Las últimas elecciones presidenciales de los EE.UU. impactaron fuertemente en el mundo de distintas formas. Una de las profesiones más golpeadas fue el periodismo, que se demostró incapaz de luchar contra el tsunami de noticias falsas (o “fake news”, como se las llama habitualmente) que llegaba a los ciudadanos a través de las redes, desde rumores, campañas de descrédito hasta las falsedades más burdas. Entre las más desmentidas están la supuesta autorización del entonces presidente Barack Obama para que voten los mexicanos o el apoyo del Papa Francisco a Donald Trump: ambas ideas persisten como verdaderas aún hoy en algunos sectores de la sociedad estadounidense. El fenómeno se debe en buena medida al uso de las redes sociales, sobre todo Facebook, para enviar la mentira indicada según el perfil de cada individuo para que resulte verosímil. Gracias a la información que volcamos en las redes sociales, estas empresas conocen nuestros intereses, amigos, actividades o incluso por dónde nos movemos o qué compramos. De esa manera Facebook y otros saben exactamente qué publicidad puede interesarnos y venden esa información a los avisadores. Si ese conocimiento puede servir para promocionar productos: ¿por qué no usarlo para un candidato? Este será el tema central de la Media Party que se hará en el Centro Cultural Konex los días 13 al 15 de septiembre y donde se reunirán cientos de periodistas, tecnólogos, diseñadores gráficos y otros comunicadores de todo el mundo bajo el lema “Reiniciando el periodismo”. PáginaI12 entrevistó a dos de los visitantes, expertos en la materia.
Varios políticos en los últimos años comprendieron la utilidad de las redes, pero el equipo de campaña de Donald Trump durante las últimas elecciones lo usó de forma tan sistemática y apelando a mensajes contradictorios o lisa y llanamente falsos, como nunca antes. Para peor, las redes desean no contradecirnos y mantenernos en nuestra zona de confort: por eso las desmentidas que desafían los preconceptos propios no aparecerán en nuestras pantallas.
Como las nuevas generaciones se informan cada vez más a través de las redes, el panorama a futuro es preocupante. Mark Zuckerberg negó que Facebook pudiera tener algo que ver con la victoria de Trump, pero contrató editores y se asoció con distintas organizaciones que se dedican a chequear noticias: la idea es quitarle el servicio publicitario a quienes distribuyan noticias falsas. La tarea no será fácil, pero el debate sobre las #FakeNews es una señal de que la sociedad ha comenzado a preocuparse por el poder de las redes de la misma manera que regularmente discute el poder de otros medios de comunicación masiva.
De publicidad a noticias
Jonathan Albright es profesor e investigador de la Universidad de Columbia. Se especializa en periodismo de datos y cuenta con varios premios en su haber. Publica frecuentemente en diarios sobre el tema que actualmente lo obsesiona: las noticias falsas. Para él hay una fuerte continuidad entre la lógica publicitaria online y las “fake news”.
–Siempre existieron las noticias falsas: ¿cuál es la diferencia con lo que ocurre ahora?
–En primer lugar la profundidad y la persistencia de los “rastros virtuales” que dejamos a través de las nuevas tecnologías que permiten mirar, procesar esos datos, a través de computadoras y algoritmos muy sofisticados que analizan ese flujo en tiempo real. Estos datos se han acumulado por años de uso de Facebook, YouTube, Instagram, Twitter, etcétera. Es decir que la preocupación hoy es aún mayor que hace tres o cuatro años. En segundo lugar ha crecido la habilidad tecnológica para imitar la actividad y el comportamiento humanos. Al bajar los costos de instalar herramientas como ejércitos de bots (perfiles automatizados y programables) se abre la puerta a la amplificación del fenómeno que busca influenciar las tendencias y los temas en las redes sociales; luego la prensa los percibe como relevantes y amplifica aún más el fenómeno. El tercer factor más importante de las “Fake News” es que apunta sobre todo a las emociones. Las estrategias de persuasión durante las elecciones del Brexit y la campaña presidencial estadounidense en 2016 buscaron “tirar” de los datos personalizados de la gente para darle información específica en el momento preciso y, de esa manera, modificar su comportamiento en el mundo real. Gracias a los datos derivados de los comentarios online, compras, etnia o raza, historial de ubicaciones, actividad en las plataformas, aplicaciones, además de emociones extraídas de actividad online, como fotos, videos, imágenes, amigos, reacciones, la gente atrae cierto tipo de noticias como antes atraía ciertas publicidades. El imán de la información falsa es más poderoso aún respecto a controversias y temas de debate social delicados como inmigración, religión y política económica. De alguna forma esta es una evolución de la publicidad programada que ahora se aplica a nivel de la participación cívica y social.
–¿Las redes sociales son responsables de este fenómeno?
–Sí y no. Creo que es mejor entender a las redes sociales menos como “medios” y más como espacios que permiten a las compañías recolectar datos personales y su contexto, conectados a las identidades reales de los usuarios.
–¿Esto se resuelve con más tecnología?
–Algunos de los efectos visibles pueden disminuirse con tecnologías avanzadas como filtros o detección de bots, pero el problema más profundo requiere políticas públicas. Tal como demuestran eventos recientes, si hay pocas reglas acerca de la manipulación de los ciudadanos en el mundo político digital, podemos esperar que el fenómeno de las “Fake News” y la mala información solo empeoren.
–¿Las noticias falsas fueron responsables de la victoria de Trump en EE.UU.?
–Propaganda, noticias falsas, teorías conspirativas fueron vectores clave para moldear el voto de grupos de ciudadanos a los que se apuntó particularmente. Pero como muchos señalan, por supuesto, esto no fue lo único. Funcionó junto a otras tácticas de campaña y esfuerzos de recaudación de fondos.
–¿Diría que el sistema democrático está en peligro?
–Desde mi punto de vista el escenario actual es preocupante para la democracia. ¿Por qué? Porque el objetivo final no es solo la compra de un producto o servicio, sino que busca moldear un sistema de gobierno altamente participativo.
Acercarse a la comunidad
Andrew Losowsky es periodista y colaborador de diversos medios del mundo. Investiga las tendencias del periodismo y la tecnología. Este británico vive en Nueva York donde lidera el proyecto Coral (ver recuadro), un conjunto de herramientas de código abierto que permite a los periodistas trabajar más cerca de las comunidades y mejorar la circulación y confiabilidad de las noticias.
–¿Las redes sociales afectaron la forma en que se hace periodismo?
–Yo creo que el mundo digital ha cambiado la comunicación, el periodismo y la interacción entre personas. En particular, las redes sociales han creado una presunción de interactividad y cercanía cuando estamos online. Pero el mundo periodístico no se ha adaptado muy bien a esta nueva época: estamos acostumbrados a la transmisión de información y no a dialogar o escuchar a una amplitud de voces y experiencias que no incluimos antes en nuestra cobertura. Las redes sociales nos han acercado a una nueva manera de interactuar y de escuchar. Es una oportunidad fenomenal, pero, al mismo tiempo, desafían a los periodistas al hacerlos tan accesibles a la gente. Un momento revolucionario para entender el papel de la prensa en la sociedad.
–¿La gente solo busca confirmar con noticias lo que ya pensaba?
–Creo que la gente siempre dice que quiere desafiar sus preconcepciones, pero en realidad sabemos que no es así. Lo que queremos saber es si lo que pensamos está de acuerdo con lo que otras personas piensan. Somos animales muy sociales y no nos gustan las amenazas a nuestro estatus en el grupo, por eso luchamos tanto contra quienes niegan nuestras opiniones. Pero creo también que hay oportunidades por cambiar la mente de la gente o, por lo menos, cambiar lo que piensan sobre un tema. No soy neurocientífico, pero entiendo que aún no terminamos de comprender qué busca nuestro cerebro al entrar permanentemente en contacto con otros online. Eso parece conectarnos con algo fundamental, incluso adictivo, de nuestra naturaleza.