Todo pasó muy rápido para Carla Morrison. Desde su debut en 2010 con el EP Aprender a Aprender, una colección de canciones que, medio en broma y medio en serio, ella misma llamó “pop rock alternativo concreto minimalista”, la cantautora mexicana comenzó un vertiginoso recorrido que en apenas tres años la llevó desde la habitación de su casa en Baja California a ganar dos Grammys, batir el récord de la carpa más llena en la historia del festival Vive Latino, tocar en el escenario principal del Coachella y ser invitada a colaborar con artistas tan variados como Juan Gabriel, Calexico, Lila Downs, Natalia Lafourcade, Kinky o Enrique Bunbury, quien dijo de ella que era la Lana del Rey del pop latino. Carla, sin embargo, eligió mantener su perfil bajo: se quedó en su ciudad natal en México, siguió editando sus trabajos en la misma discográfica independiente en la que había editado su EP debut y perfiló una carrera que hizo de sus orígenes y la reinvención su marca permanente. “Soy Carla Morrison y soy de México”, fueron las palabras con las que se presentó aquella vez apenas subió al escenario del Coachella, y con esa sencilla frase, pronunciada en castellano en uno de los festivales más grandes de los Estados Unidos, dejó en claro quién era y a quiénes quería llegar.
Tras una primera visita que realizó en noviembre del año pasado –donde además de tocar en La Trastienda participó del homenaje a Soda Stereo en el festival Fri Music–, Carla volverá la semana que viene a nuestro país para continuar presentando las canciones de su último trabajo, Amor Supremo, un disco en el que se sumergió en las frustraciones de una relación terminada para reinventarse a través de un sonido diferente a aquel que la había llevado a conquistar los escenarios por los que había pasado hasta entonces: “No estaba pensando en maravillar a nadie sino que estaba tratando de hacer algo bueno y bien hecho”, cuenta la cantante al teléfono desde su México natal. Y completa la idea: “Quería hacer algo más de sintetizadores y teclados, no quedar pegada a un estilo de cantautora que está siempre con su guitarra, así que compré equipos de electrónica y programación y nos fuimos a vivir con los productores a una casa en Tijuana, al lado del mar. Fue un proceso de ocho meses donde a medida que avanzábamos tuve que negociar no solo con el productor y el arreglista sino también con la propia canción, que va cobrando vida y te va diciendo ‘Mira Carla que yo no soy una balada eh’... No sabíamos hacia dónde íbamos pero definitivamente quedamos muy conformes con el resultado”.
Producido por el chileno Andrés Landon y el mexicano Juan Manuel Torreblanca –decisivos también en el volantazo hacia el sonido de su disco anterior, el LP debut Déjame Llorar (2012), en el que a su batería de canciones de liviandad magnética le agregaron pinceladas de jazz y trip hop aquí y allá–, “Amor Supremo” arranca con una andanada de bombos alla “Human Behaviour” de Björk para enseguida entrar en un drama de sintes que se distiende en el estribillo, donde la Morrison canta “Te voy a robar un beso”. Y es justamente en esa tensión entre la complejidad de los arreglos y la sencillez de las letras donde recae buena parte del encanto de sus canciones: “Puede ser que con el correr de los discos me haya pasado inconscientemente que la letra se haya vuelto más simple y la música más compleja. O sea, entiendo perfectamente que a comparación de la música las letras se sientan como súper simples. Pero no me resulta fácil llegar a esa simpleza, es algo que trabajo todo el tiempo: la composición de la personalidad que va adquiriendo cada canción es de las cosas que más disfruto hacer”. Justamente Björk es una de las influencias más marcadas que tiene Carla a la hora de encarar un aire diferente en la musicalidad de cada pieza: “Björk fue una de mis influencias más grandes desde que era chiquita. De hecho, este año fue la primera vez que la vi en vivo y enloquecí como niña de quince... ¡Me puse a llorar! Tenía tanto tiempo siguiéndola, y sentirla en vivo fue algo de otro mundo. Björk ha sido muy grande en mi vida”.
Hija de padres mexicanos (aunque su padre emigró a los trece años de edad a los Estados Unidos y fue adoptado por una familia norteamericana, de ahí el apellido), Carla Patricia Morrison Flores nació en 1986 en Tecate, un pueblo de sesenta mil habitantes ubicado en la península de Baja California, justo al borde de la frontera con los Estados Unidos. A los diecisiete años decidió probar suerte y estudiar música en la universidad de Arizona, pero las cosas no salieron como las había planeado: “Siempre percibí la música desde la intuición. Cuando entré a la universidad no sé por qué no me corrió por la cabeza que lo académico no iba a ser para mí. Empecé a reprobar constantemente y me salí, me compré un teclado en una tienda de segunda mano y me puse a experimentar con él. Algún amigo me mostraba algún acorde y desde ahí hacía lo que podía con dos o tres acordes en piano y voz, o guitarra y voz, y al final todo se dio de manera muy natural”.
Tras cuatro años en los que entre trabajos que no le gustaban armó junto a dos amigos una banda con la que alcanzaron cierto renombre en la escena indie de Arizona, Carla decidió largar todo y volver a su país: “Tengo la mitad de mi familia en México y la otra mitad en los Estados Unidos. Cuando vives en Tecate es normal que te digan que cuando crezcas vas a ir al otro lado a estudiar, pero cuando estuve allá llegó un momento en que me cansé, el sueño americano se componía de cosas que no iban conmigo: trabajar y trabajar para consumir y pensar en deudas todo el tiempo. Me sentía muy triste, deprimida. Todo el mundo me decía ‘no vayas a México que es peor’, pero volví y la verdad es que acá soy mucho más feliz”. Y concluye: “Un poco vino de ahí el sentido de presentarme así en el Coachella. Cuando estás en otro país, escuchar a alguien hablarte en tu lengua se vuelve muy importante. Más hoy, con toda la discriminación que está pasando con Trump: lo del muro, lo que acaba de hacer con la DACA... Tengo familia allá y créeme que todo es muy doloroso, pero él es el reflejo de la sociedad en que vivimos. No digo que todos pensemos como él, pero estamos muy distraídos con otras cosas y es importante que la figura de este idiota nos marque quiénes somos, qué queremos hacer con nuestra vida... ¿Queremos quedarnos en casa y morir de miedo o queremos salir a pelear por los nuestros? Es como si nos estuvieran empujando a ver qué sale de nosotros... Es muy triste, pero son enseñanzas que tenemos que aprender”.
Carla Morrison presentá Amor Supremo el próximo jueves 28 de septiembre en Córdoba, el viernes 29 en Rosario, el sábado 30 en CABA (La Trastienda, Balcarce 460) y el domingo 1º de octubre en La Plata (El Teatro Bar, 43 N° 632).