“Escultor figurativo especializado en piñatas que gusta abordar temas como raza, sexualidad, arte, pecado, humor y belleza”, enuncia la sucinta bio del artista texano Roberto Benavidez, que ha logrado aunar tamaña variedad de intereses en su más reciente –y celebrada– serie: una seguidilla de preciosistas piñatas que recrean algunas de las (monstruosas) criaturas pintadas por El Bosco en el controvertido y largamente debatido tríptico El Jardín de las Delicias. La incomparable obra maestra del 1500s, sobra decir, que vuelve sobre el destino humano: desde la creación de Adán y Eva, la apoteosis del placer, hasta –como ha señalado la crítica– “sus malditas consecuencias purgantes”. Pues, papel maché mediante, decidió Benavidez representar algunos de sus turbadores animalitos en la forma menos pensada, amén de honrar sus propias raíces mexicanas y en tanto “el pecado es inherente tanto a esta tradición popular como a la pieza de El Bosco”, según Roberto señala. Porque, en efecto, en sus orígenes latinos, moler a golpes piñatas de siete puntas (los siete pecados mortales) era símbolo cristiano de avanzar con fe ciega (los ojos vendados) en el camino del bien, siendo premiado el devoto con maravillas por renunciar a cualquier tentación. Y aunque las esculturales versiones de Benavidez difícilmente reciban bastonazo (romperlas sería el verdadero pecado), gusta el muchacho texano de la tensión que genera la mera idea de destruir las piezas. Ideales, por cierto, para bacanales con temática bosquiana.
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