Hay algo, en el deseo LGBTQ+, que refuncionaliza los artilugios técnicos, las instituciones e incluso las morfologías, usando sus formas para extrañas funciones imprevistas. La cultura hegemónica e imperial intenta devolver las cosas a su cauce. A veces lo consigue, a veces no.
Forma y función
El avión de British Airways que nos llevará a Londres es de última generación. Incluye, entre las novedades, la posibilidad de chatear de asiento a asiento a través del sistema de entretenimiento de la nave. El artilugio pretende disimular la incomunicación entre grupos familiares que no han podido elegir asiento o que se han negado a hacerlo porque ello habría implicado un mayor desembolso. La loca que alguna vez supo navegar los canales de IRC, naturalmente, imagina de inmediato un diálogo erótico con el muchacho tatuado que ocupa el 21D, o sueña con una invitación al baño, cuando todos duerman, por parte de la bestia turca que apenas cabe en el 33H.
El deseo, en este caso, devuelve el azar a su justo punto en una trama de funciones que los funcionarios aeronáuticos no pudieron prever (¿o sí?).
Imperio y deseo
Como ésta es una reflexión sobre el imperialismo (cultural, territorial, identitario), haré pie en algunos discursos relacionados con la cultura británica, tal vez el imperio más duradero del mundo y el más comprensivo respecto de los saberes subalternos que pretenden sobrevivir a todo proceso de colonización. La cultura gay, de matriz anglosajona, es una cultura imperial que se impone a una multiplicidad de deseos para formar una máscara más o menos uniforme que permita determinar y prever comportamientos y conductas que sean interesantes en relación con mercados específicos. Basta con que dos locas decidan comunicarse a través del sistema de entretenimiento de un avión para que pronto alguien imagine ofrecer a los viajeros un canal erótico de comunicación al cual habrá que suscribirse pagando. Y un cubículo para coger de dorapa, alimentado con monedas o tarjetas de crédito.
Otro ejemplo: basta con que la impudicia propia del levante homosexual haya revelado su eficacia para que la televisión proponga, en horario prime time, una alocada exhibición del cuerpo similar a la que caracteriza a las aplicaciones que constituyen el pan nuestro de cada día, pero sin ningún sex appeal.
El cuerpo despedazado
La BBC lanzó el año pasado cinco episodios de Naked Attraction en horario central. El suceso fue tan espectacular que la temporada 2017 va ya por el episodio 10. La mecánica es la siguiente: un hombre o una mujer, por lo general heterosexuales, aunque hubo dos casos de homosexuales varones, algunas lesbianas y varias mujeres bisexuales, desencantades del universo de las citas, eligen de entre seis partenaires al que le parece más adecuado, encantador o excitante. ¡Ya lo vimos en Cupido! Pero, en este caso, les postulantes aparecerán completamente desnudos y sus partes se analizarán en tres pasos, desde abajo hacia arriba. Encerrados en casillas de plástico opaco, lo primero que se revela es el tamaño de la verga o la forma de la argolla, la morfología de los glúteos, el tipo de depilación elegida, si hubo circuncisión o piercing, si los testículos son grandes o pequeños (casi nadie parece aceptar la posibilidad de uno solo).
Sobre esa base puramente reproductiva, el/la participante eliminará a un posible partenaire, que se retirará humillade (porque la tenía pequeña, en el caso de los hombres, o porque sus labios vaginales no invitaban al beso, en el caso de las mujeres). El segundo paso revela el torso, el tercero el rostro. Cada vez, uno se irá a cambiar. Al final quedan dos (la última eliminación depende de la voz de les competidores y la cantidad de estupideces que son capaces de callar), quienes tendrán el privilegio de ver al hombre o la mujer que los ha tratado como pedazos de carne tan desnudes como elles.
Entre ronda y ronda, hay enseñanzas psico-sanitarias: las cejas tupidas parecen relacionarse con la inteligencia, la depilación al ras del vello púbico aumenta el riesgo de infecciones de transmisión sexual, las barrigas garantizan a un buen padre, los tatuajes cumplen el rol de las plumas del pavo real, y los testículos colgantes, qué se yo (no tomé nota).
El espectáculo es, al mismo tiempo, fascinante y patético, porque reproduce el comportamiento y los tics de las aplicaciones telefónicas, pero para audiencias de masas y con la condición de la deserotización de los cuerpos expuestos, que son tratados como piezas sueltas de un rompecabezas emocional que siempre se revela deceptivo.
Las mujeres con mejor cuerpo (tetas, culo) y los hombres con verga más grande (no importa lo que venga después) por lo general ganan la contienda.
Después de la cita, los participantes vuelven a presentarse ante las cámaras, por lo general desencantados porque (no haría falta subrayarlo, pero hagámoslo de todos modos) las personas con mejores formas no son necesariamente tolerables en cualquier circunstancia de la vida y los que las tienen grande no necesariamente te la ponen memorablemente.
La inteligencia y la imaginación, que suelen ser los secretos de una buena cama pero también de una buena relación se revelan como la verdad desnuda del programa: las apariencias, chicas de cualquier género y de cualquier lugar del mundo, engañan.
Desde la expulsión del paraíso en adelante, el cuerpo desnudo es un poco triste, porque su desnudez dice lo que ya no tiene y ya nunca volverá a tener sino como anhelo: la gracia.
Interiores
Si la gracia es un dispositivo que Dios le quitó a hombres y mujeres por su arrogancia, Naked Attraction es la prueba palpable de ese veredicto que subraya que no habrá aparato de gimnasio ni suplemento ni injerto de siliconas que nos devuelva la parte de Dios que nos falta. Entregados por propia decisión al mercado de la carne, las personas sufren el horror del vacío de sentido (no importa que uno sea el primer eliminado o el que sobrevivió a una cita con una psicótica asesina).
Pero al arrojarnos a la historia, Dios demostró además su crueldad infinita porque tenía que saber que, con el tiempo, todo terminaría en un capitalismo cada vez más hábil para realizar sus fantasías de exterminio.
Es lo que se deja ver en otro programa de la BBC, éste más grave y de producción un poco más meditada: Queer Britain.
Conducido por el youtuber de origen iraní Riyadh Khalaf, el programa exploró en sus seis entregas las taras y amenazas de la “comunidad” imposible: la relación de las personas LGBTQ+ con los credos religiosos (o mejor dicho: el modo en que son estigmatizados: LGBT es interpretado como “Let God burn them”, Dejemos que Dios les prenda fuego), el culto al cuerpo perfecto (y sus consecuencias: anorexia y bulimia en porcentajes más altos que en el resto de la población), la ominosa estadística que subraya que 1 de cada cuatro homeless en Gran Bretaña se identifican como LGBTQ+, los prejuicios interiores a la comunidad (que rechaza a les gordes, les viejes, les extranjeres, les.....), las nuevas formas de pornografía (porno chav, es decir: villero, o porno trans, ya sea con performers MTF o FTM) y, finalmente, el probable sentido de la palabra queer (el episodio termina con lecciones para que hombres trans se masturben de forma parecida a como lo haría un varón cis, y alcancen el orgasmo).
Contra la algarabía de que es posible encontrar no ya el amor sino un partenaire sexual aceptable a través de la mera observación de las formas de un cuerpo (cuando en realidad, de lo que se trata es de su función y su capacidad para acoplarse con fluidez con otro cuerpo), Queer Britain delata las formas de discriminación culturales que arrasan con toda posible tranquilidad de espíritu. Incluso en las capitales imperiales, incluso en los aviones que transportan personas a esas capitales imperiales, las personas LGBTQ+ sufren el odio de sus familias, de las religiones, de sus propios congéneres y de aquellos otros para los cuales el paraíso seguirá siendo un objetivo inalcanzable.