Hablar de cine de terror en pleno furor del género es hablar de números. Y los números de It asustan tanto o más que la propia película: ya es el estreno de septiembre con mejor taquilla en la historia de Estados Unidos gracias a sus más de 220 millones de dólares conseguidos en apenas dos semanas de explotación comercial. Y los pronósticos auguran un piso mínimo de 300 millones para fin de mes. Esa cifra le permitiría disputarle el trono a El exorcista y convertirse en el film de terror con calificación R (equivalente a un “promedio” entre el SAM 16 y SAM 18 argentino) con mejor recaudación. Aquí las cosas no se vislumbran muy distintas, con la preventa de entradas a todo vapor y una salida con 417 copias –que ocuparán casi la mitad del parque de exhibición– preanunciando un éxito comercial sin antecedentes. Pero las películas aún dirimen su batalla máxima una vez que se apagan las luces. Incluso a veces ellas mismas parecen andar a los tironeos internos. Tal como sucede aquí.
El libro de 1400 páginas de Stephen King publicado en 1986 y la miniserie televisiva de 1990 instalaron a It en el inconsciente colectivo de una generación, convirtiendo a Pennywise, el malvado payaso que reaparece cada 27 años en un pueblo de Maine para saciar su apetito con el miedo de los más chicos, en uno de los personajes icónicos del género de los gritos y los sustos. Gritos y sustos que en esta versión adaptada por los guionistas Chase Palmer, Gary Dauberman y Cary “True Detective” Fukunaga –éste último también a cargo de la dirección durante la etapa larval del proyecto y luego alejado por diferencias artísticas– llegan desde la secuencia introductoria, aquélla en la que Georgie sigue el curso del barquito de papel que armó con su hermano Bill hasta verlo caer en las tinieblas del desagüe. Quien se lo devuelve es el Pennywise versión 2017 (un Bill Skarsgård cubierto por toneladas de maquillaje y/o efectos especiales), uno más histriónico, ampuloso y pop que el de 1990, como si el responsable del diseño hubiera sido Tim Burton. Y también más aterrador que su predecesor: al pobre chico le arranca el brazo antes de arrastrarlo a las profundidades del sistema cloacal.
Muschietti decía ayer en estas páginas que trató de respetar sus sensaciones al leer la novela incluyendo los detalles más violentos e intensos que habían quedado afuera en la versión para TV. Acá hay un puntazo para el director de Mamá (2013), quien no es explícito ni tampoco su película una de esas ultragore con vísceras y hectolitros de sangre que brotan semana tras semana de la cartelera comercial, pero que se las ingenia para entregar una de las imágenes más fuertes del género en años cuando muestra a Georgie gritando rodeado de un charco de agua rojiza y sin un brazo. Un chico en pleno sufrimiento y agonía primero, y una chica abusada por su padre y con sentimiento de culpa por eso después: pocos terrenos más vedados para Hollywood que ése. Aquí ellos sufren, y mucho, tanto física como psicológicamente. En ese sentido, y como en gran parte de las adaptaciones de la obra literaria de King –con Cuenta conmigo a la cabeza– It es un relato de iniciación centrado en el complejo paso a la pubertad, con toda la pérdida de inocencia y los primeros pliegues del mundo salvaje y “adulto” metiendo la cola que eso implica.
Sin los saltos temporales del texto original, que iba y venía entre los 50 y mediados de los 80, ahora la acción transcurre únicamente en 1989, meses después de la desaparición de Georgie, cuando Bill y sus seis amigos son los únicos que lo buscan. Muschietti destina una buena porción del metraje –inhabituales 135 minutos– a presentarlos y construir una progresiva sintonía entre los integrantes de lo que ellos llaman “El club de los perdedores”. Sintonía muy parecida a la de los chicos de Stranger Things, con toda la iconografía de los 80 incluida, mientras Pennywise los persigue en alucinaciones que filtran lo real deformándolo hasta lo terrorífico. A eso debe sumársele otro elemento, el problemático, que es la obligación de funcionar como historia autónoma a la vez que preludio de una segunda película. It funciona mejor separada que como un todo entrelazado. Es muy buena su vertiente de “iniciación” y el manejo preciso de los tiempos en construcción climática de Muschietti, pero el desbalance entre sus componentes hace que el peso monstruoso del entorno le gane la batalla al mismísimo payaso, quien seguramente en unos años volverá para vengar su deslucimiento.