Desde Lima
El enfrentamiento entre el gobierno del presidente Pedro Pablo Kuczynski y el Congreso, controlado por el partido del exdictador Alberto Fujimori, escala y genera una grave crisis política. El Ejecutivo retó a un Congreso que lo ha golpeado reiteradas veces y éste respondió tumbándose al gabinete ministerial. Por amplia mayoría, en una votación realizada pasada la medianoche, el Parlamento unicameral le negó la confianza al gabinete y produjo su caída.
“No me gusta (la decisión del Congreso de negarle la confianza a su gabinete) pero se ajusta al orden democrático y la respeto”, dijo ayer PPK, como se le conoce al presidente, en un breve mensaje dado por televisión, con el que ha buscado bajar las tensiones.
La crisis le estalló a Kuzcynski cuando su popularidad se ha derrumbado a 19 por ciento y su gobierno enfrenta serios problemas económicos y sociales. Por la crisis, PPK debió suspender a último momento el viaje que debía realizar ayer a Nueva York para participar en la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Luego de un tenso debate de más de siete horas, que terminó en la madrugada de ayer, una abrumadora mayoría de 77 congresistas le bajó el dedo al gabinete ministerial. Solamente 22 respaldaron al gobierno y 16 se abstuvieron. El fujimorismo y el izquierdista Frente Amplio votaron contra el gabinete, pero por motivaciones muy distintas. Los primeros como parte de un juego de poder para hacer sentir el peso de su mayoría parlamentaria y una estrategia de golpear al gobierno hasta someterlo, los segundos por sus cuestionamientos al modelo neoliberal que encarna Zavala. Kenji Fujimori, hijo del exdictador, votó a favor del gabinete y en contra de su propia bancada, en una decisión que pone en evidencia la ruptura en la familia Fujimori, con un abierto enfrentamiento entre Kenji y su hermana Keiko, excandidata presidencial y jefa del partido. La bancada del izquierdista Nuevo Perú, una escisión del Frente Amplio, también criticó duramente al gabinete Zavala, pero se abstuvo a la hora de la votación –al igual que otras bancadas– argumentando que no querían “hacerle el juego” a la mayoría fujimorista y sus movidas desestabilizadoras y “para ganar poder”. El gobierno solamente logró el apoyo de la minoritaria bancada oficialista y otros pocos congresistas.
La crisis se gestó cuando la mayoría parlamentaria fujimorista anunció su apoyo a la censura de la ministra de Educación, Marilú Martens, cuestionada por diversos sectores por su manejo de una huelga magisterial que se prolongó dos meses. Después de este anuncio de censura, que se suma a la caída de otros tres ministros por decisión o presión del Congreso, incluido el anterior titular de Educación, el gobierno acusó a la mayoría parlamentaria de obstruccionista y de socavar las políticas del gobierno, especialmente en el tema educación, y decidió enfrentársele. En una riesgosa jugada para intentar bloquear la censura a su ministra y doblarle el brazo al fujimorismo, acostumbrado a hacer alarde de una mayoría que maneja con prepotencia, el presidente del Consejo de Ministros, Fernando Zavala, se adelantó y le pidió al Congreso el voto de confianza. Perdió la apuesta. Ahora no solamente se tiene que ir la ministra de Educación, sino todo el gabinete.
Zavala, que encabezaba un gabinete de manejo tecnocrático y muy poco político, con mucha cercanía a los sectores empresariales y desconectado con las demandas sociales, enfrentaba un fuerte desgaste y su salida era pedida por diversos sectores. Así, llegó al Congreso con pocos argumentos para ganar el voto de confianza.
A partir de la norma constitucional que establece que si el Congreso censura a dos gabinetes ministeriales el presidente queda habilitado para disolver el Parlamento y convocar nuevas elecciones legislativas, en el cálculo del gobierno se estimó que la mayoría fujimorista no se la jugaría por censurar al gabinete ministerial y así quedarse sin margen de maniobra frente a los futuros gabinetes al ponerse a un paso de una disolución del Congreso que controla. Ese cálculo falló. El fujimorismo decidió responder golpe con golpe. Ganó la pulseada con el gobierno, pero ha sido una victoria pírrica, en la que también pierde. A sólo un año y dos meses de gobierno, ha quemado la única bala que tenía para tumbarse un gabinete. Si lo vuelve a hacer, el Congreso que el fujimorismo maneja sería disuelto y su mayoría quedaría en riesgo en unas nuevas elecciones legislativas.