El miércoles se encontraron los presidentes Mauricio Macri y Benjamín Netanyahu en la Casa Rosada. Ese mismo día, el Congreso israelí aprobaba la legalidad de las colonias instaladas en territorios palestinos ocupados. Fue el fin de los tratados de paz de Oslo (1993) firmados por Izak Rabin y Yasser Arafat.
El jueves, o sea el día siguiente a la reunión de los mandatarios, los diputados de Cambiemos rechazaron tratar la postergación de la ley que impide el desalojo de las comunidades de pueblos originarios de sus tierras ancestrales. La ley vence en noviembre. Si no se renueva la prórroga, cientos de comunidades podrán perder sus territorios.
Netanyahu llegó con una comitiva de 30 altos ejecutivos, la mayoría de ellos representantes de empresas de armamentos, así como equipos de represión y espionaje. Son armamentos probados en el conflicto con los palestinos que reclaman por sus territorios. En ese plano Israel se ha convertido en potencia.
A su vez, las armas y el equipamiento que compró el Estado Argentino al Estado de Israel servirán para abastecer a la Gendarmería que en este momento está reprimiendo a las comunidades mapuches que reclaman por sus tierras ancestrales.
Son paralelismos, nada más. Es difícil compararlos, cada situación tiene su propia dinámica. Sería absurdo comparar el conflicto del Medio Oriente con la situación de los mapuches, pero hay paralelismos. El reclamo de la tierra, el armamento y la afinidad entre los gobiernos que acuerdan.
Israel y Estados Unidos, dos estrechos aliados del gobierno de Cambiemos son los dos únicos países que votan en las Naciones Unidas en contra de los derechos argentinos sobre las islas Malvinas. Es otro reclamo por territorio. Israel es coherente, Estados Unidos también. La coherencia de Cambiemos, que aparece defendiendo los derechos de los terratenientes extranjeros en contra de los reclamos mapuches, se extiende a esta alianza con los dos únicos países que no reconocen los derechos argentinos sobre el territorio de Malvinas y aceptan a los de Gran Bretaña. Paralelismos.
Los acuerdos de paz de Oslo se basaban en la solución pacífica de dos estados, uno israelí y otro palestino. Ese conflicto se arregla por esa vía pacífica o por la supresión violenta de alguno de los contendientes. Netanyahu se inclina por los métodos violentos y drásticos. Es una paradoja triste. Mauricio Macri inserta en el mundo a la Argentina junto a los dos gobiernos más guerreristas del planeta.
Pero hay más puntos de contacto: uno de los que más aportan a las campañas electorales del primer ministro derechista israelí es el empresario Sheldon Adelson, socio de Paul Singer en el fondo buitre NML Elliot. El millonario Adelson es un conocido conservador de ultraderecha que ha participado en la campaña de los fondos buitre contra Argentina y es dueño del emporio mediático Israel Yedom, que sostiene a los sectores recalcitrantes de la derecha israelí. Adelson también aporta a los candidatos más derechistas del Partido Republicano norteamericano.
Más puntos de contacto: cuando se investigaron las cuentas no declaradas del fiscal Alberto Nisman en el exterior se encontró una donde entre otros, había depósitos por 300 mil dólares. Sectores de la comunidad judía afirmaron que ese dinero había sido depositado por el emporio mediático israelí de Adelson en la cuenta de Nisman como pago por una serie de charlas, aunque no existen comprobantes de que esas charlas existieron.
Nadie sabe cuál fue la razón de que Nisman cortara en forma abrupta sus vacaciones en España con sus hijas, para regresar y presentar su denuncia sin pruebas, ni documentos, ni testigos contra Cristina Kirchner y el canciller Héctor Timerman por el memorándum con Irán que había sido aprobado por el Congreso de la Nación. En ese momento, el entonces presidente norteamericano Barak Obama se disponía a firmar un acuerdo nuclear con Irán para distender la tensión en esa región y Netanyahu se proponía visitar Estados Unidos para embestir contra Obama para evitar el acuerdo con los iraníes. Fueron casi simultáneos los escenarios, el de Argentina un poco anterior y se prolongó escandalosamente con la muerte del fiscal.
Netanyahu visita ahora la Argentina cuando Gendarmería está a punto de presentar un peritaje que satisface al gobierno, contrario a todos los anteriores, para tratar de demostrar que Nisman no se suicidó. Lo único que se le escuchó al mandatario extranjero fue un duro discurso para acusar a Irán. Es reconocido que la denuncia pública en la Argentina contra el memorándum aprobado por el parlamento provino del gobierno israelí, a través de su embajada en Buenos Aires, por medio de un documento apócrifo que hizo circular el periodista Pepe Eliaschev, muy vinculado a la embajada y al sector de la colectividad judía cuyos dirigentes están acusados de participar en la trama de encubrimiento.
Netanyahu era primer ministro a mediados de los 90 cuando se producía aquí la investigación de los atentados que ocultó pruebas, durante la cual se eliminó cualquier otra línea de búsqueda para apuntar todos los indicios contra Irán –lo cual convenía a los intereses geopolíticos de Israel–, y contra la policía bonaerense del entonces gobernador Eduardo Duhalde –lo cual convenía a la política interna de Carlos Menem–. Se comprobó en realidad que más que investigación fue una operación de “encubrimiento”, en la que estuvo involucrada una parte de la cúpula de la colectividad judía en Argentina. El mismo sector que hoy está representado en el gobierno de Cambiemos.
Argentina era un país raro cuando se produjeron los atentados. Nadie se preguntó qué hacía Monzer Al Kassar viviendo en el país. El mayor traficante de armas del mundo, rechazado por países europeos donde intentó residir, llegaba a la Argentina y no solamente era recibido con los brazos abiertos, sino que además le daban residencia y documento en tiempo récord. Vaya otra coincidencia: el responsable de darle esos documentos fue el ahora fiscal Germán Moldes, en aquella época funcionario del gobierno menemista y ahora gran activista en todas las causas relacionadas con el memorándum y con Nisman. Nadie se preguntó qué hacía el sirio Ibrahim al Ibrahim como director de la Aduana de Ezeiza cuando ni siquiera sabía hablar castellano. Está demostrada la participación de Argentina y el Mossad en el tráfico de armas a Irán, durante la guerra de ese país con el Irak de Sadam Hussein. Estados Unidos, cuyo margen de acción había quedado muy limitado por el escándalo Irán-contras, tercerizaba esa función cuando George Bush padre era jefe de la CIA. Y ahora la justicia está juzgando la participación del gobierno argentino en el tráfico de armas a Croacia, asociado al Mossad, cuando Estados Unidos y las potencias europeas impulsaron la división de Yugoeslavia en los años 90. La información sobre ese trasiego de armas la filtraron los rusos y por esa razón al periodista argentino que hizo las primeras denuncias le negaron el permiso de entrada a Estados Unidos durante mucho tiempo al considerarlo un agente de ese país.
Para los conocedores, Monzer Al Kassar habría funcionado como la pieza operativa en ese engranaje, era el especialista que sabía las rutas, los contactos, camuflajes y negociaciones específicas. Washington se llevó detenido a Al Kassar a Estados Unidos, lo cual puede ser también una forma de protegerlo y sacarlo de circulación.
En ese contexto se dieron los atentados a la embajada y la AMIA, la voladura de la fábrica militar de Río Tercero y la muerte de Carlos Menem Jr. Un contexto tan evidente, con una connotación de enormes riesgos, en el que Argentina se había convertido en el centro neurálgico de zonas de guerras que conmovían al mundo, fue absolutamente ignorado en cualquier investigación. El periodista Horacio Lutzky, que ha investigado con seriedad la voladura de la AMIA, hace algunas de estas reflexiones en su libro “La explosión”. Esa hipótesis explicaría el interés del gobierno israelí por ocultar los hechos y la actitud encubridora por parte de un sector de la colectividad judía referenciada con el gobierno derechista de ese país. Si los atentados estuvieron conectados con ese escenario –lo cual es muy probable porque comparten una híperdimensión que excede a los argentinos– no podía quedar expuesta la participación del Mossad y del gobierno argentino en esa conspiración bélica internacional y el consecuente meganegociado de armas.
Netanyahu, los viejos menemistas y el gobierno quieren terminar de una vez con el tema AMIA, declarar culpable a Irán, lograr condenas en juicios por ausencia y usarlo en su juego geopolítico. Pero los interrogantes quedarán abiertos, Irán, Siria, Hezbolá o la mafia de traficantes con vinculaciones múltiples seguirán en la lista de sospechosos, por lo menos para las familias de las víctimas y para quienes aspiran a una justicia verdadera.