El trabajo del artista neuquino Ariel Mora podría admitir, entre muchas ya ensayadas, una única descripción común a todas sus obras, una sensibilidad tan elemental como estoica: su belleza es de difícil aprehensión. Se escurre de tan quieta. Mora se ha dedicado, por ejemplo, a facetar columnas inexistentes en medio de una sala, columnas que a simple vista semejaban tiras de delgada cinta gris formando un prisma que iba del techo al piso pero que, bajo el influjo de un flash fotográfico, cobraban vida de luz y se volvían trazos de delgadez infinitesimal captados en la futilidad de un dedo deslizándose por una pantalla; también supo enterrar, hace una exacta década, un alud de elementos, de figuras animales y hasta humanas, en no menos de trescientos kilos de barro batido sobre el piso coqueto de la que fuese la sede Retiro de la galería Ruth Benzacar; escondió, junto a Bruno Gruppali, una serie de objetos que apenas se atreven a emerger por detrás de papeles alta opacidad y que se aprecian difuminados como en un mareo de desmayo. Sobre fines de 2016 fue invitado a Salamina, Colombia, para iluminar con la misma técnica que aquellas columnas una plaza céntrica con la que fue su obra de mayor despliegue hasta ahora: cubrió con una cuadrícula de cintas refractantes el parque entero durante la Noche de las Velitas, un festejo típico de ese país en que la gente enciende velas en los hogares, veredas y espacios públicos. A oscuras, el enrejado presuntamente invisible se revelaba a fuerza de flash cuando alguien tomaba una foto. Todo quedó bajo la red, desde el pasto y las veredas hasta la cúspide de la fuente central.
La luz tiene un papel central en todas tus últimas obras. ¿Cómo empieza a cobrar tanta importancia para vos?
-A mí no me interesa la luz en sí sino que me interesan los materiales y sus apariencias. En la investigación de eso que los materiales no son, en sus superficies, me encuentro con la luz como a mí me interesa: reconstruida por un material y llegando a nuestros ojos. No uso focos, no uso proyecciones, no uso luces de discoteca. Por eso es que uso cinta refractante o cintas de colores metalizadas, materiales que implican que quien mira tenga que estar atentx a que el ojo capte ese rebote. Me gusta el arte lumínico de los 70 y por eso trabajo con estos materiales. Además, ninguno de esos soportes estuvo originalmente pensado para lo que yo los uso: un papel metalizado no nació para iluminar un rincón de una galería.
¿Y cómo llegás al neón?
-Ahora hay un interés mío por el neón, es decir, un material que es luz en sí mismo o en todo caso que emite luz, y para el show de Sentime Dominga lo uso en contrapunto al LED que vemos cotidianamente. El neón para mí guarda una melancolía de lo que se esperaba de las ciudades del futuro, de lo que no fue, mientras que ahora es un material casi retro, que pocas personas trabajan. Para el show de Sentime Dominga estoy trabajando con la diseñadora Lis Altamirano, que hace la imagen de la banda. Habrá tres figuras de neón que van a ir montando un relato a partir de las letras de los temas. Me gusta trabajar con esta economía de materiales, con pocos elementos. Va a haber piezas de neón que remiten al glamour de los ‘70s, una época puntual de los letreros y de la urbanización, y al trabajo manual y artesanal. Es un show de contrastes entre el campo y la ciudad, el día en la peña y la noche en la discoteca, entre la raíz y lo queer. l
Sentime Dominga se presenta junto a Cümelen Berti en el Teatro Xirgu Espacio Untref el jueves 28 a las 21. Chacabuco 875.
ÍDEM, de Ariel Mora y Bruno Gruppali, puede visitarse en Mite Galería, Av. Santa Fe 2729.