Alanís, el quinto film de Anahí Berneri (1975), llegará el jueves a la cartelera porteña, pero además es uno de las dos películas argentinas que integran la Competencia Oficial del Festival Internacional de Cine de San Sebastián, que se desarrollará entre el 22 y el 30 de septiembre en esa ciudad vasca (el otro es Una especie de familia, de Diego Lerman). Berneri es muy reconocida en la muestra donostiarra: con su segundo largometraje, Encarnación (2007), se presentó por primera vez en la competición oficial y se llevó el premio Fipresci; con Aire libre (2014) regresó a San Sebastián en la principal sección. De modo que Alanís será la tercera película de la cineasta que integra la competencia del festival, que en esta edición tiene una amplia presencia de argentina, también en las secciones paralelas. Y, además, Berneri integró el jurado de San Sebastián durante la edición del año pasado. “Es de esos festivales que te marcan la carrera y te marcan como una pertenencia. También siento que San Sebastián está creciendo año a año, que tiene muchas más representación y mucha fuerza con el mercado latinoamericano”, le dice la directora a PáginaI12.
Berneri debutó como directora con Un año sin amor en 2005 y, desde entonces, sus películas abordan cuestiones de género con una mirada realista e intimista. Alanís no es para nada la excepción en ese aspecto. Más bien es una profundización, no exenta de una invitación al debate. La protagonista del film es Sofía Gala Castiglione, quien logró su mejor composición para el cine argentino. A partir de un corto, la cineasta decidió abordar la historia de la mujer que le da el título a la película, ahora en un largometraje, pero con otra perspectiva. Alanís trabaja como prostituta. Con su bebé (el hijo real de Sofía Gala) y con Gisela, una compañera varios años mayor, comparte un privado en el centro donde vive y atiende. Haciéndose pasar por clientes, dos inspectores municipales clausuran su hogar y se llevan a su compañera, acusada de “trata”. Alanís llega con su ropa de trabajo y llena de engaños a parar a lo de una tía, en un local de modas frente a Plaza Miserere. Desde ese barrio multirracial, de tránsito y violento, Alanís intenta recuperar su dignidad, ayudar a su amiga y cuidar a su hijo. Ofrece en la calle lo que sabe hacer, pero hasta la calle tiene sus reglas y Alanís tiene que pelear por su lugar.
––¿Algo que pretende poner en debate la película es si la prostitución es un trabajo o más bien un modo de subsistencia?
––Hay una tensión. Y hay una pregunta sobre si la forma de solucionar el tema de la marginalización que hay desde el Estado, si la persecución que hay a nivel social y desde el Estado y si la condena que hay hacia la prostitución se pueden solucionar a través de legalizar la prostitución como trabajo o no. Es ponerlo en debate, porque yo no tengo la solución. Las investigaciones para el guión las hice con distintas asociaciones como la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (Ammar) y la Asociación de Mujeres Argentinas por los Derechos Humanos. Ammar está a favor de ver la prostitución como un trabajo y que tengan derechos como trabajadoras. La Asociación de Mujeres Argentinas por los Derechos Humanos es, de alguna forma, un desprendimiento de Ammar, pero están a favor de abolir la prostitución. Tuvimos charlas con mujeres de ambas asociaciones y es imposible no conmoverse con cualquiera de las dos posturas. En las dos se habla de la persecución que hay y sobre la paradoja existente porque la Argentina tiene acuerdos para no perseguir a la prostitución, pero no es eso lo que sucede. En ningún lugar es legal ejercer la prostitución, con lo cual para las dos asociaciones y para las mujeres que entrevistamos aparecía esto de la persecución por parte del gobierno. Por otro lado, también está el miedo a la condena social y que les quiten a los hijos.
––Más allá de estar a favor o en contra, la historia busca exponer desde la ficción el maltrato y la discriminación que sufren las prostitutas...
––Sí, y también la hipocresía moral que hay alrededor. En los últimos años, las leyes hablaron del tema de la trata y tuvieron ese enfoque, y no existe la prostituta que toma la decisión de ser prostituta. Siempre hay un victimario detrás, un tratante detrás, aunque ella no lo reconozca, con lo cual anula por completo la decisión de las mujeres que eligen como medio de subsistencia o no la prostitución. Esa es un poco la denuncia y lo que le ocurre al personaje: la echan del lugar donde vive y atiende para subsistir, se queda sin hogar, sin modo de subsistencia y a su amiga la llevan con una denuncia por tratante. No es una película de tema sino de personaje. No siento que cuando uno la ve sólo se quede reflexionando estos temas, pero para mí era importante el tema de la diferencia entre trata y prostitución. Esta película nació de un corto cuyo guión confundía trata y prostitución. Y yo tomé el tema pero decidí hablar de prostitución y no de trata. El corto tenía un guión de Jorge Ondarza y me llamaron de SAGAI para dirigirlo, a través de una convocatoria y un acuerdo que hicieron con la entidad PCI, de la cual soy socia. Me quedó repercutiendo el tema y cuando terminamos de filmar el corto, dijimos: “A partir de esto, hay que hacer un largo y hay que seguir investigando”. El hijo de Sofía crecía y teníamos que hacer todo rápido.
––Por la situación en la que se encuentra, Alanís no parece tener libertad de acción para definir un futuro mejor. ¿Esto es una toma de posición política?
––Creo que el personaje tiene libertades, pero son muy acotadas. El Estado es uno de los victimarios. Es el tratante más grande. Ejerce la persecución pero no ofrece un panorama de salida muy grande.
––No es como dice el dicho “la libertad es libre”...
––¡Eso! Exactamente. Por supuesto que todos estamos condicionados. ¿Ella es libre en qué circunstancias? Entre la opción de ir a limpiar una casa, robarle a la tía, hace lo que puede. Para mí, es un personaje de acción. O sea, no se pregunta si está bien o mal, no se pregunta sobre la moralidad de sus acciones. Ella acciona porque tiene una motivación muy importante: su hijo, tener un lugar donde vivir y cómo subsistir.
––El film habla también del engaño que sufren las prostitutas en un mundo marginal y en el que la ley está ausente. ¿Esto la llevó a encarar la historia de una búsqueda de dignidad que tiene esta mujer?
––Para mí ella es un personaje muy digno, que tiene la dignidad como bandera. Nosotros no queríamos mostrar un personaje que fuera solamente víctima. De ahí era que decía si tiene libertad o no, si tiene libertades sobre sus acciones. El gran desafío era retratar un personaje que quiere cambiar su realidad, que tiene un motor muy grande y que acciona en ese sentido. En la escena donde ella tiene una entrevista con el asistente social queriendo ayudar a su amiga que fue denunciada, hace una toma de posición. Y en cuanto le preguntan: “¿Qué haces con tu hijo cuando atendés?”, ella le dice: “¿Y vos qué hacés? ¿Quién está cuidando a tu hijo ahora mientras trabajás? ¿Vos trajiste a tu hijo acá? Bueno, cuando yo atiendo, tampoco traigo al mío”. De hecho, se juega también ese lugar con la familia.
––Es una película protagonizada por una mujer, dirigida por una mujer y con un tema muy vinculado a la mujer, y que se discutió y se sigue discutiendo mucho. ¿Tiene una mirada de género el conflicto, entonces?
––Algo me llevó a este proyecto. En principio, dije: “Ay, no, en este tema no me voy a meter”. Porque es un tema que divide aguas en el feminismo. No se quiere tratar desde ningún lado, ni desde el Estado ni desde la asociación de feministas. Es muy controversial. A las mujeres nos cuesta mucho hablar de prostitución porque no podemos dejar de vernos en el lugar de prostitutas. Empezamos a hacernos muchos rollos. De hecho, la escena más violenta o que tiene más fuerza de la película es cuando el personaje atiende en un privado; es decir, la escena de sexo. Y la violencia no pasa por la sexualidad ni por la desnudez. La violencia pasa por la palabra, por el insulto, por el nombrar, por el denigrar al otro, no por ejercer la prostitución en sí.
––Otro tema que está presente en casi todas sus películas es el de la maternidad.
––Bueno, la maternidad atraviesa mi vida y es inevitable. Con las charlas y las investigaciones para esta película, la problemática y el primer miedo que aparece es la familia y los hijos. Fue como, “a mi juego me llamaron”. Y, en principio, antes de pensar en Sofía, pensé: “Necesito una actriz que sea madre, que tenga un bebé chiquito, que lo esté amamantando y que tenga un cuerpo real, que sea seductora”. Y Sofía fue como una bendición, porque ella se comprometió mucho. Aparte, estaba más comprometida con el tema desde antes que yo.
––¿De qué manera esta película intenta reflexionar sobre la maternidad?
––Desde el vamos, es conflictivo y político poner una madre prostituta. De hecho, es lo que estuvo sucediendo estos días con el afiche al ponerlo en los cines. Empezaron a decirnos: “¿No tienen otro afiche o no tienen otra imagen?” Porque es muy fuerte ver una madre amamantando y con una mirada seductora y sexual. El peor insulto que uno puede decir es “Sos un hijo de puta” o “La puta madre”. En un punto, quería jugar con esa tensión, con ese lugar, donde una puta no puede ser madre, donde no lo tenemos concebido.
––¿Cómo definiría qué tipo de madre es Alanís?
––Es una madre amorosa que está dispuesta a accionar y a hacer todo por su hijo. Igual, hacer todo no es prostituírse. Ella no se prostituye por el hijo, ejerce la prostitución más allá del hijo, pero está dispuesta a hacer todo por él.
––El tema del deseo sexual, presente en algunas de sus películas, está relegado en esta historia. ¿Por qué tomó esa decisión?
––Sí, está relegado porque pasa a otro lugar.
––¿Fuera de campo?
––No sé si fuera de campo. No está tenido en cuenta el deseo sexual de la protagonista, porque justamente ella no ve la sexualidad como su propio deseo. Ella se pone en el lugar de objeto sexual, de alguna forma.
––¿Cómo fue el trabajo con Sofía Gala, quien está en todas las escenas?
––Fue hermoso. En principio, nos planteamos una película para trabajar en la menor cantidad de planos posibles. Quería correrme de la supremacía del primer plano. No es que en la película está toda la carita de Sofía sino que todo su cuerpo se expresa en el plano, con lo cual había mucho de marcas en el piso, en el espacio para llegar a un cambio en el encuadre, una dinámica de representación a través del cuerpo de Sofía en el encuadre. Hay muchos planos donde se ve la cabeza cortada, o donde se ve parte de su cuerpo, pero no el cuerpo entero. Jugamos muchísimo con el tema del encuadre y los movimientos en el cuadro. Eso necesitaba de cierto ensayo; a su vez, coarta cierta libertad del trabajo del actor.
––¿Era más un trabajo físico que mental el de la interpretación?
––En este caso, diría que sí, y que todo el cuerpo está comprometido. También desde la parte de la maternidad. El hecho de que ella haya amamantado en cámara a su hijo y que haya estado distraída fue un logro, porque una madre, cuando el hijo de un año y medio está presente, lo atiende. Es casi una disociación estar atendiendo al hijo mientras se está actuando. No es sencillo. Y ella lo hizo de una manera maravillosa y se conmovió en cámara. Así que fue un trabajo físico y mental importantísimo, que requirió una enorme concentración. Yo no podía creer que se peleara con el otro actor, que se largara a llorar mientras le daba la teta al bebé. Hay que tener un cuerpo y una cabeza muy dispuestos. Además, Sofía le dio algo muy del picaresco al personaje. Es un personaje non sancto que tiene mucho de mentirosa, de infiel, de busca.
––El tema de la violencia hacia la mujer aparece tangencialmente por lo que sucede en las primeras escenas. ¿Cómo cree que reflexiona la película en este contexto de lucha y movilización que hay en la Argentina?
––Viene bien hablar de un tema que es necesario hablar dentro de ciertas de luchas de género. Hay dos temas que están desatendidos: uno es la prostitución y otro es el aborto. Son dos temas que, en relación a la libertad de las mujeres para ejercer el dominio sobre el propio cuerpo, no están tratados. Esa es una forma de violencia.
––¿Cómo observa la lucha por la reivindicación de los derechos de las mujeres que se intensificó en los últimos años? ¿Cree que el Movimiento Ni Una Menos puede llegar a mover las estructuras arcaicas del poder?
––Me parece que, como toda movilización, siempre hay un momento para ser radicales. Lo más interesante es también incorporar a los hombres a la lucha y fomentar el diálogo. Por supuesto que hay cosas que uno ve y que está de acuerdo y con otras no. Siento que desde mi lugar hablo de esa lucha, corriendo ciertos estereotipos muy arcaicos que hay sobre el lugar de la mujer. Creo en la lucha y en la militancia, creo en el trabajo que está haciendo Ni Una Menos. Y creo que las mujeres tenemos que comprometernos con esa lucha cada una también desde su trabajo, desde las representaciones que hacemos desde nuestro trabajo si somos artistas.