¡Un rioja, por favor!”, “¡un riverita!”, se oye sin pausa en la popular vinoteca del Mercado de San Miguel, uno de los epicentros de la gastronomía de Madrid más visitado por los turistas. Los pedidos de los clientes hacen referencia a las dos Denominaciones de Origen (D.O.) líderes del país ibérico: Rioja y Ribera del Duero, ubicadas en el norte y centro respectivamente.
La escena es un reflejo del dominio casi absoluto del que gozaron durante décadas estas dos regiones en la producción y comercialización de vino, dentro y fuera de España. Sin embargo, en los últimos años, con la creciente popularidad de la viticultura en el mundo, más productores y comunidades de España se lanzaron a desarrollar este oficio milenario.
De pronto, D.O. menos conocidas como Empordá, el Bierzo, Rías Baixas, Toro y Madrid, entre otras, empezaron a ganar terreno en la carta de los restaurantes de países de Europa o en Estados Unidos. El último caso, que representa a tres zonas de la comunidad madrileña, es una de las últimas en sumarse al joven pelotón (oficialmente en 1990), y desde que lo ha hecho no ha parado de crecer.
3,5 MILLONES DE BOTELLAS Su producción está subdivida en tres zonas (Arganda, Navalcarnero y San Martín de Valdeiglesias), debido a que las características geológicas y climatológicas son distintas, y la variedad de cepas que trabaja es numerosa y diversa: Albillo, Tempranillo, Malvar, Airén, Garnacha y, últimamente, Cabernet Sauvignon y Syrah. Las bodegas que integran la D.O. son 47 y, juntas, comercializaron 3.595.196 botellas durante 2016, con un desempeño destacado en la exportación, que sumó 2,1 millones de euros. Esta es una de las particularidades de esta joven D.O.: ser reconocida primero en el exterior y luego entre los consumidores españoles.
Un ejemplo lo constituye Bodegas Nueva Valverde de Villa del Prado, que empezó a comercializar su vino Tejoneras (Cabernet Sauvignon, Merlot, Syrah, Garnacha) en 2003 y ya cosechó ocho medallas de oro, ocho de plata y tres de bronce en concurso internacionales.
“Dios nos dio la tierra, y tenemos que estar a la altura”, afirma Enrique Fernández de Córdoba, de pie sobre una superficie de la finca que brilla como si alguien la hubiese regado con migas de oro.
En realidad se trata de la mica, ese mineral en forma de láminas que se desgrana en finas capas y que se encuentra entre la tierra de muchas sierras del norte de la Argentina. En las 21 hectáreas de esta bodega, la mica es la responsable de otorgarle los nutrientes que aportan al vino un carácter mineral.
Otra virtud de su tierra que resalta su director de Marketing y Comercialización es la cantidad de piedras que se halla en el terreno. “Las rocas (cuarcitas) ayudan a retener la humedad”, explica frente a una extensión ondulada de tierras en la que el clima árido se observa a simple vista entre sabinas, pinos, enebros, y otros árboles y arbustos.
La viñas destacan por su vigor y prolijidad, pero Fernández de Córdoba señala que eso se debe también al extremo cuidado con que trabajan. “Por ejemplo, peinamos la viña para que no la arrastre el viento”, afirma.
Mientras nos acercamos a la bodega, donde se encuentran seleccionando las uvas que se vendimiaron por la mañana, Fernández de Córdoba dice que “la idea es combinar la tecnología con el buen hacer de siempre”.
En efecto, la bodega posee máquinas italianas nuevas, como la mesa de selección y la despalilladora, y unos tanques de aluminio que relucen. Sin embargo, lo que más llama la atención es una pistola de aire comprimido que utilizan en la mesa de selección para que no se filtren las hojas. “Esto se le ocurrió al dueño de la bodega, porque es más efectivo y más rápido”, cuenta Fernández de Córdoba.
A MEDIA VENDIMIA La vendimia se encuentra en la mitad de su proceso y en dos semanas ya estará listo el vino que filtrarán en las barricas francesas, algunas nuevas y otras usadas, que descansan en la bodega. “Cada año tenemos un promedio de 20.000 botellas de Tejoneras”, afirma, “y 5000 de 750, pero aún no sabemos si este año tendremos la calidad de uva que nos exigimos para este vino”.
El 750, su otro caballo de batalla, es tan o más premiado que el Tejoneras. La añada de 2008 obtuvo el premio de oro en la Viña de Madrid 2015, el mayor certamen de la D.O. homónima. Y en el Challenge International du Vin 2014, en Bordeaux, obtuvo la medalla de bronce por la añada 2007.
Tejoneras y 750 se puede conseguir en lugares diversos, desde una vinoteca en un barrio céntrico de Madrid al supermercado líder de España, y algunos restaurantes. El precio del primero ronda los 12 euros (240), y del segundo 22 (450 pesos).
“Somos una bodega escondida que quiere jugar en las grandes ligas”, dice Fernández de Córdoba, que aspira a conseguir una parte del mercado que abastece a los seis millones de residentes de Madrid.
Una de las claves para que la venta de vino de Madrid continúe ampliándose (de 2015 a 2016 se comercializaron 80.000 botellas más) es el enoturismo, una actividad que ya se desarrolló en sitios como Napa Valley (Estados Unidos), Bordeaux (Francia) o Barbero (Italia).
El Regajal es uno de sus mejores exponentes. Ubicada en el municipio de Aranjuez, en el límite sur de la comunidad de Madrid, esta finca es un paraíso en el que reinan los olivares, las viñas y más de 70 especies de lepidópteros locales. “Aquí vienen árabes, europeos y japoneses para cazar mariposas”, dice Daniel García Pita, dueño y encargado de la finca El Regajal. “Algunos vienen de traje”, comenta con asombro mientras caminamos bajo el sol asesino del mediodía madrileño.
El hobby preferido del escritor ruso Vladímir Nabokov es solo uno de sus atractivos. Además de ofrecer comidas campestres, la posibilidad de vendimiar y de celebrar bodas en su elegante finca de estilo colonial, El Regajal produce uno de los vinos más reconocidos de la comunidad, por los certámenes pero también por los amantes del vino.
García Pita trabajó como publicista hasta que a principios de los 2000 empezó a colaborar en la bodega y, con el paso de los años, llegó a convertirse en el encargado de toda la finca. “El primer vino que comercializamos fue en 2003”, cuenta sobre los comienzos. “Un día un periodista nos ensalzó y a partir de ahí se compró todo”.
Ese despunte del El Regajal es un caso típico de algunas bodegas que logran ser bendecidas por algún crítico. Sin embargo, eso debe mantenerse para sostener el negocio.
García Pita lo ha hecho mudando su oficina a la bodega y pasando horas del día entre las viñas. En su opinión, existe una diferencia entre los vinos que tienen dueño, y aquellos en los que su propietario es un empresario que cada tanto pasa a ver cómo va el negocio.
Eso le ha permitido entender por experiencia propia cómo regular la temperatura en los tanques donde fermenta el vino, o qué tiempo de crianza necesita su producto. “Los vinos de España se pueden terminar en depósito porque tenemos más azúcar y levadura”.
Además de España, los vinos de El Regajal se venden muy bien en Suiza, Bélgica, Holanda, y Alemania. Sin embargo, García Pita afirma que aún queda mucho por hacer respecto a la venta. “Siempre contamos primero los defectos del vino”, afirma, “además, los precios son muy bajos y la cadena es muy pobre. No gana nadie”.
El Regajal se vende a unos 14 euros, un vino de precio medio a elevado entre consumidores de España, pero que por su calidad se queda corto en comparación con vinos de Francia, Estados Unidos o incluso Australia, en donde por el mismo nivel piden de 25 euros en adelante por botella.
“No sabemos vender”, se lamenta, “hace falta viajar y mostrar el vino”. Sin embargo, destaca los últimos movimientos que realizó su D.O. “Hay algunas bodegas jóvenes, como Bodega Uvas Felices, que hacen vino muy a lo borgoña, con garnacha, que es algo que está de moda. Eso va a ayudar a que los vinos de Madrid se hagan conocidos”.
España tiene al menos dos asignaturas pendientes en su industria vitivinícola. Por un lado, profesionalizarla más, para no ser solo un gran productor a granel (el primero del mundo), sino también de vinos refinados. Otro, difundirlo mejor en su país (el consumo per cápita es de 21 litros por persona, lejos de Francia, con 42,5, Italia con 33, o superado por la Argentina con 23,4 por persona). Dos aspectos en los que la D.O Madrid pica en punta a pesar de ser una de las más jóvenes del país.