La fase actual del discurso capitalista ha instalado, por conveniencia, la creencia, la engañosa promesa, de que el todo es posible y que no habría falta constitutiva ni vacío estructural en la condición humana. Pero sabemos que esa falta es ineliminable y que irremediablemente aparece, por uno u otro lado: en la declinación del cuerpo, en las contingencias naturales, en las relaciones con los otros.
La ultraderecha necesita entonces inventar, edificar, al enemigo a quien poder atribuir la culpa por los grandes estragos causados por el neoliberalismo. Esa construcción, ese enemigo, es ubicado imaginariamente en el punto central hacia donde se dirigen, no sólo la responsabilidad por las crisis y debacles económicas, sino, fundamentalmente la suma de las frustraciones y fracasos de los individuos.
En la Argentina esa figura demonizada, es el kirchnerismo. A su cuenta van a parar todos los males, las dificultades económicas, la carestía de la vida, los desencuentros amorosos y hasta la castración freudiana y el ser para la muerte heideggeriano, en síntesis, el malestar en la cultura.
Y ahora la ultraderecha necesita trasladar esa demonización, dirigida al kirchnerismo, hacia Sergio Massa. Muchos argentinos odian al kirchnerismo y por ende ahora odian a Massa y lo responsabilizan de la suma de los males.
Cabe aclarar que Massa no es precisamente un kirchnerista (sin que ello constituya necesariamente un mérito): fue funcionario de esa agrupación, pero fue desplazado en su momento por Néstor Kirchner. Luego creó su propia agrupación, el Frente Renovador, en su intento de diferenciarse. Es verdad que hoy es integrante del gobierno de Alberto Fernández, pero como bien se dice, agarró, no hace mucho tiempo, un “fierro caliente” cuando el país se enfilaba a rodar al abismo a partir de la instalación de un brutal intento de golpe económico, y de hiperinflación, por parte de las grandes corporaciones económicas, las mafias financieras y las huestes de la ultraderecha.
Se puede pensar que Sergio Massa, al contrario de lo que muchos creen, hizo las cosas bastante bien y logró en las tempestuosas aguas maniobrar y evitar el definitivo naufragio. Un piloto de tormentas, sin dudas. Hoy tenemos, no obstante las serias dificultades, un país en pie.
Pero hay seguramente también otros motivos y debemos preguntarnos:
¿Por qué muchos conciudadanos, que tienen trabajos estables (empleados de estaciones de servicio, dependientes de farmacia, etc.) insisten en votar por el candidato "libertario" no obstante sus anuncios y promesas de grandes calamidades: supresión de la coparticipación a las provincias (a las que considera parásitas e improductivas), separación del país en dos o tres partes, arancelamiento de la educación y de la salud pública, privatización de los recursos naturales, entrega de las islas Malvinas, privatización de los clubes de fútbol, reforma y merma jubilatoria, apertura de las importaciones, etc, etc?
Esos conciudadanos proclaman: "que se pudra todo, que se pudra todo", como en una especie de satisfacción en el mal. Es la época.
Más allá de la crisis y de las serias dificultades cotidianas, más allá del comprensible enojo y de la rabia por la frustración, lo que se revela en el "que se pudra todo" es la pulsión de muerte y el goce mortífero, es decir, la extraña satisfacción de ver la caída en desgracia y el derrumbe de los otros, aun al precio de la propia caída. Esto es, una especie de reafirmación del ser a través del mal, en el ejercicio del mal, en este caso ejercido, no por ellos mismos, sino por un candidato (ya presidente electo) que promete asumir por su cuenta la acción maligna y librarlos así de toda incriminación y culpa. El crimen perfecto. La motosierra como la más brutal de las metáforas.
Lo que esos conciudadanos, atravesados en muchos casos por el odio, sujetos deshistorizados y atemporales, no aceptan, son las diferencias (al mismo tiempo que hacen la vista gorda ante las desigualdades). De ese modo odian todo aquello que se les diferencie, que les muestre la propia falta. Odian, pero no están dispuestos a luchar ni a optar por un proyecto y una salida colectiva para tratar de escapar de sus lugares de frustración. Sujetos individualistas sin conciencia de clase ni conciencia de una misión en la historia, que ven su reivindicación sólo en el derrumbe de todos: del prójimo, del vecino, del par y hasta de sus propios familiares y amigos, etc. Saben perfectamente lo que se viene, pero lo festejan como un logro: la pudrición de todos. Claro que lo que no saben, o sí saben, es que quienes se van a derrumbar, más de lo que ya están, son en primer lugar ellos mismos.
*Escritor y psicoanalista