A un año de cumplir la mayoría de edad, el Festival de Cine Alemán –uno de los eventos cinematográficos porteños más firmemente establecidos en el calendario anual– presenta su edición número 17, que comienza hoy y desplegará su flamante programación hasta el miércoles 20 inclusive, en sus tradicionales sedes del Village Recoleta y Caballito. “Durante años pensar en el cine alemán era remitirse a clásicos como El ángel azul o Metrópolis, luego a nombres del nuevo cine alemán como Fassbinder, Herzog y Wenders o, a la hora de los premios, anotar El tambor de hojalata, de Volker Schlöndorff”, escribe Pablo De Vita como crítico invitado en el catálogo. “Esta 17ª edición del Festival de Cine Alemán es una tan sutil como intensa combinación entre renovación y permanencia (...) porque la calidad de la selección convirtió a este encuentro en mucho más que un festival temático siendo una ventana a una cinematografía que seduce por su nivel”. Tal vez la más estimulante manera de comprobar si el cine germano continúa produciendo en cantidad y calidad, el menú de este año incluye las dosis habituales de largometrajes de ficción –desde el cine más popular hasta la más radical mirada de autor–, un documental, cortos de jóvenes realizadores y el tradicional clásico mudo restaurado y acompañado por música en vivo, que este año trae alguna novedad sonora (ver aparte).
Bienvenido a la casa de los Hartmann (título que ya tiene estreno comercial asegurado en la Argentina) se transformó el año pasado en la película alemana más vista en la historia del cine de ese país, al menos en tiempos recientes. Dirigida por Simon Verhoeven (hijo del también realizador Michael Verhoeven, sin relación alguna con el cineasta holandés del mismo apellido), esta comedia ultra costumbrista utiliza como excusa narrativa un tema urgente en la sociedad alemana contemporánea: la compleja situación de los refugiados de países africanos o de Medio Oriente que escapan de la violencia y el hambre en sus países de origen. Bienpensante, optimista a ultranza y algo moralista, la historia ubica en choque frontal a una familia tipo de la burguesía muniquesa (papá cirujano, mamá profesora, hijo gerente e hija todavía estudiante, a pesar de sus treinta abriles) con un muchacho nigeriano que apenas si está comenzando a balbucear algunas palabras en el idioma de Goethe. Los problemas comienzan, por supuesto, cuando la señora Hartmann decide “adoptar” a un refugiado en el seno de su hogar, sin consultarlo previamente con su egocéntrico marido, más preocupado por las arrugas y creciente falta de cabello que por el estado del mundo. “Ya es suficiente que Merkel haya invitado a todo el Tercer Mundo a nuestro país; no vamos a hacer lo mismo en nuestra casa”, es la respuesta de Herr Hartmann, frase convenientemente destacada en el trailer publicitario del film. Bienvenido a la casa de los Hartmann, protagonizada por Heiner Lauterbach y la legendaria actriz vienesa Senta Berger (por otro lado, la madre del realizador), será presentada por el propio Simon Verhoeven, invitado estrella de esta nueva entrega del Festival.
Casi en la vereda opuesta de los placeres populares de los Hartmann, El camino soñado encuentra a Angela Schanelec –realizadora que supo visitar la Argentina el año pasado, invitada por la Sala Lugones y el Instituto Goethe, para presentar una retrospectiva de su obra– al frente del que quizá sea su film formalmente más destilado. La primera porción del relato (o el primero de dos relatos complementarios) presenta a una chica alemana y a un chico inglés de paso por la Grecia de mediados de los años 80, período de particularísimas características políticas y sociales en Alemania, Europa y el resto del mundo. Pero los eventos de la Historia le ceden el espacio a la historia con minúscula, aunque no menos relevante para su protagonista: la madre del muchacho se encuentra en un delicado estado de salud y es necesario tomar una difícil decisión. Sin que la película explicite el paso del tiempo, las imágenes de una Berlín más cercana en el tiempo (el año es 2014) son el telón de fondo de la crisis matrimonial de un fotógrafo y una actriz, ambos padres de una niña de doce años. Sobre el final, dos escenas en la Berlin Hauptbahnhof hacen las veces de nexo no literal entre las dos mitades que componen el séptimo largometraje de Schanelec –uno de los nombres más secretos del cine alemán contemporáneo–, reflexión melancólica y poco optimista sobre el estado de las cosas en la sociedad alemana. Con las armas del drama intimista, la directora de Orly y Mi vida lenta crea el más rotundo cine político.
Las manos de mi madre es el nuevo acercamiento del realizador Florian Eichinger a los conflictos latentes –muchas veces violentos– en el interior de la familia, tercera entrega de una trilogía no formal iniciada con Bergfest (2008) y cuyo segundo capítulo fue la premiada Nordstrand (2013). Por otro lado, cabal demostración de la diversidad de la producción alemana, Somos el diluvio –ópera prima de Sebastian Hilger– adopta los modos de la ciencia ficción minimalista para narrar la odisea de un par de jóvenes físicos dispuestos a descubrir por qué el mar se ha retirado de sus lugares habituales. Además de otros nueve largometrajes y la selección de cortos Next Generation Short Tiger (otra saludable costumbre del evento), este año los organizadores destacan la presencia del film “interactivo” El veredicto, emitido originalmente en la TV alemana. Sobre el final de la proyección, y luego de asistir al calvario de un piloto de la fuerza aérea alemana acusado de desobedecer las órdenes de sus superiores ante un difícil caso de terrorismo, el público presente votará (¿a mano alzada, con papelitos, de manera electrónica?) y elegirá uno de los dos posibles finales para el imputado: culpable o inocente.
* Programación completa, días y horarios en http://www.cinealeman.com.ar.