Las manos juntas en forma de flecha. La izquierda se posa encima de la derecha. Y juntas, se clavan como una lanza para ganarle a la gravedad. Zas, se escucha, apenas se tira al agua José Meolans. Entra por una puerta que se abre y que se cierra enseguida, cuando se sumerge la última porción de su talón. Acaba de entrar a la otra dimensión. Su dimensión, esa que empieza cuando desaparece de la superficie. Pasan cinco, diez, quince segundos, tal vez, en los fondos de la pileta del Club San Vicente de Pinamar. Los chicos que participan de su clínica deportiva se miran incrédulos, atónitos, porque se dan cuenta de que ese hombre que habían visto un rato antes, en realidad era un tiburón. No hay noticias de él, todos buscan algún rastro suyo, hasta que, finalmente, irrumpe de las profundidades. Es ahí donde las aguas se abren de par en par y emerge toda su espalda, musculosa por dónde se la mire, con una silueta triangular. Más que un triangulo, es la V de la victoria.
“Estoy feliz con la carrera que hice. Salí campeón mundial en el 2002 en la pileta corta de Moscú (50 metros libre). Estuve en cuatro Juegos Olímpicos de 1996 a 2008. Me destaqué en un deporte muy monótono como la natación, que quise dejar muchas veces, pero mi entrenador (Orlando “Tato” Moccagatta) me convenció. Y renové mis metas, mis sueños. Hoy, a casi diez años de mi retiro puedo decir que la natación me dio todo, porque ahora puedo disfrutar y recuperar el tiempo que he perdido con mi familia y mis amigos”, comenta este cordobés de Villa Carlos Paz que se retiró en 2008, con todos los honores, al alzar un campeonato nacional en River. Junto con Jeanette Campbell, Alberto Zorrilla, Luis Alberto Nicolao y Georgina Bardach, integra el póker de los mejores nadadores argentinos de la historia. Hoy es el espejo en el que se miran los más chicos. Tiene un proyecto, un sueño, una visión: difundir la natación en cualquier punto del país.
Por eso, con su amigo Eduardo Otero, recorre la nación para dictar clínicas deportivas. Ya lleva 180 presentaciones que fueron encuadradas en el programa de Nación y Provincia “Un campus con tu ídolo”. “La idea es contar mi experiencia de vida, mis valores, mis principios. En dos o tres horas es difícil transmitir tantos conocimientos de tantos años de carrera, pero por algo hay que empezar, ¿no?”, dice. Y se pone en modo didáctico. “La cabeza es el timón”, define Meolans, como principio básico de la natación. “No muevan la cabeza. Nunca, eh. Salvo que quieran respirar, claro, ja”, agrega, con humor cordobés. Parece un chico Meolans, como cuando nadaba en la pileta de su abuelo Eliseo, en Morteros. Allí, con cinco años, aprendió a flotar y a dar sus primeras brazadas.
-Nadaste en una época de grandes velocistas como Popov y Foster, ¿cuál fue la clave de tu éxito?
-La calidad de mis entrenamientos importaba más que la cantidad. Y eso que yo nadaba seis horas por día. Hay que tener ganas, y perseverancia para hacer ese esfuerzo. Muchas veces quise dejar de nadar, se lo planteé a mi familia y a mi entrenador. Entre los 12 y 18 años, me levantaba a las cuatro y media para ir a la pileta. Volvía a casa. Y me iba al colegio. Salía de la escuela. Y... ¡otra vez a nadar! Me quedaba dormido en las clases... Estaba agotado física y mentalmente porque la natación es un deporte muy monótono, que te cansa. Ya más de grande, me agotó la rutina. Pero por suerte, renové mis metas, mis sueños. Y no abandoné prematuramente. Me retiré a los 30, después de los Juegos Olímpicos de Beijing. Seguí ese añito más porque estaba representando a River.
-¿Es un deporte “picasesos”?
-Yo no llegué a odiar a la natación. Sí digo que el alto rendimiento no es para cualquiera. Tenés que tener muy claro el eje. Y las pretensiones: “Voy a estar tres, cuatro horas por día en la pileta entrenando a altas intensidades”. Tenés que ser muy especial. Pasás mucho tiempo solo con tu entrenador. La natación te va haciendo un tipo individualista. Cuando te querés dar cuenta, estás inmerso en una burbuja. Y dejás de ver lo que pasa a tu alrededor. Necesitás esa soledad. Pero por suerte, ahora no soy tan hosco, estoy más abierto.
-¿Qué fue el éxito para vos?
-¿Te digo una frase hecha? Fue la sumatoria de fracasos. Porque decepciones tenés muchísimas. Uno se prepara para la superación. Que la superación te lleve al éxito es otra cosa. Uno nunca se prepara para el fracaso. Y la respuesta es sí, hay que estar listo para todo. Para mí, el éxito no era ganar una medalla, sino mejorar mi marca. Pero acá en la Argentina somos tan exitistas, que ni salir segundo sirve.
-¿Y por qué somos así?
-Es una cuestión cultural. Muchas veces lo que pasa en el fútbol, se refleja en la sociedad, y al revés. Por haber tenido a Maradona y a Messi, los mejores del mundo, queremos transpolar eso a todos los deportes, y exigimos más de la cuenta. En la natación, que es un deporte amateur, cada vez que llega un Juego Olímpico pasa lo mismo. Por haber tenido medallistas olímpicos en el agua, los medios generan una expectativa que ni el propio deportista la tiene.
-Bueno, pero ahora hay una nadadora, Delfina Pignatiello, que a los 17 años ya salió bicampeona mundial juvenil en Budapest...
-Logró algo muy importante, pero le queda mucho para hacer. Es muy esperanzador su futuro. El año que viene, en los Juegos Juveniles de Buenos Aires, tendrá que repetir las marcas que hizo en el Mundial Juvenil de Budapest (oro en los 800 metros y 1500 metros, con 8m25s22 y 15m59s51, respectivamente). Pero hay que ser cautos, señores. Y no tildarla de que ya es medallista de Tokio 2020. ¿Me explico?
-Para todos eras medalla fija en los Juegos de Atenas 2004.
-Exacto, fue lo peor que me pudo haber pasado. Me creí que era medallista olímpico antes de nadar una semifinal, antes de nadar una eliminatoria. Era una ilusión mía, y las ilusiones son eso: no existen. Con el tiempo que tenía, no estaba lejos. Pero tenía que nadar arriba de mi mejor marca para llegar a la final. Me adelanté en el tiempo y me fue mal. Me pasó lo mismo que a la Selección de fútbol del 2002, cuando volvimos en primera ronda.
Mientras se desarrolla la charla, queda una imagen imborrable para el común denominador: Meolans hace lo que quiere bajo el agua, puede estar el tiempo que él quiera, como si fuera un buzo táctico. Y no es una exageración. Según los especialistas, Pepe tiene dos veces la capacidad aeróbica de una persona normal, es decir, cuatro pulmones. Habría que volver a hacerle una espirometría para medir la capacidad de aire que retienen exactamente. Esta imagen despierta una anécdota. Porque en sus inicios, el nado subacuático brillaba por su deficiencia: “Fui a mis primeros Juegos en Atlanta 96. Tenía 17 años. Me tocó nadar en los 100 metros mariposa. Estaba en el carril siete. En el ocho iba un japonés, chiquitito, chiquitito “A éste le tengo que ganar -pensé-. Si me llega a ganar, no puedo salir de la pileta”. Me tiré al agua, hice tres o cuatro ondas, y empecer a nadar mariposa. Llegué a los 25 metros. Y no había nadie, “Uh, largué en falso y no me di cuenta”, pensé. “O voy primero”, me corregí enseguida. “Sí, voy primero”, me dije. Y seguí nadando. ¿Cómo terminé? Último ¿Qué había pasado? Todos habían hecho cuarenta metros por abajo, con la onda subacuática. Y yo había salido a nadar mucho, mucho antes. Un bajón. Después de esos Juegos, empecé a entrenarme mejor ese estilo. Pero al poco tiempo cambió el reglamento por suerte, ja. Y ya había que salir a nadar a la superficie a los 15 metros, sino te descalificaban. Eso me terminó beneficiando”. Tan lejos había quedado, que en relato de TyC Sports, Bonadeo pensó que Meolans estaba lesionado.
-No parecés retirado, estás igual que como cuando nadabas.. ¿El deporte de elite es salud?
-Estoy muy bien físicamente. No sufrí lesiones nadando. Alguna otitis quizás, pero problemas en la piel, no. Igual, mejor hablemos de acá a 20 años, ja. La única lesión que sufrí, fue jugando al fútbol cuando ya me había retirado. Me rompí los meniscos jugando a la pelota dos veces por semana con mis amigos. Y tuve que dejar. Mi cuerpo, de articulaciones laxas, estaba preparado para nadar, no para el deporte de alto impacto.
-José, confesate: alguna molestia te tuvo que haber provocado el agua... ¿Se te arrugaba la piel, te ardían los ojos...? Contame, ¿qué te jodía de la natación?
-Me jodía el cloro de la pileta, el pelo me quedaba blanco, eso me molestaba mucho, ja.
Aun retirado, este rubio tiburón vive en el agua. Salvo cuando está en su hogar. En el fondo de su casa tiene una pileta de ocho metros por cinco. Y sólo la usa para refrescarse en el verano. Su foco está puesto en la enseñanza (tiene su escuela de natación). En el comercio (tiene su marca de ropa). Y en el análisis. Ya lleva un año cursando la tecnicatura de periodismo deportivo en Córdoba. “Quiero estar preparado para cuando me toque otro desafío. Me gusta una materia que te enseña cómo formar tu propio medio. Es re práctica. Pero hay otra, Teoría de la Comunicación, que se me hace bastante tediosa porque hay que leer mucho”. Y claro, lo suyo, más que leer, era escribir la historia.