PáginaI12 En México
Desde Ciudad de México
La vida es un grito, una voz tenue que resuena entre el caos, un par de golpes que emergen desde el corazón de la montaña de escombros y de pronto un montón de puños levantados pidiendo silencio: alguien vive. La escena de los socorristas que tratan de sacar a las personas que aún están con vida atrapadas entre los cerca de 40 edificios derrumbados en Ciudad de México se repite en la capital y las otras regiones del país (principalmente en el Estado de Morelos, de México y de Puebla), donde el terremoto del 19 de septiembre sembró un tendal de 225 muertos, centenas de heridos y cientos de edificios dañados. Todavía hay cientos de personas vivas tapadas por los escombros. Los socorristas, las brigadas de los topos, la marina, la policía, los bomberos, el ejército y los civiles se codean segundo a segundo con el reloj de la muerte para arrancar de las entrañas de cemento, madera y hierros retorcidos a los seres humanos que más de 24 horas después del sismo dan señales de vida. Si toda tragedia colectiva tiene un epicentro, la de México se sitúa en la capital, en la colonia Nueva oriental Coapa, donde la escuela Enrique Rébsamen se derrumbó en apenas tres segundos y tragó la vida de 32 personas mientras que un número indeterminado de maestros y niños están desaparecidos. Los socorristas lograron encontrar a una niña de 12 años, Frida, y más tarde, en otro lugar, un niño más. Durante más de 24 horas trataron de extraerlos de los estrechos espacios en donde están aprisionados. Los recintos donde se encuentran son tan angostos que al final de la tarde hubo que cambiar la estrategia para intentar sacarlos vivos. A los especialistas se le sumaron civiles cuya constitución física, sobre todo la delgadez o la pequeñez, les permite introducirse en los despojos buscando sobrevivientes gracias a cámaras térmicas.
Al principio, la gente del barrio acudió a la escuela con palas y baldes para extraer toneladas de piedras. Más tarde llegaron los especialistas y, con la ayuda del vecindario y de la gente que aportó poleas, sogas, gatos hidráulicos, extintores, discos para cortar, carretillas y palas fueron estabilizando los despojos del edificio del colegio a lo largo de la noche y del día posterior. Allí se concentra toda la atención por el volumen de los muertos, 32, los desaparecidos, puede haber más de 30, y el hecho de que, en su gran mayoría, son niños. Los padres, en el transcurso de la madrugada, pasaban de la esperanza al horror cuando veían los cuerpos o los restos de sus hijos salir del polvo luego de haberlos buscado sin éxito en los hospitales de la capital.
La escuela Enrique Rébsamen se convirtió en el emblema de esta tragedia que en apenas un par de minutos azoró a un país y lo unió en un flujo de solidaridad que salvó y sigue salvando decenas de vidas. Sin la valentía de los voluntarios, sin su abnegación hecha de resistencia al coraje ante el peligro de los desmoronamientos, sin sus palas o baldes de plástico hubiese habido muchas más víctimas. La gente salió a dirigir el tráfico, a organizar las evacuaciones, se metió entre los edificios desmoronados, llenó las plazas y los centros de acopio de agua, latas, azúcar o comida cocinada para quienes habían perdido sus casas. Hubo y hay tantos voluntarios que el Estado pidió que dejaran de venir para no colapsar las zonas afectadas ni exponerse a los riesgos de caídas de piedras o balcones de los edificios. Ni las réplicas, ni el desplome constante de cascotes o mamparas, ni los derrumbes frenaron el heroico compromiso por prestar asistencia. Con 30 edificios en peligro de derrumbe inmediato y decenas de otros en estado incierto, el Estado solicitó la asistencia de arquitectos, ingenieros y especialistas de estructura. Ayer aún hacían falta productos como rodilleras, guantes desechables, gasas, alcohol, poleas, correas, cortadoras eléctricas, tela para hacer camillas y comida no perecedera.
Las Colonias de Roma y la Condesa fueron, al igual que en 1985, los barrios más afectados de la capital. No obstante, la dispersión de la destrucción es mucho más amplia que hace 32 años y abarca otras Colonias o delegaciones como la Narvarte o la delegación Cuathemoc, la cual está “devastada” según advirtió un responsable municipal. En total, hasta ahora, los partes oficiales dan cuenta 230 muertos, 100 de los cuales en Ciudad de México, 69 en el Estado de Morelos, 53 en el de Puebla, 13 en el Estado de México y cuatro en el de Guerrero. La tierra tembló 12 días después de un terremoto de gran magnitud, 8,2 grados, y exactamente 85 años más tarde del que se produjo en 1985 y dejó más de 10 mil muertos en Ciudad de México.
En muchas de las zonas golpeadas se cayeron edificios que pertenecen al patrimonio nacional. En el Estado de Puebla, concretamente en la localidad de Cholula, las torres del Santuario de la Virgen de los Remedios, construido a finales del siglo XVI, se desplomaron en un par de segundos. Ahora el país mira insomne el momento en que se levantan los puños alrededor de las estructuras desmoronadas. Es el signo de que se ha encontrado a alguien respirando. Sacarlo es toda una hazaña. Horas y horas de paciente trabajo que puede venirse abajo en cualquier momento. Anoche, el tan alegre, juvenil y bullicioso barrio de la Condesa estaba sumido en un extraño y espeso silencio. Las amenazas de derrumbe se fueron multiplicando durante el día y afectaron hasta el centro Plaza Condesa, un mega edificio cultural que es todo un símbolo de este barrio joven. Está punto de desaparecer. Pero en cualquier parte de la ciudad el silencio, esta vez, es un signo perceptible de vida.