¡Larga vida para quienes encienden el fueguito de las historias! La memoria social los necesita para combatir el olvido. “Una enorme porción de los argentinos está gritando, angustiada, ‘¿Dónde está Santiago Maldonado?’ A los narradores también nos atraviesa ese dolor. Como los antiguos juglares, que recorrían las aldeas manteniendo viva la memoria de la historia del pueblo, los cuentacuentos buscamos interpelar a los oyentes, crear conciencia, descubrir los secretos de la vida, no sólo personal sino colectiva, para ayudarnos a comprender el presente. Por eso Santiago estará presente en la apertura”, anticipa el narrador Oscar Guida sobre el 17° Festival Internacional de Cuentacuentos “Palabra Mía”, que comenzará hoy a las 18 en la Biblioteca del Congreso (Alsina 1835), con entrada libre y gratuita, organizado por el Círculo de Cuentacuentos y Cuentería y la Escuela Latinoamericana de Cuentacuentos. En esta edición, que se realizará en distintas sedes de la ciudad, Citi Bell, San Fernando, Lomas de Zamora y La Plata, participarán Oswaldo Cárdenas Gómez (Colombia), Yariel Salas (Cuba), Jaime Poblete Suarez (Chile), Franz Baltazar (Bolivia), Marcos Córdoba Vega (Venezuela), Marko Mosquera (Colombia), Adrián Yeste (España) y Liliam Rodríguez (Colombia), junto con los argentinos Rosana García, Cristina Villanueva, Lili Bassi, Raúl Cuevas, Liliana Bonel, Betty Ferkel y Marta Millicay, entre otros.
Claudio Ledesma, director y programador de “Palabra Mía” –que cuenta con el apoyo del Instituto Nacional de Teatro y la Dirección General del Libro y Bibliotecas de la Ciudad– también quiere saber “¿Dónde está Santiago Maldonado?”. “No podemos estar ajenos a la terrible realidad que vivimos como país. La pregunta estará presente en la apertura del Festival con un cuento que adaptó y cuenta Oscar Guida, ‘El que no salta es un holandés’, de Mabel Pagano”, revela Ledesma a . ¿Cómo se narra una desaparición? Cristina Villanueva, poeta, escritora, cuentacuentos, psicóloga e integrante del Círculo de Cuentacuentos, dice que una desaparición “no se narra, no se puede contar”. “Es como si algo adentro tuyo y afuera arañara, y esas lastimaduras hicieran un mapa de sangres que no se secan nunca, de gritos que no se callan. No se pueden curar y duran casi siempre. Enterrar los cadáveres está en los comienzos de lo humano, desaparecerlos es un agravio permanente. Una pregunta que no cesa y vuelve y volverá. ‘¿Dónde está?’ Pregunta que perseguirá a los desaparecedores. La palabra ‘desaparecido’ es una llaga abierta indecible en la sociedad rota de dolor. La verdad y la justicia calman apenas la maldad que no se puede comprender”, reflexiona Villanueva.
Adrián Yeste, cuentacuentos y escritor de León (España), señala que festivales como “Palabra Mía” son “un gran altavoz para dar a conocer el arte de contar historias de viva voz”. “Todavía llegan personas a las funciones que ignoran qué van a ver y escuchar. ‘¿Ustedes qué hacen? ¿Leen? ¿Cuentan chistes?’. ‘No, contamos cuentos’. ‘¿Para niños?’ ‘A veces, otras veces no’. Cuando esa persona deja a un lado el prejuicio inicial, se sienta, escucha y se entrega, es muy probable que repita –sugiere Yeste–. Hay algo muy poderoso entre el que cuenta y quien escucha: la comunicación. La invitación a un viaje por las emociones a través de los personajes de los cuentos”. Jaime Poblete Suárez, cuentacuentos chileno, propone una escena. “Imaginemos a dos personas: una que lee un libro en el subte y otra que escucha una historia al lado del fuego. ¿Qué comparten ambas personas? El amor por las historias, probablemente. Cuando leo, todo bien. Si el cuento es bueno y pasa la prueba de la relectura, me convierto en un descubridor de un cuento que puede ser inagotable. Toda una aventura personal. La narración oral, por otro lado, nos entrega lo que nos daba el fuego: reencontrarnos, volver a mirarnos a los ojos, volver a conversar. Volver a la escala humana. Esta posibilidad, es fascinante, sobre todo en los tiempos que corren”.
Yeste recuerda que leyó una nota que hablaba sobre la implementación de un sistema de luces en el suelo, a modo de semáforo, para que el que espera en la vereda, mientras mira el celular, vea el verde sin necesidad de alzar la vista. “En este contexto, decir que un tipo se va a sentar en una silla y sin ninguna ayuda más que la palabra y el gesto te va a contar un cuento, raya lo utópico. Pues ahí reside nuestro poder –plantea–. En la necesidad de alzar la vista y encontrarnos con la mirada de otro. Cuando contamos, cuando escuchamos, nos miramos. Para mí, contar un cuento se asemeja a las cartas de puño y letra que escribíamos: cada letra era personal, reconocible, había quien se torcía, el que escribía en los márgenes, el de la letra redonda y el de las faltas de ortografía. Incluso había cartas que te llegaban con perfumito. ¿A quién no le gustaría recibir una carta de esas de nuevo? ¿A quién no le gustaría que le narren un cuento? La palabra narrada tiene el matiz, la calidez, la proximidad, dice ‘estamos juntos en esto, vamos de la mano hasta el final’”.
Ledesma subraya que la narración sigue creciendo y avanzando por los tiempos políticos y sociales. “En la crisis del 2001, el arte en general se vio beneficiado precisamente porque el ser humano necesitó reencontrarse con el otro y consigo mismo, comunicarse y exorcizar esos desconsuelos, luchando contra la desesperanza. Actualmente, con esta realidad tan dura y difícil, es necesario creer en la magia de la ficción y la fantasía. La realidad nos supera y a veces parece que no tenemos escapatoria; entonces es nuestra forma de resistir, con la palabra, contándonos y contándose, para recordar lo que nos pasó, porque parece que todo se repite”, advierte el director del festival y recuerda que en su casa no había libros. “Mis padres son del interior, de la provincia de Tucumán, gente muy sencilla. Pero sí había historias y relatos que contaban de su terruño. El único libro que había –y como pata de la cama– era el Nunca más. Ese libro me marcó muchísimo en mi adolescencia porque el colegio tampoco me enseñó nada de esta parte de la historia. De hecho, no existía el Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia; ése fue un logro del gobierno kirchnerista –recuerda Ledesma–. La historia argentina de ‘76 al ‘83 la aprendí a través de la literatura de Eduardo Galeano, Mario Benedetti, Paco Urondo y Esteban Valentino, entre otros. Por eso empecé a contar esos cuentos, para que todos, especialmente los jóvenes, pudieran conocer esa parte de la historia que fue silenciada. Tenía la necesidad de poner en palabras esas cosas no dichas y los cuentos fueron mi excusa, mi vehículo, mi forma de comunicar y estar en el mundo”.