“Y, no era para perderse este recital”, reflexiona un pibe en la cola de los baños a media hora exacta de que desde el escenario comenzaran a sonar unas percusiones tribales. A las 9 de la noche en punto y con imágenes de los Ratones Paranoicos más y menos jóvenes alternándose en las pantallas, arrancaba “Ceremonia en el hall”, de Los chicos quieren rock (1988), el segundo disco de la banda que perfumó de Rolling Stones este sur. El público, descolocado con la puntualidad y colgado en el corralito en el que se vende cerveza, llegaba corriendo al campo del Hipódromo de Palermo. Los pibes y las pibas festejan, se abrazan y bailan en un show que se sucedería con perfección inglesa.
“Qué agradable es ser de acá”, cantó Juanse Gutiérrez con la Gibson SG colgando, al frente de la banda formada en 1983, en el barrio porteño de Villa Devoto. El bajo Hofner lo tenía Pablo Memi, bajista original de los Ratones, pero Fabián “Zorrito” Von Quintiero, quien lo reemplazó entre 1997 y 2007, llegaría promediando el recital para tocar los teclados complementando a Germán Weidemer. El tiempo que se tomó el Zorrito en saludar a cada uno con un beso y un abrazo fue el mayor lapso sin música en el Hipódromo. Es que los Ratones celebraron un show contundente: en poco más de dos horas y media metieron 33 canciones. Sin interrupciones y con ritmo negro, se disfrutó este regreso tras siete años de no tocar juntos.
Sin mediar palabra, siguió “Sucia estrella”, del primer y homónimo disco (1986). Al ocupar este clásico el segundo lugar en la lista, se vislumbraba una noche plagada de clásicos. Juanse cantó como si hablara, fraseando con esa cadencia única, estirando alguna estrofa. Y no hubo dudas del lugar en el que estaba parado. Maduro, tocando varios solos en la guitarra, haciéndose cargo de la premisa que inmortalizó el título de ese segundo disco, ofreció lo mejor que tiene para dar: rock and roll.
En las pantallas se sucedían las imágenes de los cuatro músicos, en un trato igualitario. Sarcófago Cano, Pablo Memi, Roy Quiroga y Juanse se presentaron como una banda consagrada frente a un público fiel. Expusieron el oficio, lo hicieron notar. Y vale la comparación con aquellos Stones que volvieron en los ‘90, grandes, adultos, pero nunca una copia acaso decadente de los incunables, sino más bien plantados, instalándose como la banda que eran en ese momento.
Pasaron “Una noche no hace mal”, “Ya morí” y “Vicio”. Los pibes y las pibas silbaron cuando Juanse cantó que “la policía mira con ganas de pelear”, frase que se no se alejó de la realidad cuando, al salir del predio, se hizo notoria la excesiva presencia de patrulleros, como en aquellos ‘90 en los que fue compuesta la canción, otrora cortina de Marcelo Tinelli. El arreglo de vientos remitió a “Satisfaction” de los Stones. “El reflejo”, de Furtivos (1989), antecedió a “Isabel” (Hecho en Memphis, 1993) que, tras garantizar un exceso de groove en la base rítmica de Quiroga y Memi, se enganchó como un relojito con “Carol”.
“Falta un montón todavía. Gracias a Dios vamos a seguir mechando porque obviamente todos saben que estamos en el siglo XXI”, dijo Juanse luego de despacharse con el primero de los escasos “oh, yeah” característicos. Y entonces llegó “La nave”, esa canción cuya melodía canchera, rítmica, negra, podría pertenecer al disco stone Tattoo You (1981), pero es de Fieras lunáticas (1991).
Luego sonaron “Damas negras”, “La banda de rock and roll”, “Vodka doble” con Sarcófago en la voz y “El vampiro” con imágenes de Nosferatu en las pantallas. Gori, líder de Fantasmagoria, y Las Boconas se lucen en los coros. Los hits no se detenían: “Colocado voy”, “El centauro” y “Rock del pedazo”. “Vamos a seguir recorriendo nuestra vida a través de las canciones”, aclaró tardíamente Juanse en la mitad de la noche y agradeció a sus amigos que estaban tocando con él, a Dios y al público. Cuando promediaba “Boogie”, Quiroga encaró su clásico solo de batería; la banda volvió a los cinco minutos, terminó la canción y dio paso al histórico “Rock del gato”. El riff que antecede a la voz puso a todo el mundo a cantar e incrementó la temperatura en el campo de Palermo. Y no hubo manera de bajar con “Destruida roll”, (“En el camino la dejaron sin nada / Gendarmería y aquel estúpido amor”, cambió la letra Juanse) y “Caballos de noche”, que sonaron pegadas.
“Excelente todo”, dijo el frontman sin ninguna muestra de cansancio en la voz ni en la performance. “Muchas gracias, hay mucho rock and roll por acá y va a haber mucho más. Ahora somos un montón, muchos más de lo que creen. ¡Viva la Argentina!”. Entonces presentó, canchero, al Von Quintiero: “Tocó en las mejores bandas”. “La calavera”, “Juana de Arco”, “Líder” y “Rainbow” antecedieron a “Lo que doy”, una canción que baila en una melodía perfecta. Y “Enlace” marcó el retorno de “aquel” Juanse, que terminó cantando trepado la estructura tubular del escenario. Luego hizo su corrida típica de una punta a la otra, desprovisto de la guitarra. Final épico y a esperar los bises.
Sin la banda en el escenario, el público esperó paciente, sin agitar, sabedor de que todavía faltaban unos clásicos más. “No llores”, el estreno de “Yo te amo”, el hit radial “Sigue girando” y el híper stone “Cowboy” continuaron la fiesta, que culminó con “Para siempre”, el tema compuesto junto a Andrés Calamaro, en medio de una lluvia de papelitos de colores. El público paranoico deliró ante dos horas y media de una lista exquisita que dio cuenta de la cantidad de clásicos incluidos en la discografía de la banda. Y, frente al cierre que coronó un regreso histórico, sólo quedó pensar que, efectivamente, no era un recital para perderse.