El videoclip de Soy yo, hitazo del anteúltimo disco de Bomba Estéreo, alcanzó una dimensión viral que ni siquiera habían tenido con Fuego, la canción que les dio difusión mundial. En el video, una nena de anteojos y enterito de jean toca la flauta de millo (tradicional en el Caribe colombiano) ante dos pibitas presumidas y, mientras pasea relajada por la calle, se toma revancha de sus predadores naturales. El éxito del clip le valió a la actriz Sarai González, de 11 años, un llamado del entonces presidente estadounidense Barack Obama, que quiso conocerla en su carácter de “símbolo del orgullo de las mujeres latinas”.
Dos años después, el nuevo disco de la banda, Ayo continúa la tradición bailable de sus trabajos anteriores, pero con un matiz más perreador. “Somos una banda que hace dance music y así nos hemos criado. Quizás este disco se siente más lento, con una cadencia más hacia abajo, y muchas veces la gente asocia eso con el perreo”, explica Simón Mejía, una de las dos patas creativas del grupo junto a la cantante Li Saumet.
¿Esa cadencia ralentizada fue acompañada con cambios en la instrumentación?
—Es un álbum con distinta sonoridad que Amanecer porque son dos momentos distintos. Ayo es mucho más orgánico y minimal que el anterior, quizás con menos elementos electrónicos, o menos marcados, y más instrumentos orgánicos. Volvimos a trabajar con percusión real, maracas, flautas, guitarras. Es la base de nuestra música folklórica y este es un disco más de la tierra, claramente.
Dijiste que Amanecer es un disco luminoso, “casi blanco”. ¿Como definirías Ayo?
—Mantiene esa luz, pero sonoramente la lleva a otros lugares. El final de Amanecer con Raíz es el comienzo de Ayo con la canción Siembra. Nos gusta esa narrativa que un poco va hilando la historia de nuestras vidas. Cantamos y hacemos música sobre lo que vivimos. Hoy desafortunadamente vivimos en un mundo lleno de odio y maltrato entre nosotros y con la tierra. Ayo es un llamado al cambio, al amor, a nuestros hijos, al baile, a la fiesta, al desamor.
El disco se originó en una ceremonia espiritual en Sierra Nevada, Santa Marta. ¿Cómo fue eso?
—El disco fue grabado allí, en el estudio de un amigo. Nos parecía pertinente pedir permiso para entrar a hacer un proceso creativo a un lugar donde viven comunidades indígenas tan fuertes y milenarias. Y lo hicimos a través de una ceremonia en la que se abrió el camino para trabajar y poder hacer música, para pedirle permiso a la tierra y bendecir los instrumentos. Fue más que todo un acto de meditación y reflexión.
En el circuito porteño surgieron varias orquestas jóvenes de cumbia colombiana que interpretan las canciones tradicionales de los años ‘50. ¿Es una lectura anacrónica?
—Lo más lindo de la cumbia es que nació en Colombia hace siglos y se expandió por América latina para que cada país la apropiara a su manera. Se convirtió en un bien común, sin dueño concreto. Es lo que sucede con la música por ser un arte tan efímero. Está en el aire, y el que la toma puede apropiarla. Habla además muy bien del género, que es tan abierto, ya que tenemos desde cumbias folclóricas hasta villeras, pasando por electrónicas. Es el sonido latinoamericano por excelencia.
* Martes 26/9 a las 21 en Teatro Vorterix, Federico Lacroze 3455.