Hoy se estrena en el Teatro San Martín una obra con un recorrido curioso. Se trata de Novena Sinfonía, la última coreografía de Mauricio Wainrot sobre la reconocida obra de Ludwig van Beethoven. Cuando la creó, el coreógrafo era director del Cuerpo Estable de bailarines del emblemático teatro porteño, por entonces cerrado por refacciones que se extendieron más de lo previsto. Luego de dos años de estar “guardada”, ahora el trabajo del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín se estrena en una sala renovada, pero ya sin Wainrot como cabeza de compañía, sino como director invitado. En diálogo con PáginaI12, el ahora director de Cultura de la Cancillería argentina dice que eso no lo hace sentir raro porque sigue teniendo “una relación muy fuerte con la compañía” y porque “cuando una obra está aprendida crece igual aunque no se haga, y eso pasó con esta”.

Es la primera entrevista que Wainrot da a este diario desde que dejó el cargo que ocupó veintitrés años en el San Martín para desempeñarse al frente del área cultural del organismo que tiene a su cargo las relaciones exteriores de la Argentina y su representación ante los gobiernos extranjeros y organismos Internacionales. Por eso, además del estreno de su obra, el reconocido y siempre provocador hombre de la danza habló sobre cómo llegó a su nuevo cargo y cómo se fue del viejo: en medio de pedidos de renuncia que pedían un cese a su continuidad.

Sobre la obra –que se verá en la sala Martín Coronado, la más grande del teatro– cuenta Wainrot que nació “como uno de esos proyectos con los que uno se encuentra”. “Alberto Ligaluppi (ex director del San Martín) me pidió una obra mía para reinaugurar el teatro. Yo estaba pensando en otra cosa, pero un día estando en el auto escuché el cuarto movimiento de la Novena Sinfonía y quedé muy deslumbrado, como si la estuviera escuchando por primera vez. Me enamoré de la cadencia, de las atmósferas, de la cabeza de Beethoven. Decidí pronto que la teníamos que hacer”, recuerda quien trabajó con más de cincuenta compañías de danza de todo el mundo.

“Siempre creía que cuando uno estrena un trabajo está en su punto más flojo, y que después la obra va mejorando con el correr de las obras. Cuando el San Martín estuvo cerrado más tiempo del pensado, porque no había plata o porque se fueron encontrando más problemas, no me preocupé, porque sabía que cuando vos sabés una obra, por más que no la bailes, esa obra va creciendo dentro tuyo. Y la Novena es además una obra llena de complejidades, así que también estuvo bueno que eso sucediera”, destaca el director de la pieza que se verá hasta el 30 de septiembre los martes a las 20, los jueves a las 14 y de viernes a domingos a las 16.

–Dijo que la obra lo atrajo, además de lo técnico, por los valores que encierra, como la libertad y la igualdad. ¿Cómo se baila eso?

–Sale solo porque está adentro de cada uno, como comer o beber. Cuando uno mama de pequeño eso, queda para siempre. La dignidad, la libertad, el trabajo y la esperanza son valores a los cuales estuve atado toda la vida porque mi familia era socialista y mis papás me inculcaron esas ideas. Lo que uno aprende no lo desaprende más. Es como ser bailarín. Yo ya no bailo pero sigo siendo bailarín y voy a serlo siempre.

–Vuelve a montar en el San Martín luego de haber dirigido a su compañía por veintitrés años. ¿Se siente raro estrenando “de invitado”?

–No, porque el hecho de haber estado entre idas y vueltas cuarenta años me hace tener una relación muy fuerte con la compañía y trabajar muy bien con ella. Creo que soy muy responsable de la fuerza y la técnica que tienen los bailarines del ballet, y también de su identidad. Cuando yo llegué de ochenta bailarines sólo dos eran varones, cuando me fui eran cuarenta y cuarenta.  

–Usted dejó el cargo de director en medio de pedidos de renuncia de la comunidad de la danza, que alegaba que ya había estado demasiado tiempo y que era necesario un recambio. ¿Cómo vivió eso?

–Me pareció una anécdota lamentable, un momento muy doloroso y además una traición, porque a la mayoría de la gente la había formado yo. Creo que quedó demostrada la gran ignorancia que tienen esos coreógrafos y bailarines, porque los gobiernos me contrataban porque soy bueno, porque sirvo y porque soy el mejor, punto. No tengo dudas de que no hay en Sudamérica coreógrafo como yo, con mi historia y mi lugar en el mundo. Y estos chicos llegan a los 30, tienen un poquito de suceso y pretenden codirigir conmigo o tomar mi lugar. En vez de mirarse al espejo, hacer un poco más de camino o ir a buscar otro lugar para hacer lo que quieren, pretenden mover todo lo que hay para hacerlo “a la argentina”. Eso fue lo que pasó, y fue lamentable, como cuando venían chicos que recién salían de la escuela y me traían un proyecto. ¿Cómo podés pensar que voy a aceptar un proyecto de alguien que acaba de terminar la escuela? Pero bueno, es el problema de las mal llamadas libertades. Y además cuando uno es visible en lo que hace genera mucha envidia.

–¿Y entonces por qué dio un paso al costado?

–Yo no di un paso al costado por eso, no puede pensar eso. Primero que después de dieciocho años de estar dirigiendo la compañía yo mismo quería probar otras cosas. Ningún director ha estado tanto tiempo en una compañía argentina. Segundo, me ofrecieron este lugar (en la cancillería) y fue maravilloso porque nunca nadie de la danza tuvo un cargo tan importante en Cultura. Me pareció un halago para mí y para la danza y acepté. Y me gusta porque me encuentro con gente de diferentes poéticas y no paramos de trabajar. Me hace muy bien tratar de ayudar a la gente de la mejor manera posible. Los escucho a todos, ni bien piden una reunión a los tres días la tienen. En otro gobierno no se recibía a nadie.

–Y ahora como funcionario público, ¿qué puede decir del proyecto cultural del macrismo?

–Hay cosas buenas y cosas que no son tan buenas. Me hubiera gustado tener más dinero, pero si hablo con otras áreas u otros ministerios, a todos nos pasa lo mismo. Hay un recorte enorme por toda una deuda y por la fiesta que se tuvo y que ahora se está pagando. Por otro lado, con este gobierno se hizo de nuevo el Teatro Colón que ha quedado maravillosamente bien. Se levantaron la Usina del Arte, el Teatro 25 de Mayo, y otro montón de cosas. Y hay otras que faltan, como el Teatro Alvear, que me duele que siga cerrado después de tantos años. Pero no puedo poner en la misma bolsa todo. Lo que digo es que acá no se hace política, se recibe a todos los de todos los colores políticos. Esa idea de cultura me gusta y la defiendo. La otra, la anterior, era una visión enferma de separarnos. Si en algo puedo ayudar a Cambiemos o al presidente Macri, al que realmente quiero muchísimo, es a hacer que este lugar esté abierto para todo el mundo. Eso es lo que voy a hacer.