Ni democracia ni dictadura, el macrismo deja un desafío para las ciencias políticas y también para las luchas sociales. Como a toda descripción de la teoría política, a ésta le faltan detalles, rectificaciones y ajustes, pero escribimos para que activen significados que posibiliten el arte de la interpretación y la conversación política. Pues en el macrismo las leyes son arrasadas sin que se diga que dejaron de tener vigencia y las normas administrativas son cada vez más usadas como regulaciones de la totalidad de la vida (trabajo, consumo, futuro común, condicionamientos a través del estado de la deuda nacional). En este doble vacío (ausencia de dictadura y ausencia de democracia) es necesario bucear en las formas de actuación gubernamental respecto a instrumentos que tangencialmente son constitucionales, pero a la vez constituyen la forma de despellejar la constitución. Estos instrumentos no necesariamente consisten en aquellos que las constituciones prevén en términos de excepcionalidad, como los decretos de necesidad y urgencia o el estado de sitio.
Dictablanda, democradura, se dijo alguna vez para intentar definir situaciones mixtas en cuanto a tal o cual identidad gubernamental. Preferimos el de estado de excepción, que es también un concepto incierto, como todos los demás, pero que reconoce su capacidad de pensar en sí mismo esa excepcionalidad. El predominio de un esquema de construcción de un enemigo nefasto, misterioso y ubicuo es uno de los fundamentos y motivos centrales del estado de excepción. La ley pasa a ser una excepción y la excepción un estado permanente de autojustificación de cada acto de gobierno. No precisa institucionalidad, sino fórmulas de lenguaje, no precisa descubrir hechos verídicos, precisa nombrar lo que los encubre, no precisa parlamento, sino denuncias de corrupción ante un tribunal de prelados mediáticos, no precisa pruebas sino acusaciones de asesinato, no precisa investigar, sino sembrar pistas falsas, no precisa tocar timbre sino crear el arquetipo de un Timbre tras el cual habita un hombre aislado, uno solo, como Henry Thoreau, pero no para la desobediencia civil, sino con el trapo de piso y la escoba presto a limpiar la Plaza de Mayo contra los destrozos del “enemigo interno”.
Esa construcción, sea el narcotráfico, los mapuches, los anarco-zancudos o el kirchnerismo, dejan en estado de indeterminación todo el sistema jurídico, normativo y parlamentario, que aunque sigue funcionando, se desconecta progresivamente de las decisiones de fondo sobre la existencia común y el poder en última instancia que la normaliza. Las “reglas republicanas” y los “juegos democráticos” quedan en situación de tramas exteriores a las decisiones reales, y mientras el espacio público va achicándose en nombre de protocolos que codifican su uso, el poder judicial pierde todas sus instancias, incluso la “última instancia”, para depender de cámaras de enjuiciamiento, casación y sentencia ubicadas en las redes mediáticas comandadas con criterios clausewitzianos por gerentes de contenidos, policías nuevas y antiguos locutores ligados a los servicios de informaciones, trolls que actúan en diversos frentes de la “lucha por el lenguaje” y jueces intercambiables con locutores de investigación de incesantes fiscalías imaginarias en horario central de la Paleo-Televisión, que nunca dejó de ser influyente. Mientras Comodoro Py esté en los canales donde se segregan las sentencias en primera instancia, los Canales de producción de contenidos inspirados en el par amigo/enemigo son el verdadero Tribunal togado donde actúan los robespierres de la franja nocturna, propicia para los cadalsos donde la sangre que corre es la savia de una metralla maldiciente y sistemática.
El macrismo ve su “estado de excepción” como una campana de vidrio que lo protege en un tiempo inmóvil donde las elecciones sucedidas y por ocurrir son también espacios para fraudes con los cuadrantes del tiempo, manipulación no de boletas sino torsión temporal noticiosa, donde se derrumba toda la juridicidad electoral que ha ocurrido, pero crea efectos ilusionistas aun sabiendo que lo real prorrogado surgirá alguna vez, como retorno de una verdad cohibida que ya no importa, actuante y fundante. De tal modo, hay que preguntarse por los efectos “irreales” en el seno de la realidad, y estos efectos pueden ser riesgosos al transmutarse en “reales”.
Por lo tanto la excepción debe acudir a su sempiterna máscara de normalidad, y jugar siempre con el peligro; si muere Santiago Maldonado hay que negar que fue el Estado y su gendarmería, porque hay que lidiar aun ante aquellos a los que ese asesinato les importa y mucho. Para el macrismo es una excepción, producto de la situación bajo la cual gobiernan, pero en su doble aspecto de gobierno en estado de excepcionalidad policial pura y gobierno yacente en medio de un movimiento institucional y jurídico cuyas partes no anexadas por la violencia del pretexto anómico, aun funcionan. Entonces, el gobierno y su prensa (no adicta, pues es más que eso, es su sombra crítica, parte de la excepcionalidad, cuando Morales Solá escribe da órdenes presidenciales), trazan un plan a medias consumado. Absorber al peronismo absorbible y “republicano” y expulsar del cuerpo nacional a lo que cuestiona al estado de excepción desde su condición exterior a él pero inherente al memorial activo de la historia nacional.
Un ejemplo obvio: Cristina, más allá de desempeños específicos y actividades de su reconocible singularidad, es una advertencia imposible de embotar por el estado de excepcionalidad y de pretexto (el gobierno en tanto semiología de las pistas falsas). La simple expresión de Cristina referida a “frenar el ajuste” es vista como un inconveniente en la carta con la que Randazzo responde a este concepto: no “frenar” sino “limitar”. Randazzo, en verdad, está en el interior mismo del estado de excepción, pues se presenta como su alternativa “limitadora”. No está mal si el estado de situación reinante fuera el de una plena democracia, sin un proyecto refundacional sin cimientos históricas (siquiera para discutir las razones de tal fundación) y si entre las dificultades del sistema de pretextos macristas no figurara obsesivamente la Culpa del Pasado inscripta en su propio cuerpo.
Se fue amasando silenciosamente, el macrismo, en el interior de los gobiernos anteriores, desde Alfonsín en adelante, sin que no se lo hubiera percibido, pero hay actos macristas (no necesariamente macrismo), desde hace más de tres décadas en la Argentina. Por eso sus vasos esponjosos saben chupar, como con un sorbete, a facciones del peronismo y al entero radicalismo. Otras franjas, sabiendo de la ausencia de ley instaurada por la ley excepcional del macrismo (que muchos confundieron con la sabiduría de saber retroceder de un error para luego avanzar por otras vías distractivas), preparan la alternativa en los pliegues internos de esta fundación por un soberano cuyo goce es aplicar formas duras de la ley, que las quita de su reino interpretativo para hacerlas sinónimo del arbitrio, el ludibrio o la cárcel. Complementariamente, hace de la norma vecinal un instrumento de represión de un autómata que muestra su relojería de ingenuidad por fuera y su furia de hierro por dentro. Si alguien muere, el estado excepcional pasa a ser pretextual. Se buscan pretextos con perros olfateadores, cámaras de supermercados y viejitos que viajan de madruga da por las rutas. Los alternativistas del estado de excepción no desean frenar nada porque no podrían otra cosa que un reemplazo futuro dentro del mismo mecanismo, de ahí la mención de la palabra límite.
Los grandes teóricos del estado de excepción jugaron con su módica historicidad. O siempre estamos en ella o se trata de un viaje hacia otra parte, a la ciudad final custodiada por todos los protocolos. Señalaron que toda excepción es una soberanía incierta que al pensarse a sí misma se tensa hacia el infinito, buscando a su vez otra excepción mayor que la resguarde o la aniquile. O más aún, encontrando la posibilidad de señalar zonas inmunes o sagradas, donde sea posible el sacrificio sin que el Estado, en tanto mascarilla mortuoria, no se inmute ni se inmuten los que se enteran. Un sacrificio para el que se cree el público para el cual todo será fácil de explicar. Y siquiera se deshagan en pretextos. Todavía no fluye abajo lo bien que va arriba, dicen, pudo haber sido un gendarme a su vez actuando en legítima defensa, dicen, y siempre hay conspiraciones contra una ministra que viste uniforme de gendarme, dicen, y es además, no se dan cuenta, dicen, que más allá de toda elección, somos auto-instituyentes.
¡Oh! Quizás es lo que quiere demostrar –esa ministra–, con las mudanzas de carátula de su historia, pues si antes, dicen, nadie fue tan angelical, tan demonio ahora no será. Esta libertad irrisoria sobre las autobiografías también pertenece al estado de excepción, que se congrega hipnóticamente sobre sí mismo, suspende marcos jurídicos para que todo aparezca, como nunca, sujeto a normas que constriñen a los individuos y que al constreñirlos, los encadena. El estado de excepción neo-liberal, en su doble máscara mortuoria de yeso, tiene el pretexto y la suspensión de la ley. Deben vestirse con ropajes ficticios de democracia y de ocasional dictadura. No sabe quién es, no conoce bien el libreto de los estadios de excepción históricos, a los que les gustaría arribar pues en ellos los “soberanos” son tanto la excepción como el origen de ésta, no pudiendo subyacer en ninguna otra juridicidad que los anteceda. Este sueño de los emprendedoristas de la excepción, es una pugna entre sus pesadillas nocturnas, pues preexiste hasta hoy una democracia en la sociedad profunda. La diferencia entre frenarlos y limitarlos es que en nombre de la fantasía fundadora macrista, pueden coleccionar, hurgando en los basurales de la lengua pueden seguir coleccionando las entonaciones perdidas todavía audibles, esos frenos implícitos en el movimiento social, que si no los activamos, pueden transformarse en el límite que busquen ellos mismos. Ellos, cuando se miren por fin en el espejo de la una dictadura capitalista constitucional limitada.