Desde Barcelona
UNO Empezó el nuevo curso lectivo (que pone nerviosos a los niños) y el nuevo curso político (que atemoriza a los adultos). Así que, luego de depositar a su hijo en el colegio y cansado de estar tan pendiente del independentismo, Rodríguez (pocas coordenadas espacio-temporales predisponen con más ganas a la verosimilitud de lo irreal que “una de monstruos” antes del almuerzo) se mete a ver It en sesión matinal. Dirigida por talentoso argentino for export, pero para siempre de Stephen King. Rodríguez entra a una sala casi vacía. Y la música funcional por los altoparlantes es la versión número 2.546.989 de “Over the Rainbow” de El mago de Oz.
Y se apagan las luces y se enciende la pantalla.
Y no, Toto, ya no estamos en Kansas.
Estamos en Derry.
DOS Y se sabe: pueblo chico, infierno colosal, mal karma desde su fundación, número 1 en el ranking de desapariciones infantiles de USA. Hay algo muy pero muy podrido en Derry. Pero, fundamentalmente, ahí vive esa novela de iniciación terminal a la que muchos consideran la “Great American Horror Novel” o “la Moby-Dick del terror”. Y –según su autor, al publicarla en 1986, luego de casi un lustro al teclado– depositaria de “todo lo que sé sobre el género” en más de mil páginas.
Y la versión de Andy Muschietti está a la altura del desafío. Y toma decisiones inteligentes. Lo más importante de todo es que no aclara demasiado la tiniebla y asume lo que todos sabemos de manera consciente o no: que el miedo no tiene explicación ni razón de ser. El miedo es Eso que nos da miedo. Y con Eso alcanza y sobra.
Y el film extirpa y amputa y se concentra en “la parte de los chicos” (pocos autores han retratado como el Rey King la camaradería teen entre principitos nerds víctimas del bully de turno); y deja a “la de los adultos” (para Rodríguez tanto menos interesante, con esa araña gigante y tortuga mística un poco involuntariamente Douglas Adams) para inevitable secuela. Esta It descarta la para muchos problemática y hasta hoy controversial escena de sexo comunal-místico así como al innecesario macroverso lovecraftiano y su Ritual de Chüd. Y traslada la acción de los 50s (lo que, es un pena, deja de lado todas las alusiones y alucinaciones relativas a los clásicos famous monsters de la Universal Pictures y a la imaginería pulp-gore de la EC Comics) a los 80s (que, como todos sabemos, son los nuevos 60s) y en los que, por suerte, aún no hay redes sociales ni SMSs para adelantar la trama retrasada de los pavores de hoy. Y hace el más astuto uso de enervante sección de cuerdas para soundtrack desde Psycho. Y el Pennywise de Bill Skarsgård (en algún momento se pensó en Tilda Swinton, lo que no habría estado nada mal y muy bien) casi no hace que se extrañe al televisivo de Tim Curry en 1990 (“casi”, subraya Rodríguez; quien piensa que el insuperable Pennywise es el Joker de Heath Ledger). Y, sí, se suma a contadas pero nobles adaptaciones como Carrie, The Green Mile, Misery, la para muchos –King incluido– demasiado personal The Shining (que es más de Kubrick que de King), La zona muerta, The Shawshank Redemption, Cementerio de animales, Stand By Me, La niebla... King –al margen de la producción y quien por estos días se enfrenta vía tuIt a ese otro It conocido como Itrump– dijo que le gustó.
Aunque, en verdad, a Rodríguez poco y nada le importa todo lo anterior.
Para Rodríguez It es otra cosa.
Para Rodríguez It es Eso.
TRES Y ese Eso es la manera en que la novela modificó para siempre su percepción de la amistad juvenil. Adiós a Los Cinco, a Verano azul, a la jodida Los Goonies (cuyo mega-éxito en España Rodríguez jamás se pudo explicar del todo), a La guerra de los botones, a E.T. y a Adiós, cigueña, adiós. It equivalía a comprender que los cuentos de hadas y de brujas tenían razón y que, sí, cosas espantosas les suceden a los niños. It cambió para siempre su audición de “Barquito de papel” de Serrat y alteró su visión de Le ballon rouge de Albert Lamorisse y ahora hace que Rodríguez se ponga muy nervioso cada vez que llueve y su hijo se pone ese impermeable color submarino y amarillo para salir a una calle llena de alcantarillas. Y –después de todo y antes que nada– It legitimó y hasta volvió motivo de orgullo la proclamación de la hasta entonces inconfesable vergüenza de temer a los malditos payasos.
Y también It fue una de esas tan intensas y muy contadas experiencias como lector que tienes en la vida. Y de la que no puedes evitar acordarte cuando te descubres metido en una de esas ocasionales novelas-de-prestigio que todos leen porque toca leerlas preguntándote “Ah... ¿qué habrá sido de Ben y de Bill y de Richie y, sobre todo, de la pelirroja Bev?” (para Rodríguez, la primera y única It Girl). Y también “¿Qué se hizo de ese yo que ya no soy pero que, algunas noches, en la oscuridad, vuelve a mí como un fantasma para que no pueda olvidar cómo fui y lo muy vivo que estaba entonces creyéndome inmortal”.
Respuesta: está flotando ahí abajo.
CUATRO Porque recordarlo siempre: “Aquí abajo todos flotamos”, advierte y tienta y sonríe con todos los dientes el bailarín alien-payaso Pennywise. Y aquí abajo es en las cloacas de Derry. Y desde allí Pennywise –quien viene y va, quien va y viene cada cuarto de siglo más o menos– se nutre del miedo de otros lost boys que no son los de Peter Pan. Pennywise es tan generoso dando miedo como egoísta a la hora de reclamar con intereses ese miedo que invirtió y que no es el gracioso combustible de la genial Monsters, Inc. Y, así y de ahí, la gran paradoja de It: no se trata de una de esas películas para ir a ver con un niño o uno de esos libros a leerle o que lee antes de dormir; pero, al mismo tiempo, pocos films y novelas enseñarán mejor a un pequeño miedoso la inmensa euforia y recompensa resultantes del por fin enfrentarte a tus miedos y de cómo hacer para que ellos sientan el miedo de ya no darte miedo.
CINCO Y lo que no alcanza a contar la película y sí cuenta en detalle la novela es el modo en que Derry se va degradando a medida que It la va poseyendo. Y la manera en que los adultos del lugar hacen como que no pasa nada, o como que se olvidaron todo el pánico provocado por Pennywise en visitas anteriores.
De un tiempo a esta parte –Rodríguez ve la luz en las sombras del cine– en Barcelona se ha venido sintiendo lo mismo, viviendo Eso. El recelo y la sospecha y la manera en que la gente en susurros sobre Eso por miedo a que la escuchen o a que no la escuchen. Y lo que sí resuena todo el tiempo –tan ineptos en ambos bandos, unos y otros empadronados en el 29 Neibolt St.– es el falsete de los falsos y payasescos shape-shifters. Esos estadistas en mal estado. Bailoteando y maquillados para noticieros y manifestaciones y tertulias televisivas. Y asegurando que “no tienen miedo” (abduciendo, con pésimo gusto, un lema que era para terroristas) o que (para aterrorizar) “no nos temblará el pulso para ejecutar la ley”. Llamando a la lucha o al orden; mientras el oasis resulta espejismo, la ilusión deviene en desilusión, y las urnas para votos se transforman en ataúdes para cadáveres políticos a botar cloacas abajo.
Y el globo se pincha, se desinfla.
It empieza mal y termina bien.
Eso, en cambio, tiene todo el aspecto de haber empezado raro y de terminar en plan acabose y –como Pennywise– pretendiendo dividir para triunfar y que viva a morir el todos contra todos.
Y la película concluye pero afuera sigue el teatro.
Y Rodríguez va al colegio de su hijo y espera a que su hijo salga y lo abraza y cómo pesa su mochila y le pregunta “¿A qué no sabes de dónde vengo?”
Y le contesta: “Vengo de Derry, de aquí cerca”.
Y entonces le cuenta todo It y, mejor, para que no tenga pesadillas, nada de todo Eso.
Le cuenta todo eso de It.