La noche del martes, al salir de la cancha del Rojo –siempre lo hago tomando los recaudos de quedarme hasta que salga la mayoría para evitar el tumulto, ya que mi problema en la gamba me impide correr o meterme en situaciones complicadas–, fue de terror.
Caminábamos por la calle Bochini hacia Alsina con toda la tranquilidad del mundo con mi hijo Federico –mis otros dos hijos habían salido por otro lado– y con un matrimonio amigo, con su hijo, cuando de pronto sentimos detonaciones y vimos que la gente que venía rezagada empezaba a correr hacia nosotros y entonces alcanzamos a llegar a la ochava y ahí nos quedamos apretados contra la pared, casi en el piso, porque empezábamos a amontonarnos.
Como vi que no tenía chance de avanzar más, traté de volver sobre mis pasos para pasar la línea de la policía que venía avanzando preparada como para una guerra. Ante esto, mi hijo me sujetó para evitar que me cayera, pero al asomarnos al pobre le pegaron un balazo de goma en la cara.
¡Una locura! ¡Una verdadera locura!
Cuando finalmente pudimos retroceder, vimos que en nuestra misma situación estaban otros padres con sus chicos y gente absolutamente pacífica tratando de escapar de la situación.
De última, como la cuestión no se tranquilizaba, la dueña de un kiosko nos hizo pasar y nos mandó al patio, donde había un montón de gente. Una nenita muy chiquita lloraba, y había también una jovencita que había sido golpeada. Todos trataban de no hacer mucho ruido, para que los policías que estaban dando vueltas por la zona no descubrieran el refugio. La situación me hizo acordar a las películas de guerra, donde requisan las casas.
Ahí, en voz bajita, pudimos comunicarnos por el celu con mis otros dos hijos, que estaban escapando por otros lados pero se encontraban bien.
Cuando les dije que a Fede le habían pegado un balazo de goma en la cara no podían creerlo.
Después de un buen rato salimos del refugio y pudimos volver a casa. Nos llevó un buen rato poder hablar del partido.