A la hora de pensar el proceso de enseñanza, Chávez cree que “matar” al maestro siempre es un hecho fundamental pero de ninguna manera traumático. “La necesidad de aniquilar al maestro –señala– es un hecho constitutivo. Para terminar de construir al maestro, hay que matarlo. Pero no para que desaparezca, sino para que termine de ocupar un lugar definitivo. Uno mata la presencia física, la relación de poder, pero no el alma de sus enseñanzas. A medida que voy creciendo, y mi padre se va alejando incluso como muerto, lo recuerdo cada vez más vivo. Lo recuerdo menos muerto que lo que lo recuerdo vivo. Hoy por hoy, me miro en el espejo, me miro las manos, mi rostro, y me doy cuenta que estoy cada vez más parecido a él. Esta idea de matar al padre o al maestro es un paso necesario para constituirte como ser o artista, pero en donde con el tiempo descubrís que ellos están en tu cuerpo. A los maestros los matamos pero están siempre presentes. El maestro es mortal pero su experiencia es eterna.”