, cuando ya todos los premios habían sido entregados. Es una coyuntura difícil para la cultura en general y para el cine de animación en particular. Los organizadores de este encuentro anual lo saben bien, pues en 2017 recibieron menos cortos nacionales de los que esperaban. Su compañera Marisa Fernández Villalba llamó a “mantener las pantallas encendidas” y a bancar a las producciones locales. Además, en nombre del colectivo que integran y que los tiene como sus caras más visibles, Cabarcos y Fernández Villalba exigieron la aparición con vida de Santiago Maldonado y rechazaron el cierre del complejo ArteCinema.

La jornada menos de actividad (seis, contra los siete habituales) no disminuyó el éxito de esta edición, que superó los 1200 espectadores. Aunque quizá la cifra no da cuenta cabal de lo que significa el Festival Cartón para el mundillo de los realizadores argentinos. A Cartón, salvo viaje, enfermedad o causa de fuerza mayor, van todos. Es “el” lugar de encuentro para compartir y ver los trabajos propios y de los demás. De ver(se) y mostrar(se) en una buena pantalla, con sonido digno y en un ambiente receptivo. Es, también, un circuito que permite articular la producción artística del animador con la realidad. Un poco porque la sede principal del festival (el local de FM La Tribu) está atravesado por la realidad social, política y económica cotidiana, otro poco porque su colectivo organizador se hace cargo de su lugar de pertenencia y propone una sección temática dedicada a alguna cuestión de ese orden. Este año, la temática elegida fue la violencia institucional, lo que en un reportaje uno del equipo definió como una “espeluznante casualidad”, ya que seleccionaron el tema en febrero y cerraron su semana de actividades con una foto del desaparecido Santiago Maldonado en cada butaca de la sala.

Esta séptima edición, además, coincidió con el centenario de la primera proyección de un largometraje animado de factura nacional. De hecho, esta es la primera edición que se celebra con la ley aprobada que establece el 9 de noviembre como “Día de la animación argentina”, una iniciativa surgida en el seno del festival y abrazada como propia por todo el ambiente. Desde luego, Cabarcos y Fernández Villalba celebraron el logro y convocaron a todos los participantes a volver al Gaumont en esa fecha, pues el emblemático cine de avenida Rivadavia se convertirá en epicentro de los festejos de este año.

Además de recorrer el primer siglo de animación argentino, el Festival Cartón también ofreció talleres para todas las edades, un foco dedicado a la producción rusa, presentaciones y feria de libros, y charlas profesionales, como la que ahondó en el uso de la realidad virtual como herramienta para los animadores.

A la hora de los galardones, el Gran Premio del Jurado quedó para El proyecto de mi padre, de la brasileña Rosaria, un cortometraje conmovedor, de factura sencilla pero potente. “Es una historia pequeña, pero que nos llegó mucho; nos parece evidente que la realizadora quería contar algo muy personal”, explicaron los miembros del jurado al anunciar a la ganadora de la noche. Además, distinguieron como “mejor corto nacional” a Tántalo, de Juan Facundo Ayerbe y Christian Krieghoff, y a la impecable Garden Party (de los franceses Theophile Dufresne y Florian Bebikian) como el mejor de los internacionales. Además, otorgaron menciones a la argentina Ahí viene el avioncito (de Nicolás Allignani), a Panick attack (por Eilee O’Meara, de Estados Unidos), a Doña Ubenza (del también argentino Juan Manuel Costa, casi un videoclip realizado en stop motion con muñecos y fondo de vellón), y El invernadero (del español Ramón Alos Sánchez).

El Premio de la red de festivales Rafma, destinado a los cortometrajes surgidos de talleres de todo el país quedó para El alpinista, de los rosarinos Marcelo Pepice y Paula Molina. Además, el colectivo Cartón entregó dos reconocimientos. Uno al taller La Grifa, que organiza ciclos y talleres de cine animado a los internados en el área de oncología del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez (y fue imposible no conmoverse con la madre que contó cómo su hija se quiso despedir de las talleristas en su último día). El otro fue para Pablo Polliedri por Corp, un cortometraje muy ingenioso que recorre a partir de diagramas organizacionales cómo se construye una gran corporación y cómo eso impacta en la sociedad. Polliedri lleva siete años presentando sus trabajos en cada edición del festival, desde su primera aparición en 2011.

El premio para la categoría temática, en tanto, fue para el español Mario Torrecillas, que envió Si no soy no puedo ser, filmado con los niños de los campos de refugiados de Grecia. En su cinta cuenta la historia de Fátima, una jovencita turca de 12 años, que huyó de bombardeos y cuenta su vida en el campo, su relación con otros niños, sus sueños, sus frustraciones, el frío y el hambre. Un trabajo intenso resuelto con una factura encomiable. El jurado especial de la categoría destacó el film por “lo justo que está nombrando, el dolor que está contando a partir de un drama de época, como los destierros de quienes huyen de la guerra con la muerte pisándoles los talones, encarnado en el sufrimiento de los niños, que son los más sufrientes”. Un premio, y una película, que recogen una de las mejores facetas del festival Cartón: la capacidad de contar con dibujos animados la realidad de hoy.