Ese día del discurso de Fidel en la Facultad de Derecho, tuve el especial privilegio de escuchar su propia versión del acontecimiento. Era una de las invitadas al salón de actos y preventivamente llegué temprano para hacer la cola: pronto se hizo evidente que la situación se desbordaba por la cantidad de concurrentes sin la respectiva invitación, que estaban dispuestos a ingresar de cualquier modo. El tiempo pasaba y los concurrentes crecían, planteándome una disyuntiva: quedarme en el salón, al que había entrado arrastrada por un aluvión, donde todo evidenciaba la imposibilidad de hacer allí el acto o concurrir a la otra cita de ese día, una charla de Hugo Chávez con un grupo reducido de invitados en el hotel Hayat, a pocas cuadras de la Facultad.
El encuentro con Chávez fue especialmente divertido, por su espontaneidad caribeña en el relato de los problemas personales y los costos familiares -la separación debida a los temores de su esposa ante los riesgos de la política- mezclados con citas de Simón Bolívar y lúcidos análisis sobre la historia y el futuro de América Latina. Habían pasado unas tres horas cuando recibió una llamada telefónica de Fidel, que nos hizo escuchar a todos por altavoz: “¿Dónde estás? Escucho muchas voces femeninas” “Debo verte, para contarte lo que me pasó”. Ante la invitación de Chávez, a los pocos minutos apareció conmocionado y comenzó a relatar su experiencia.
“No sabes lo que fue. Estaba en el hotel viendo por televisión la cantidad de gente que crecía alrededor de la Facultad y el grupo de seguridad me insistía en que no debía ir, porque todo estaba descontrolado y no había ninguna garantía. Tú conoces cómo es eso; pero sentí que no podía fallarles y tomé la decisión. Me llevaban por un camino oscuro más allá de la avenida y nos para un grupo de policías; de esos policías argentinos alimentados a carne, que después tendrán problemas de colesterol, pero de momento son muy grandes. Comenté: si estos piensan que soy un terrorista, todo termina aquí; pero nos dejaron pasar. Cuando llegué al palco, la emoción fue tan grande que creí que me daba un infarto, me faltaba el aire y sentí que no podía hablar. Era como la Plaza de la Revolución, pero todo espontáneo, con un gran fervor y sin ninguna organización; algo inolvidable con este pueblo del Che. No lo puedes imaginar… Ahora necesito comer algo, pero prefiero pescado porque tantos bifes son demasiado.” Recién entonces salió de su embrujo y nos saludó a todos.
* Socióloga. Diputada por Proyecto Sur.